Otra gran incoherencia: el hombre, la especie más inteligente de la Tierra sin ninguna duda, es la más peligrosa para la vida existente en nuestro planeta. La aparición de la especie humana, lejos de mejorar la situación de la Tierra en los aspectos medioambientales, como quizá podría esperarse de un ser tan inteligente, produce todo lo contrario. Sucede que cuanto más desarrollada es una sociedad humana, cuanto mayor es su nivel tecnológico, cuanto más crece su ciencia y sus conocimientos humanísticos, más contamina, más mata y más degrada.
La pregunta del millón es la siguiente: ¿es lógica esta actitud, o no?. De este interrogante se derivarían otros complementarios como: ¿Si fuera lógica esta actitud, lo sería en función de nuestra racionalidad o de nuestra irracionalidad?, ¿Si fuera una actitud al servicio de nuestra irracionalidad, sería en realidad de la nuestra o de la comunidad orgánica de la que podemos estar formando parte junto con los demás seres vivos del planeta?.
En el poema Insomnio, perteneciente a los Hijos de la Ira de Damaso Alonso, pueden leerse estos versos:
Dime, ¿qué huerto quieres abonar con nuestra podredumbre?
¿Temes que se te sequen los grandes rosales del día,
las tristes azucenas letales de tus noches?
Sin lugar a duda, Damaso expresa en este fragmento una protesta cósmica.....
La ecología
Cuando se produce un fenómeno, como puede ser un problema medioambiental, éste debe ser explicado. Desde una perspectiva racional un problema se reconoce por sus síntomas, pero nunca puede ser atacado con eficacia si no se descubre el mecanismo de funcionamiento del sistema y de qué manera éste ha sido perturbado por unos factores causales que han producido dichos síntomas.
Desde esta perspectiva era necesario que surgiera una ciencia medioambiental, la ecología, que se ocupara de los mecanismos que rigen las relaciones entre los seres vivos, y de éstos con el medio físico-químico del que dependen.
La existencia de un corpus científico no garantiza que el hombre pueda solucionar eficazmente sus problemas, por ejemplo la economía existe hace mucho tiempo, y sin embargo la pobreza no ha sido erradicada. Parece pues que la existencia de la ecología no garantiza la solución de los problemas ecológicos. Por tal razón un sector de la población cree conveniente dar un testimonio activo a favor de una política racional en el uso de los recursos y en la conservación del medio ambiente dentro de unos límites aceptables para la humanidad. Junto al científico -ecólogo-, un personaje elegante socialmente y poco molesto políticamente, surge una especie de mosca cojonera [ Nota 90 ], un tipo de personaje que siempre que aparece recuerda todo aquello que la sociedad no quiere ver, al que se le ha vuelto la espalda por comodidad: el ecologista.
A partir de los términos griegos Oikos -casa, hábitat- y logos -razón, discurso- el biólogo alemán Ernst Haeckel creó la palabra "Oekología" que incluyó por primera vez en 1866, en su "Morfología general", con objeto de sustituir a la palabra biología que en aquella época se utilizaba para referirse a la relación del organismo con su medio ambiente de un modo muy restringido. Haeckel se refirió a la Oekología en estos términos: "Por Oekología entendemos (...) la ciencia de las relaciones del organismo con el medio ambiente, incluidas, en sentido amplio, todas las condiciones de la existencia". E.P. Odum escribe: "Habitualmente, la ecología se describe como el estudio de las relaciones de los organismos o de los grupos de organismos con su entorno ". Aunque se suele dar la paternidad de la Ecología a Haeckel, sin embargo este autor no realizó en toda su vida ningún trabajo sobre este tema, incluso manifestó una actitud hostil hacia las investigaciones pioneras de Hensen sobre la productividad marina.
Previo a la invención de Haeckel del término "ecología" existía una disciplina científica creada por Humboldt en 1805 denominada geografía de las plantas, cuya finalidad era "considerar los vegetales bajo las relaciones de su asociación local en los diferentes climas". Humboldt veía que la distribución de las plantas, y probablemente también la de los animales, no guardaba relación con la clasificación linneana -un prado no estaba formado sólo de gramíneas, ni un bosque sólo de coníferas-, y sin embargo sí con el clima. Todas las tundras se parecían mucho, como todos los bosques tropicales húmedos.
