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Energía e Historia: pocos recursos y muchos residuos
Interpretación energética de la Historia humana

José Eduardo Mohedano Córdoba
 
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Interpretación energética de la Historia humana

El modelo que ha seguido la evolución de la historia humana desde el punto de vista energético aparece en la siguiente figura, que en realidad es una adaptación de los conceptos representados en el diagrama del apartado anterior:

Ciclo evolutivo de la civilización humana

Aunque la "innovación" aparezca representada en el primer cuadro, más bien es el agotamiento de recursos lo que debe ser considerado como inicio y fin de cada ciclo, de hecho el agotamiento se comporta como un auténtico motor evolutivo. Este ciclo se ha repetido una y otra vez desde que los homínidos aparecieron sobre la faz de la Tierra. Las sociedades humanas se comportan como sistemas y, como tales, su funcionamiento exige un flujo continuo de energía. Para mantener este flujo, los sistemas deben organizarse de tal forma que sean capaces, primero, de captar recursos energéticos externos; segundo, asimilarlos para extraer orden de ellos; y, por último, librarse de los residuos resultantes del proceso.

La necesidad de captar y asimilar recursos externos al sistema social es tan perentoria que, de hecho, la forma concreta que adopta su organización responde, en gran medida, a esa necesidad. Es decir, la forma del sistema es precisamente la que necesita para captar y asimilar el recurso que lo mantiene. Hasta fechas recientes, los residuos habían influido más bien poco en esta organización, aunque parece que se está produciendo un cambio de tendencia debido a que los residuos generados por la especie humana, sobre todo desde la revolución industrial, cada vez son más contaminantes y cada vez nos estorban más.

Marea negra

Cada ciclo se inicia con un periodo en el que la abundancia de los recursos permite al sistema mantenerse en un estado estable en su forma, así como crecer en tamaño y complejidad social. Este crecimiento del tamaño conlleva el incremento de la presión sobre los recursos, y aumenta progresivamente la dificultad de abastecimiento, hasta el punto de comprometer la estabilidad del sistema. El agotamiento no debe entenderse necesariamente como la desaparición física de los recursos, sino más bien como la creciente dificultad para acceder a ellos, que se traduce en progresivas alzas de precios. Efectivamente, el tan cacareado "aumento del consumo" que se predica desde hace años en Occidente tiene su lado oscuro, muy oscuro y muy tenebroso.

Sobreviene entonces una época de crisis, en la que el sistema evoluciona con rapidez a través de un periodo transitorio, caracterizado por la experimentación tecnológica en busca de una mayor disposición de energía, bien mediante la incorporación de un nuevo recurso, o bien mediante el incremento de la eficiencia en el aprovechamiento de uno anterior.

En principio, un sistema puede entrar en crisis no sólo porque se agoten sus recursos energéticos, sino también porque su organización interna se desestabilice, o porque la acumulación de sus residuos no reciclables llegue a ser muy grande. De hecho, estos elementos se observan en toda crisis, correlados con el agotamiento de los recursos. Conforme estos van mostrando señales de escasez, se acrecienta la competencia por disfrutarlos, y surgen conflictos entre los diversos estamentos sociales interesados en su utilización.

La crisis termina cuando el sistema es capaz de incorporar una nueva tecnología, que restaura la disponibilidad energética, e inaugura un nuevo ciclo. Esta incorporación exige que, además de desarrollar la correspondiente pericia técnica, el sistema transforme su organización, para adaptarse a lo que exige la asimilación del nuevo recurso. Comparado con el ciclo anterior, el nuevo ciclo siempre comporta: una organización más compleja, una peor relación beneficio/esfuerzo, y un aumento de la densidad energética.

Desgraciadamente, la disminución de la rentabilidad energética con cada cambio de actividad parece ser una ley sin excepción, que se aplica a la Historia en su generalidad: por ejemplo, cazar un mamut resultaba, en términos energéticos, unas 16 veces más provechoso que plantar una hectárea de trigo con su consiguiente elaboración del pan, por lo que la gente prefería cazar mamuts... hasta que se acabaron. Otro ejemplo más actual: una central térmica tarda, en el mejor de los casos, no menos de 5 años en devolver la energía que se invierte en su construcción, mientras que su vida operativa no va más allá de 30 años, por lo que su rentabilidad energética es, como mucho, del orden de 6 veces.

