Hace unos 8.000 años los hombres aprendieron a soplar el fuego con fuelles hechos de pellejos de animales, para elevar su temperatura, e inventaron el horno del alfarero, con el que pudieron hacer vasijas que permitían conservar los alimentos cosechados a lo largo de todo el año. Después vino el carbón vegetal, que permitió elevar aun más la temperatura del fuego, hasta permitir a los hombres obtener y trabajar primero el cobre y luego el hierro, para fabricar muchas espadas y unos cuantos arados. Las espadas permitieron formar grandes imperios a quienes mejor sabían manejarlas. La complejidad social se multiplicó con la aparición del comercio, nuevas profesiones, nuevas religiones que duran hasta hoy, etc. Asimismo, el crecimiento de la población fue espectacular: entre los años 6.000 a.C. y el siglo V d.C. los habitantes del planeta pasaron de 15 a 200 millones.
Como principales fuentes de energía se utilizaron la madera y los esclavos, que obviamente generaban residuos reciclables. Aunque ya se conocían las velas para navegar y los molinos hidráulicos, su aplicación fue escasa hasta que se agotaron las fuentes de energía mencionadas. Como curiosidad, el ejército de Aníbal movía una potencia equivalente a sólo la décima parte de un avión de combate moderno, pero los residuos que deja este último son infinitamente más dañinos para el planeta. Las famosas pirámides de Egipto fueron construidas por cientos de miles de esclavos, cuya vida laboral era bastante corta porque acababan hechos polvo o en el cementerio a las pocas semanas. Si aquellos pobres currantes supieran que hoy en día hay quien dice que las pirámides las hicieron los extraterrestes...
El auge de Atenas en tiempos de Pericles, en el siglo V a.C., disparó el consumo de madera a consecuencia de varios factores derivados de su supremacía militar en el Mediterráneo, adquirida cuando la flota de Temístocles venció a los persas de Jerjes en la renombrada batalla de Salamina (480 a.C.): la construcción naval asociada al mantenimiento de la flota (un contemporáneo dijo que "ningún poder en la Tierra, ni el rey de Persia ni ninguna persona bajo el Sol, podía impedirles navegar por donde querían"); la construcción civil asociada al crecimiento de la población (numerosos inmigrantes acudían atraídos por la fama de la ciudad vencedora); la demanda de leña y carbón vegetal para cocinar y calentar las casas; el carbón vegetal que consumían los hornos de la potente industria vidriera y alfarera, cuyos productos representaban la alta tecnología de aquel entonces y que Atenas intercambiaba por materias primas de otros lugares (trigo de Egipto, estaño de España, etc.); y el carbón vegetal que consumían los hornos de las minas de plata de Laurion, con la que la ciudad financiaba su continua expansión.
Con tanta prosperidad, el consumo de madera se hizo muy superior a la capacidad de producción de los bosques que rodeaban a la ciudad, acarreando su deforestación y la necesidad de importar madera desde lugares muy lejanos. El consecuente incremento de los precios originó una importante "crisis energética", en la que es fácil reconocer muchos paralelismos con la situación actual. La necesidad de madera hizo que los atenienses enviaron 10.000 colonos a establecerse en Anfípolis (la antigua capital de Macedonia), para garantizar el suministro permanente de pinos y abetos. También les llevó a desarrollar las primeras viviendas bioclimáticas, constituidas por un patio orientado al Sur, al que dan las habitaciones, que cierran sus paredes por el Norte. Este tipo de viviendas exigía una inversión inicial mayor que las convencionales, pero permitía aprovechar el calor del Sol para calefacción, ahorrando madera o carbón vegetal. Como se ve, la ocupación de territorios extranjeros, productores de recursos energéticos, y la utilización de la energía solar para ahorrar energía en los edificios no constituyen una novedad asociada a los avatares del petróleo.
En cuanto a la otra fuente de mano de obra utilizada, se estima que durante el esplendor de Atenas la relación esclavos/ciudadanos era de 5 a 1. Esta proporción entre privilegiados y desfavorecidos se ha mantenido más o menos constante en el mundo hasta nuestros días. Como anécdota, en una carta de Cicerón a su hermano, escrita en el año 54 antes de Cristo, se lee lo siguiente: "Muchas gracias por tu promesa de esclavos. Como tú dices, estoy falto de ellos, tanto en Roma como en mis propiedades. Pero, mi querido amigo, no tengas en cuenta para nada mis necesidades excepto si es absolutamente conveniente y fácil para ti".
El Imperio Romano consumía unos 500.000 esclavos por año. A partir del siglo II d.C. el ejército imperial ya no pudo mantener las guerras que aseguraban el suministro de esclavos porque, a pesar de su enorme tamaño (tenía 650.000 efectivos permanentes cuando la reforma de Constantino el Grande), las fronteras eran demasiado extensas y estaban demasiado lejos. Cuenta Edward Gibbon, en su clásica "Historia de la Decadencia del Imperio Romano", que cuando los godos de Alarico sitiaron Roma -que finalmente tomaron- en el año 410 "...las primeras emociones de los nobles y del pueblo fueron de sorpresa e indignación porque un vil bárbaro se atreviera a insultar a la capital del mundo; pero su arrogancia pronto resultó humillada por la desgracia... La desafortunada ciudad fue experimentando gradualmente la angustia de la escasez y, al final, las terribles calamidades del hambre... La gente se disputaba con rabia la comida más repugnante para la razón o la imaginación...". En el siglo I a.C., Cicerón había insistido en la insostenibilidad de un régimen de esclavos que no incluyera la esperanza de la manumisión. Después, el Imperio fue reduciendo progresivamente práctica tan saludable. Cuando los godos sitiaron Roma, nadie recordaba la sabia advertencia de Cicerón. Las crisis se suelen presentan con carácter de sorpresa, como siempre ha ocurrido con las que ya conoce la Historia (baste pensar en los recientes atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001).
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