En 1838 el botánico alemán Grisebach establece el término formación geográfica "a un grupo de plantas con un carácter fisionómico parecido, como un prado, un bosque, etc." Se observa en este concepto el surgimiento de una primera unidad para entender un aspecto del funcionamiento de una agrupación de seres vivos, en este caso su distribución geográfica.
Hacia finales del siglo XIX éste tipo de estudios geobotánicos se orientaron hacia lo que hoy se llama Ecología vegetal, al tener que ocuparse para explicar la distribución geográfica de otras propiedades de los vegetales como el crecimiento y sus modos de vida característicos. De esta manera se imponen modos de nombrar a las plantas según propiedades como la alta necesidad de agua -higrofilia- y por tanto se nombrará a las plantas higrófilas, junto a otras como las xerófilas o que viven en medios secos.
Hacia los años 30 del siglo XX muchos ecólogos compartían las ideas organicistas del norteamericano F.E. Clements, en el sentido de considerar a las comunidades vivas como organismos vivos. V.E. Shelford, especialista norteamericano en biocenosis [ Nota 91 ], comparó las comunidades vegetales con los organismos ameboides [ Nota 92 ], estableciendo analogías entre la extensión de las manchas verdes y la dinámica de los pseudópodos protozoarios [ Nota 93 ]. Este mismo autor y otros admitieron que estas posturas son difíciles de mantener.
El concepto capital de la ecología, el ecosistema, aparece en 1935, debido al ecólogo inglés A.G. Tansley, que lo utiliza para designar el conjunto formado por la biocenosis y su entorno abiótico, el biotopo. A lo largo de las tres primeras décadas del siglo XX la ecología alcanza una visión dinámica de la naturaleza, descubriéndose que los ecosistemas pasan por una serie de fases intermedias hasta alcanzar el climax [ Nota 94 ]. De este modo el funcionamiento del medio puede ser previsto y por tanto se puede proceder a explotar racionalmente la naturaleza.
Los ecosistemas tienen capacidad de autoregularse. Al conjunto de mecanismos numerosos y complejos que rigen el comportamiento de los sistemas ecológicos se le denomina homeostasis.
No obstante existe el peligro de confundir la manifestación de una propiedad general de un sistema con la expresión de un ser vivo. Einstein en su teoría de la relatividad, establece la existencia de dos sucesos comunes al Universo: el primero la velocidad constante de la luz a 300.000 km/s, el segundo es la existencia de un principio de acción y reacción, es decir, que en cualquier parte del Universo a la aplicación de una fuerza en un sentido se le va a oponer espontáneamente una fuerza en sentido contrario. En un sistema químico (como por ejemplo un café), si sumergimos por un extremo un terrón de azúcar, cuya concentración es máxima en comparación al café, en un intento de oponerse a la diferencia de concentración, el café comenzará a invadir el terrón de azúcar; sin embargo no estamos en un sistema vivo, por tanto el conjunto cafe-azúcar no posee homeostasis, es una simple manifestación de oponer una fuerza en contra de otra que se empleó en su momento en concentrar el azúcar obtenido a partir de remolacha, caña u otro origen. Es posible confundir la manifestación de un conjunto de fuerzas de inercia contra una serie de factores modificadores de un equilibrio o estado cercano al equilibrio con un proceso homeostático, o de otro modo: confundir un proceso de naturaleza físico-química con un proceso vital, un proceso que en líneas generales se realizaría aunque no existiera vida en la Tierra con otro que sólo ocurriría caso de existir seres vivos.
Los ecólogos fueron descubriendo que en el ecosistema priman las relaciones de alimentación y de traslado de la energía de unos organismos a otros, que en origen proviene del Sol. En 1941, a los 27 años, Raymond Lindeman presenta la teoría de los ecosistemas a partir del estudio de un ecosistema lacustre, al año siguiente extiende sus conclusiones a todo tipo de ecosistemas muriendo de cáncer en 1942. Lindeman introduce la termodinámica en los sistemas ecológicos. Los sistemas vivos mantienen su orden interno aumentando el desorden externo. De otro modo la entropía dentro del ser vivo no aumenta porque aumenta la entropía en el exterior de éste como resultado de la actividad vital.
