Dan es un poco como la imagen que tenemos del inventor a la antigua; encerrado en su taller y pasando largas temporadas sin dormir cuando está en pos de algún nuevo artefacto. No es simplemente como un Ciro Peraloca, siempre presto a salir con un vistoso armatoste en divertidas situaciones de historieta, sino una idealización del "sueño americano", en donde todo lo que se necesita es una buena dosis de ingenio y conocimientos técnicos para poder dar en el clavo con un nuevo aparato, que al comercializarse cambie la vida de miles o millones de personas, y de paso enriquezca a quién lo ideó, que después del éxito obtenido será el dirigente de una gran empresa líder en cierta rama de la industria metida hasta lo más profundo de la vida cotidiana de la gente. Nada más cercano a una realidad vigente, en donde después de las épocas del transistor, el radio y la televisión, quizás los casos más representativos sean los pioneros de las computadoras personales y sus programas (¡por no hablar del Viagra desarrollado por la industria farmacéutica!).
La cabeza de Dan Davis, después de haber identificado un área en donde un nuevo invento pudiera ayudar a realizar ciertas labores, se pone a darle vueltas a una idea hasta que toma la forma de algo tangible que se pueda construir; y de esta forma se ocupa de la construcción de un ingenioso aparato que "evocaba el recuerdo de la muchacha emigrante semiesclava a quien la abuela abroncaba", es decir, artefactos que de forma automatizada realicen trabajos domésticos; el sueño de toda ama de casa incluyendo a las de nuestro tiempo. Es aquí donde el personaje de Dan entra en el esquema del ingeniero-inventor-empresario, que entre otras preocupaciones tiene que ver cómo construir el prototipo, ver que su invento pueda construirse con piezas estándar existentes en el mercado (para que al fabricarse en masa pueda tener un precio accesible que permita comercializarlo), y arreglárselas con los asuntos concernientes a propiedades y patentes. El protagonista llega a hacer, incluso, referencia a un artículo de la Scientific American, como una fuente del desarrollo de sus nuevas ideas.
En la época en que Heinlein publicó su libro, las tecnologías que tuvieron su boom después de la II Guerra Mundial (electrónica, cibernética, telecomunicaciones...) habían cambiado notoriamente la vida de los habitantes de los países desarrollados. No es de extrañarse que Heinlein extrapolara éstos avances hasta la época futura en que viven los protagonistas del libro: 1970.
Al leer este relato, destaca la mención de muchas compañías e industrias directamente por su nombre. Me pregunto si esto habrá causado problemas al autor o al editor en su momento (los editores de la edición que se reseña imprimen un comentario al respecto), pero pienso que estas menciones contribuyen a dar un ambiente más realista a la obra; pues al fin y al cabo se está hablando de un ingeniero-inventor-empresario estadounidense en un futuro a menos de 3 lustros de cuando se escribió la novela.
Dan es un hombre que gusta de su trabajo, gana buen dinero (y espera ganar más), está enamorado y piensa casarse. Pero no se imagina en lo más mínimo que una traición hará dar un brutal giro a su situación, y Heinlein nos absorbe con sus cualidades narrativas cuando nos conduce a este punto. La carrera y expectativas de Dan están a punto de emprender un hundimiento sin retorno, y sólo existe una sola persona en quien Dan puede confiar; y se trata sólo de una niña.
Como acción desencadenada por las circunstancias, Dan emprende el "sueño frío", que es como le llamaban a un costoso servicio que se ofrecía a personas que quisieran congelarse para, por ejemplo, despertar en alguna época futura donde hubiera una cura para su enfermedad, despertar como seres inmensamente ricos después de dejar invertido su dinero por un muy largo tiempo, o simplemente saltarse su propia generación y ver cómo sería el mundo después de muchos mañanas. El año de destino que Dan elige es el número redondo 2000 (aunque el 2001 entró apenas dos semanas después de que lo "despertaron"). Como cualquier autor que se haya aventurado a hablar de un futuro lejano a su época, pero no lo suficiente como para que no lo hayamos alcanzado aún, Heinlein hace "predicciones" que ahora nos resultan divertidas, pero no por eso dejan de ser sumamente ingeniosas, y notoriamente descritas por un maestro en su género, que se da la libertad de incluir detalles deliberadamente chuscos.
Si en el 1970 de Heinlein las técnicas criogénicas para preservar la vida están tan avanzadas como para una explotación comercial, la tecnología del año 2001 brinda posibilidades para que Dan pueda remediar la tragedia de su vida yendo "hacia atrás" en el tiempo (considerando que dormir durante 30 años pudiera llamarse viajar en el tiempo "hacia delante"). La obra de Heinlein se convierte, entonces, hasta cierto punto, en una suerte de lo que en creaciones más contemporáneas es la película Volver al Futuro, y a lo largo de toda la novela, Heinlein se las ingenia para plasmar una multitud de acontecimientos y detalles que nos hacen pensar sobre la causalidad de los eventos y las paradojas que surgen siempre que de viajes a través del tiempo se trate. Pero no son los detalles y conceptos los que se llevan las palmas del lector, sino el cómo todos estos elementos conforman el escenario en donde el protagonista, ante la adversidad, tendrá que vencer su angustia y desesperación, y principalmente tomar decisiones inteligentes y acertadas (no sin grandes riesgos) para rehacer su vida entre el presente y el futuro, o el presente y el pasado según la fecha que se tome como referencia. Dan tendrá que encontrar su puerta al verano.
En esta obra no se asoman siquiera los argumentos polémicos que se observan en, digamos, Starship Troopers, y que han caracterizado a Heinlein. Sino que más bien se plasma, a través del ingeniero protagonista, una visión de las posibilidades que un mundo tecnologizado da al desarrollo de la humanidad, sin profundizar, como en otras obras, sobre tópicos netamente sociales. Inclusive en algún momento de la historia que se relata, el protagonista, ante su incapacidad de comprender una compleja situación del mundo del año 2001 declara lo siguiente: "Más valdría que me dedicase exclusivamente a la ingeniería; la economía era demasiado esotérica para mí."
Dada la naturaleza de Dan, el protagonista, hay elementos de sobra en la novela que ilustran la influencia de los conocimientos científicos y los desarrollos tecnológicos en las sociedad y en el quehacer común de los individuos, como se han venido dando desde el siglo XVIII, pero, aprovechando los desplazamientos temporales, Heinlein hace patente su ver sobre este asunto cuando Dan menciona lo siguiente:
Quizá mi hijo viaje, pero en tal caso le instaré para que vaya hacia delante, y no hacia atrás. "Atrás" es para casos de apuro; el futuro es mejor que el pasado; a pesar de los lloraduelos, los románticos y los antiintelectuales, el mundo se hace cada vez mejor porque la mente humana, aplicándose, lo mejora. Con manos... con herramientas... con intuición, ciencia e ingeniería.