La revolución industrial provocada por la utilización de la energía del vapor fue a su vez la causa de una de las mayores transformaciones sociales que ha experimentado la humanidad. La aparición de nuevas clases sociales fuertemente diferenciadas y con intereses enfrentados fue el germen de la elaboración de las doctrinas y de los partidos políticos que han llegado hasta nuestros días. Pero los avances científicos y tecnológicos cada vez aparecen con mayor rapidez, provocando también acelerados cambios en el modo de vida de las personas y nuevas transformaciones sociales.
Al cabo de unos años de haber inventado el ferrocarril, algunas personas se percataron de las ventajas que podría proporcionar la incorporación de una caldera de combustión a los vetustos coches de caballos. Pero, claro, cargar con kilos de carbón sólo estaba al alcance de una gran locomotora... Así que se recurrió al petróleo para mover los vehículos utilitarios. Sin embargo, el petróleo, además de la contaminación que genera, tiene un gran problema asociado: los países occidentales no lo poseen en cantidad suficiente y dependen de países hostiles o inestables para su suministro, circunstancia que se ha convertido en permanente fuente de conflictos. Los países europeos se hallan en una situación similar a la que se produjo tras la toma de Constantinopla por los turcos: los recursos deseados están controlados en gran medida por países islámicos poco afines.
Pero, bueno, como no hay mal que por bien no venga, si yo estoy escribiendo este artículo se debe en gran medida a que la escasez de petróleo y los daños medioambientales que produce han abierto los ojos a la especie humana. Hasta la crisis del petróleo de 1973, la humanidad nunca se había comportado teniendo en cuenta que los recursos energéticos son limitados y agotables, y tampoco había importado toda la porquería que se arrojaba al planeta.
Por otra parte, desde que Thomas A. Edison inventó la bombilla incandescente, el ser humano se devana los sesos con el objetivo de proporcionar energía eléctrica para la iluminación de su hábitat y para que funcionen los curiosos cacharrillos que ha ido inventando, como la televisión. La tele también podría funcionar con gasolina, pero sería bastante molesto, ¿verdad?
Para generar electricidad se ha probado de todo (y lo que te rondaré, morena): quema de combustibles fósiles como el carbón, el gas o el petróleo; saltos de agua en pantanos; molinos de viento; paneles solares; centrales nucleares; etc. Cualquier cosa se aprovecha: fuentes de energía viejas y nuevas, recursos limpios y materiales altamente contaminantes. Las viejas fuentes de energía, junto con la solar, no resultan agresivas al medio ambiente pero no pueden proporcionar toda la electricidad que necesitamos, mientras que con los combustibles fósiles y la energía nuclear sucede todo lo contrario. Además, con la energía nuclear, el ser humano por fin ha encontrado un medio rápido para autodestuir su propia especie, bien mediante las explosiones directas o mediante la inmensa contaminación y consiguiente cambio climático que generaría una guerra nuclear.
Sin embargo, en contra de lo que se podría esperar, el consumo actual de viejos conocidos como la madera y carbón en las últimas décadas ha sido el mayor de la Historia, a pesar de la masiva utilización de recién llegados como el petróleo y la electricidad.
En este sentido, el paradigma de la "diversificación", tan mentado como original de las políticas energéticas posteriores a la crisis del petróleo de 1973, no es en realidad más que el reconocimiento oficial de una tendencia intrínseca que se manifiesta desde los orígenes de la humanidad. Por ejemplo, la producción de electricidad en España durante la primera mitad del siglo XX se hacía casi exclusivamente con energía hidráulica. Cuando finalizaron de construirse la mayoría de los embalses posibles, hubo que recurrir a otras fuentes: carbón, nuclear, gas, etc. Pero el agua sigue utilizándose hoy en día en la misma cantidad absoluta que antes, aunque haya disminuido su porcentaje relativo.
Pero resulta paradójico hablar de múltiples fuentes de energía cuando 1.300 millones de seres humanos no tienen agua potable cerca de su vivienda y 2.000 millones no disfrutan de la electricidad. Todavía hoy 2.000 millones de personas dependen de la leña para cocinar, de las cuales 125 millones no consiguen suficiente y se ven obligadas a comerse casi crudos los pocos alimentos que pueden encontrar. La mitad de la madera que se consume en el mundo es para combustible, y de esta cantidad cuatro quintas partes en el llamado Tercer Mundo. Algunas de las consecuencias inmediatas de esta práctica son: la deforestación, el incremento del esfuerzo para recolectar la leña y la quema de 400 millones de toneladas de estiércol al año.
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