Los hermanos Odum en su Fundamentals of ecology consideran al ecosistema como un organismo vivo: "Los organismos vivos, los ecosistemas y toda la biosfera poseen la característica especial de ser capaces de crear y de mantener un estado de orden interior, o de baja entropía". Dicho de otro modo el espacio intermedio entre los seres vivos de un ecosistema no aumenta lo suficiente de entropía como para decir que estamos fuera de un ser vivo. Las relaciones entre distintos componentes que tienden al equilibrado, como los ciclos depredador-presa en el que un incremento o descenso del depredador implica un proceso similar en el segundo, en el ecosistema son consideradas como mecanismos de retroacción tendentes a la homeostasis. Ramón Margalef se muestra dentro de la tendencia de considerar estos aspectos cibernéticos en el funcionamiento del ecosistema.
Aristóteles, a diferencia de los ecólogos modernos, era finalista; para él las agrupaciones de organismos que coinciden en ciertas características muestra que la naturaleza busca la adaptación. De tal modo la presencia de las palmípedas en las zonas húmedas, o de los peces en el agua no era casual. Aristóteles atribuye a la naturaleza un proyecto semejante al de un ingeniero: "Al igual que algunos fabrican aparatos para permitir a los buceadores permanecer largo tiempo bajo el mar aspirando el aire de la superficie, así, sobre este principio ha regulado la naturaleza el tamaño de la nariz de los elefantes". Carl von Linné (1707-1778) también era finalista, según él los mecanismos en cuestión fueron deseados por el autor de la naturaleza.
Sin embargo los ecólogos modernos intentan explicar, desde una perspectiva mecanicista, la interacción entre el medio y el organismo bajo un esquema de azar y necesidad, que, al igual que en el caso del finalismo de Aristóteles, también necesita para asimilarse unas dosis de creencia que no han podido ser eliminadas.
El pensamiento de Odum sincretiza el pensamiento mecanicista junto con el organicista sobre el funcionamiento de los ecosistemas. El primero puede expresarse bajo modelos industriales de producción, síntesis de productos, consumo de energía, etc. El segundo aplica al ecosistema una categoría superior de organismo único.
En los años 70 vuelve a aparecer dentro del discurso ecologista la idea de que la Tierra es un ser vivo, que Lovelook ha incluido en Gaia, su teoría sobre la Tierra. Gaia sería un organismo vivo dotado de homeostasis y que se "fabricaría" sus propios seres vivos y modificaría las condiciones voluntariamente de acuerdo con sus intereses.
En palabras de Pascal Acot la ciencia ecológica está muy impregnada de organicismo. No obstante a pesar de ello es posible que se esté en lo cierto pues otras ciencias como la citología, la histología o la zoología están impregnadas de lo mismo y nadie duda de su acierto en lo referente a este aspecto. Los límites del hombre no tienen por qué medirse solamente en términos de espacio o de tiempo, sino también de organización. Nuestros instrumentos lógicos y técnicos pueden no servir para observar sistemas estructurados de mayor nivel que el nuestro o mucho menor: ¿qué es el electrón?, ¿qué y cómo es, caso que exista, un sistema mayor que el nuestro en el que nosotros podemos estar integrados?
La sensibilidad social
Los pueblos que más sensibilizados se encuentran con el medio ambiente son los tribales; por el contrario las concentraciones de gente en las ciudades desconectan a las personas de su entorno natural. A los habitantes de las grandes urbes un problema medioambiental parece sintonizarles menos que una calle con baches, o una subida de los precios. Esto es válido para cualquier país, pues hay que reconocer que incluso en los países con éxito político de los partidos verdes, éstos no han pasado de ser partidos parlamentarios minoritarios.
