Entre la caída del Imperio Romano y el siglo X hubo un periodo caracterizado por la regresión tecnológica, así como por la pérdida de población y riqueza. La estructura social se convirtió en feudalismo.
Los primeros molinos hidráulicos datan del siglo II d.C. pero su uso extensivo hubo de esperar, primero, a que la mano de obra esclava se encareciese mucho (aunque un solo molino de agua rendía lo mismo que 40 esclavos) y a que se estructurara toda una legislación relativa al derecho del uso del agua que garantizase la rentabilidad de las costosas inversiones que representaba la construcción de los ingenios hidráulicos, lo que no fue posible hasta superar las condiciones de inestabilidad social del Alto Medioevo, y que eran consecuencia de la desaparición de la organización, que siguió a la caída del Imperio Romano. No es casualidad que el Fuero Juzgo, la recopilación legislativa del siglo VII que regulaba la nueva organización que los visigodos intentaron implantar en la Hispania posromana, prestaba una atención especial a los asuntos del agua, castigando duramente los robos en los molinos.
A partir del siglo X se puede decir que se produce una primera revolución industrial. La invención de la herradura y la utilización de colleras permiten que los caballos pasen de proporcionar 200 a los famosos 735 watios de potencia (siglos más tarde se definió la unidad "caballo de vapor" como el equivalente a 735 watios). La combinación de herraduras y armaduras hizo temible a la caballería de los ejércitos, de igual modo que la combinación de motores de gasolina y blindajes revolucionó la forma de hacer la guerra en el siglo XX.
También se hizo uso extensivo de lo que hoy en día llamamos "energías renovables", energías basadas en fuentes prácticamente inagotables y que además no contaminan: ruedas hidráulicas, máquinas de elevar agua, molinos de viento, molinos flotantes, etc.
Sin embargo, a pesar del uso de estas energías limpias, la tremenda deforestación producida sobre todo para hacer carbón vegetal llevó al agotamiento de la madera en grandes regiones europeas. Para hacernos una idea de la situación, baste pensar que en el norte de Francia en el siglo XIII la madera era tan cara que, para enterrar a sus muertos, los pobres alquilaban un féretro pues no lo podían comprar.
De este modo, se comenzó a utilizar carbón mineral. En el siglo XIII, Enrique II de Inglaterra autorizó la extracción de carbón porque los habitantes de Newcastle se morían congelados. En el siglo XV, el Papa Pío II dejó escrito que, durante una visita a Escocia, le sorprendió ver en las puertas de las iglesias hileras de gente que "recibían como limosna pedazos de una piedra negra con la que se retiraban satisfechos. Esta especie de piedra la queman en lugar de la madera, de que su país está desprovisto". Pues sí, la mismísima Gran Bretaña, con todo lo que allí llueve, se quedó sin madera suficiente para satisfacer las necesidades de la gente.
Sin embargo, el empleo de carbón mineral significó el comienzo de la contaminación atmosférica grave. Otro escrito inglés fechado en 1307 decía lo siguiente: "El rey, a resultas de la evidencia dada por los ciudadanos y el buen pueblo de Londres, ha llegado a saber que los hornos de cal queman carbón, en vez de madera y carbón vegetal... El uso del carbón produce un irrespirable olor que se extiende por todos lados, y contamina el aire causando amplio descontento y afectando al bienestar físico". Efectivamente, hoy en día sabemos que la quema de carbón mineral en bruto arroja a la atmósfera cantidades considerables de azufre, el cual produce lluvia ácida y contamina el ciclo del agua, por no hablar del efecto invernadero provocado por el dióxido de carbono.
Aunque no tuviera mucho que ver con la acción del hombre, el cambio natural del clima europeo desde 1315 a 1317, cuando lluvias incesantes convirtieron al Occidente en un lodazal inmenso arruinando así las cosechas, provocó depresión económica, hambre y epidemias. En esa época Groenlandia (Grünland, la tierra verde) se convirtió en una tierra blanca con el descenso de los glaciares del Ártico, que generó un terrible cambio climático. Veinte años después sobrevino otra calamidad: la famosa peste negra. La peste había desaparecido en el Occidente desde el siglo VII y la trajeron de nuevo las ratas de los navíos comerciales provenientes de Turquía, adonde la epidemia había llegado desde China. Parece ser que una mutación genética, provocada tal vez por algún cambio climático, convirtió en mortífera la picadura de una pulga que siempre había convivido con las ratas y con los humanos. De este modo, la población cayó de 80 a 45 millones de habitantes en Europa. La verdad es que no debió de resultar muy agradable vivir en la Europa del siglo XIV. Como vemos, lo del cambio climático no es ninguna broma, no sabemos los efectos que puede llegar a desencadenar.
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