Los cambios de actividad energética van aparejados de un incremento de la complejidad social. Obviamente, la organización social no está únicamente determinada por la obtención de energía (por ejemplo, los cazadores tienen también que cuidar de sus hijos, enfermos y ancianos), pero cabe poca duda de que la estructura energética influye poderosamente en la estructura de las sociedades. Y esto debe hacernos sospechar que lo que, en un sentido amplio, se entiende por cultura y progreso social también es, en buena medida, fruto de la necesidad. Durante mucho tiempo, los historiadores han presentado esta evolución como una escalera que, peldaño a peldaño, ha ido conduciendo a los humanos por estadios de creciente perfección, llamados por un supuesto destino escrito en alguna parte de la cosmología universal. Sin embargo, cada vez son más los autores que piensan -pensamos- que este camino de progreso debe ser analizado desde otras perspectivas, menos apriorísticas y más sistémicas, que permitan considerar adecuadamente el hecho cierto de que, como afirma el segundo principio de la termodinámica, no hay nada gratis en la vida.

Muchas veces las innovaciones no surgen por una crisis, sino como fruto de la creatividad humana. Pero el que se invente algo nuevo no conduce necesariamente a que el sistema lo utilice, de hecho es frecuente encontrar que ambos eventos estén muy separados en el tiempo. En muchas circunstancias, es precisamente la resistencia al cambio de organización social de donde derivan los mayores impedimentos para que los sistemas incorporen innovaciones tecnológicas. Nadie mejor que Maquiavelo para explicar la razón: "Nótese bien que no hay cosa más difícil de tratar, ni más dudosa de conseguir, ni más peligrosa de conducir, que hacerse promotor de la implantación de nuevas instituciones. La causa de tamaña dificultad reside en que el promotor tiene por enemigos a todos aquellos que sacaban provecho del antiguo orden y encuentra unos defensores tímidos en todos los que se verían beneficiados por el nuevo..." (El Príncipe, Cap VI). ¿Será la resistencia al cambio lo que frena la expansión de las energías renovables en beneficio de la utilización de combustibles fósiles? Bueno, ¿quién sabe? Lo único que los pobres mortales percibimos es el inmenso e innegable poder de las multinacionales del petróleo, pero su hipotética capacidad para movilizar tropas y corromper políticos escapa a nuestro humilde conocimiento.

La lista de inventores que sufrieron muchas calamidades en su vida y que fueron proclamados como genios después de su muerte es, también, una clara manifestación del divorcio temporal entre invención e incorporación. Por ejemplo, en 1539, Blasco de Garay, que inventó un barco movido por ruedas de paletas para solventar las limitaciones de las velas cuando el viento no soplaba a favor, escribió al rey Carlos V: "...Y porque sin comer no se puede hacer cosa, escribo a su merced la necesidad que tengo de que me provean de algo para gustar... la necesidad es ya tanta que me quita el entendimiento de lo que hago el pensamiento del comer, que es el más triste pensamiento que yo probé jamás". Poco más tarde lograba hacer una prueba en el puerto de Málaga, con una nao propulsada por seis ruedas movidas por dieciocho hombres, pero la aplicación de su invento no pasó de un mero experimento en aquella época. Desde aquí, como ingeniero que soy, rindo mi más sentido homenaje a Blasco de Garay, cuya invención pudo haber evitado el desastre de la Armada Invencible y habría cambiado sin duda muchos otros acontecimientos de la Historia. Hoy cuenta con una calle dedicada a su memoria en el distrito de Moncloa en Madrid.

A continuación veremos que las principales etapas históricas y el tránsito entre ellas siempre han tenido una interpretación desde el punto de vista energético (o termodinámico, que a los efectos es lo mismo).


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