Realizando una simple correlación matemática se ve que los países donde el movimiento ecologista ha despuntado son los más ricos. En los países pobres caso de existir verdes, no poseen más que una presencia testimonial. Probablemente si extrapolamos el nivel económico español al modelo de correlación los resultados previstos por el modelo sean coincidentes con los obtenidos
Lo cierto es que los países ricos, una vez ya conseguido el desarrollo, se preocupan por una calidad de vida mayor que no es equivalente a un nivel económico mayor, aunque guarda cierta relación; quizá sea pertinente citar aquí a Groucho Marx (1895-1977), quien dijo: " ¡Hay tantas cosas en la vida más importantes que el dinero! ¡Pero cuestan tanto!". Los países menos desarrollados, eufemismo con el que se nombra a los pobres, necesitan primero alcanzar un nivel superior de desarrollo, para posteriormente preocuparse por su calidad de vida. La China Popular, antes de sumarse a un convenio internacional sobre control de la producción de CFC, consideraba importante cumplir con un objetivo desarrollista: que una de cada cuatro familias tuviera nevera en el año 2000. Podemos criticar la postura de China, pero ¿que diríamos si en España mismo se nos obligara a reducir el número de neveras a una por cada cuatro familias, lo que al fin y al cabo es el objetivo chino?.
Otra de las posibles razones de que las sociedades no asuman los principios conservacionistas es que las culturas que impregnan a éstas y que evidentemente marcan las bases del comportamiento humano, sitúan a la naturaleza en un lugar irrelevante. Probablemente el mundo más contaminante sea el cristiano. Para un cristiano la naturaleza es un lugar puesto por Dios para que el hombre haga lo que quiera. Los animales y las plantas carecen de alma, y no hay ni un solo mandamiento que se refiera al daño realizado al ecosistema. El cristiano no parece haber recibido ni manifiesta una conciencia ecológica que le haga sentirse mal cuando contamina, ni existe ningún mandamiento que diga: "No dañaras a las aguas, a los aires, ni destruirás los equilibrios que Dios ha puesto en el mundo para la vida tuya y de tus hijos".
Por otro lado no digamos ya de cuando incluso los principios morales de las sociedades caen, desaparecen las ideologías, y se sustituye todo por un culto a la imagen por la imagen, y al consumo desenfrenado. Una sociedad en donde todo vale.
La falta de principios conservacionistas en la naturaleza humana se manifiesta en una falta de coordenadas claras a la hora de hacer leyes que protejan el medio ambiente. Los daños causados deben ser graves, pero grave es un concepto vago muy propio de nuestra habla natural que como mucho podría ser especificado a partir de complicados estudios y referencias que siempre podrían ser refutadas basándose en una falta de objetividad. ¿Cuál es la importancia de un incendio provocado si ese bosque más pronto o más tarde se iba a quemar como un proceso más de autorregulación del bosque?. ¿Cuál es el daño al ecosistema producido por una empresa que contamina?. ¿Cómo podemos estudiar todas las cadenas alimentarias a las que ha afectado?. ¿Quién garantiza que los daños no son parcial o totalmente producidos por otros vertidos de otras fábricas, o se produce un efecto de sinergía [ Nota 95 ] totalmente involuntario entre distintos productos?. Y es que el mayor grado de complejidad que una ciencia puede acometer es precisamente el que encara la ecología: el nivel químico, el físico, el biológico, el sociológico, el económico, el moral, etc.; enfrentarse a todos estos problemas con un lenguaje tan limitado como el humano produce unos niveles de indeterminación tan elevados que si no se parte de unos sólidos principios morales respecto al entorno es lógico que una buena sentencia en derecho medioambiental sea una reprimenda del juez al causante del daño, o una multa irrisoria en función de los beneficios que se han producido al realizar el daño a la naturaleza.
La ecología y el desarrollo
El desarrollo de la ciencia y de la tecnología va parejo al desarrollo de las ciudades, y por contra los ciudadanos tienden a perder la sensibilidad ante los aspectos ecológicos y medioambientales que los problemas de desarrollo imponen.
Da la sensación de que cuando se comete un asesinato o un robo, el daño se establece fácilmente en el juicio, y éste es un factor constante. A continuación lo que se juzga es la conducta del que realiza el delito con objeto de establecer su grado de responsabilidad. Sin embargo en los delitos ecológicos el constante daño, que es fácil de observar en otro tipo de delitos, aquí se transforma en una variable mucho más difícil de determinar que la conducta del posible responsable, y no digamos de la ambigüedad de los enunciados legislativos que permiten una serie notable de salidas posibles a los abogados defensores.
El modelo de desarrollo existente actualmente recibe el nombre de desarrollo sostenido. Es necesario incrementar el desarrollo para que la economía funcione adecuadamente. En España incluso si no aumenta el Producto Interior Bruto un mínimo de un 2,5% anual se incrementa el paro. De otro modo el modelo de desarrollo sostenido implica aumentar la producción para mantener el mismo grado de empleo. Hasta ahora, y globalmente, es cierto que a mayor producción más contaminación, y esto a su vez implica PELIGRO. Se habla del efecto invernadero, del agujero de Ozono, de la contaminación de las aguas, del aire, etc. Esto llegó a plantear en su momento, por parte de organizaciones conservacionistas, la necesidad del desarrollo cero. No obstante era lógico que los países pobres no pasaran por ahí. Por ello se revisó el concepto y se habló del "desarrollo sostenible", es decir, un tipo de desarrollo que hiciera compatible niveles de conservación de la naturaleza aceptables con niveles de desarrollo económico necesarios. En la conferencia de Río se habló en estos términos, sin embargo, quizás fue un suceso positivo, pero poco más. A los países ricos no les interesaba estar controlados por los pobres en cuanto a los niveles de producción. EEUU tuvo una actitud muy negativa, y en cuanto a los pactos y protocolos firmados son un monumento a la vaguedad, a la ambigüedad, haciendo aguas a la hora de plasmarlos en números. La cuestión es: ¿Qué es realmente en cifras, distribuidas regionalmente, el desarrollo sostenible?. Una vez más nuestro lenguaje se ha mostrado ineficaz para llegar a acuerdos.
Quizá la mayor importancia de Río sea que en el próximo grado de destrucción ambiental, constituya un antecedente para volver a repetir una conferencia con los mismos objetivos. ¿Servirá para algo la próxima conferencia?.
Quien da primero, da dos veces...
Si somos una especie inteligente -la única del planeta- si nuestras cualidades son superiores a las de todos los demás seres vivos juntos, si estamos en el momento de mayor auge de nuestra ciencia, de nuestra tecnología ¿cómo es posible que lo estemos haciendo tan rematadamente mal?; ¿cómo es posible que estemos montando las peores guerras, las más crueles armas, que estemos produciendo tasas de desaparición de especies a la altura de la extinción masiva del Cretáceo?. ¿Cómo es posible que el hombre inteligente sea infinitamente más peligroso para la vida que el temible virus del SIDA?. ¿Por qué razón existe esta relación directa entre la peligrosidad y la inteligencia?. ¿O es qué quizás con nuestro instinto y con nuestra inteligencia no es posible hacer otra cosa?.
La existencia de la ecología y del ecologismo es una respuesta ante una problemática medioambiental. Sin embargo previo a esta respuesta hay una acción agresora que mantiene la iniciativa, entre la agresión y la respuesta transcurre un tiempo en el que el daño se sigue realizando. Más tarde está el problema de localizar causas, descubrir mecanismos y aplicar la solución correcta lo que no es nada fácil. Por desgracia el que da primero da dos veces, y siempre es primero la agresión que la respuesta. En términos de fuerzas las medidas ecológicas son a modo de una fuerza de inercia, una reacción, que se opone a una acción o primera fuerza de signo contrario. Por otro lado las fuerzas que dirigen los procesos no son las de inercia. En un coche que arranca notamos una fuerza de inercia hacia atrás, pero nos vamos hacia adelante.
¿Pueden ser eficaces las medidas ecológicas en este contexto?. Contestar a esta pregunta es hablar del futuro, pero de un modo global es evidente que hasta ahora las medidas ecológicas no han sido eficaces, a no ser que el papel de este tipo de reacciones no sea evitar el cambio, sino retardarlo y en todo caso suavizarlo. Personalmente me da la sensación que ésta es la máxima meta a la que se puede aspirar con la ecología.
El expresidente soviético Gorbachov opina que nuestra actitud en las dos, tres o cuatro próximas décadas va a ser determinante para la humanidad. Estamos en el comienzo de un camino sin retorno, o quizás hace mucho tiempo que el Universo y la vida están en él.
¿Es posible que con objeto de conseguir dar tiempo al hombre de construir la estructura tecnológica adecuada para llevar la vida a otros lugares del Universo, aparezca esta fuerza de inercia conservacionista, para oponerse a la alta velocidad de contaminación del medio e impedir la rápida extinción del hombre?.