El Budismo debe ser entendido, por encima de todo, como un camino de trascendencia de eso que nos creemos ser. Es un recorrido espiritual que nos lleva al conocimiento íntimo de uno mismo, y por ende, nos permite observarnos plenamente a la luz de la conciencia, viendo cómo es nuestra manera de relacionarnos, tanto con otras personas como con todo lo que nos rodea.
Desde este estado experiencial de trascendencia del "yo", surge naturalmente una sabiduría interior, innata e idéntica para todos los hombres y mujeres, un estado despierto que va más allá de la moral convencional que dictamina lo que es correcto y lo que no lo es. De ahí, que podamos hablar de la existencia de una "moral más allá de la moral"
Porque, ¿desde qué punto de vista o criterios se nos plantea lo que es éticamente correcto? ¿Quién o quiénes son los que marcan y dictaminan nuestro estar y existir en el mundo?
Dependiendo del marco socio-cultural en el que nos hallemos, comprobaremos que la autoridad invocada para una buena conducta puede ser la voluntad de una deidad, el modelo de la propia Naturaleza o dejarlo bajo el dominio de la razón. Cuando la autoridad recae en manos de una deidad es, la obediencia a los mandamientos divinos o a los textos sagrados supone la pauta de conducta aceptada. Si el modelo de autoridad es la Madre Naturaleza, la pauta es la conformidad con las cualidades atribuidas a la propia naturaleza humana. Cuando rige la razón, se espera que la conducta moral resulte del pensamiento racional.
El Buda Shakyamuni fue un ser humano que vivió hace unos 2600 años y que descubrió por sí mismo, a través de la práctica continuada de la meditación, un estado de conciencia situado más allá de los clásicos conceptos éticos de "Bien" o "Mal".
Los humanos no somos dioses. Nosotros, para conocer, tenemos que movernos, tenemos que razonar, discurrir. Así, pasar de las premisas a las conclusiones, nos obliga a usar pasos intermedios. Conocer, por tanto, es ponerse en marcha, apuntar a una determinada finalidad utilizando, para ello, los medios adecuados.
Lo mismo nos sucede en el campo que llamamos de la razón práctica, en el terreno de la conducta, del comportamiento ético. En ocasiones, previa deliberación, escogemos con acierto los medios que consideramos adecuados para la consecución de nuestras metas y propósitos; en otras, sin embargo, se convierten en evidentes fracasos, muchos de los cuales, incluso acaban generándonos insatisfacción y, lo que es peor, produciendo daño y dolor en los otros.
Este esquema, relacionado con nuestra manera de operar, es común a budistas, cristianos, mongoles o tiroleses porque pertenece al Homo Sapiens, a nuestra condición; es constitutivo nuestro.
Sin embargo, dentro de ese esquema común, los humanos empezamos a establecer diferencias, o para ser más exactos, rellenamos el esquema con contenidos distintos. Es ésa la razón de que existan teorías morales distintas, e incluso contradictorias, dentro de nuestra cultura.
En nuestra cultura occidental, fueron los filósofos griegos (desde el siglo VI a.C. en adelante) los que teorizaron mucho sobre la conducta moral. Esto llevó consigo al posterior desarrollo de la ética como filosofía. Uno de esos destacados pensadores fue Protágoras, quien diría que "El hombre es la medida de todas las cosas".
Sin embargo, a partir de aquí, y a lo largo de la Historia, muchos han sido los candidatos a justificar nuestras acciones.
Como acabo de exponer, parece que nos movemos impulsados por lo que otros consideran como correcto o incorrecto y somos nosotros mismos los que, en mayor o menor medida, consciente o inconscientemente, participamos en este juego.
El Budismo, sin embargo, siempre ha defendido que no hay dogmas ni leyes que creer o pautas de conducta que seguir, más que aquellas que nacen desde la propia sabiduría interna y personal, fruto de la práctica y del conocimiento.
Esta experiencia moral, interna, se apoya en una tesis fundamental: "un acto ético o moral es un acto no perjudicial"
Los seres humanos no nos guiamos sólo por nuestros impulsos, aunque en realidad, admitamos que permanentemente oscilamos entre el Deseo y el Rechazo.
Guiados hacia aquello que consideramos como "agradable o bueno" para nosotros, nos movemos siempre bajo las directrices del apego. Por el contrario, todo aquello que suponga una pérdida de esto, lo teñimos con el juicio insano, el odio, la animadversión, el rechazo, lo cargamos con injurias, dando entrada incluso, a la violencia en sus más variadas formas.
Los que buscan el poder generalmente no aceptan las reglas éticas aceptadas por la mayoría. En cambio, conforman otras normas y se rigen por unos criterios que les ayuden a obtener el triunfo, su triunfo. De hecho, suelen acabar intentando convencer a los demás de que son morales, en el sentido aceptado del término, para enmascarar la consecución de sus deseos. Así solemos funcionar.
No obstante, los seres humanos tenemos la posibilidad de reflexionar antes de actuar y elegir conscientemente qué es lo más correcto y adecuado para cada caso o situación, pero la pregunta es: ¿estamos realmente preparados y en disposición de hacerlo?
Si no somos capaces de conectar y empatizar sabiamente con los demás, si ni siquiera logramos imaginar la repercusión potencial que nuestros actos, palabras y pensamientos tienen sobre los otros, entonces no hay modo de discriminar entre el bien y el mal, entre lo que es apropiado y lo que no lo es, entre lo beneficioso y lo perjudicial. A este respecto, cabe reseñar que "en el verdadero Yo, están los demás"
El Budismo enseña que todo acto genera un resultado inmediato. Así pues, como seres con capacidad de autoconciencia podemos y somos responsables de dirigir nuestro comportamiento y formas de relacionarnos.
Pasemos a ponerle nombre a las cosas. Etimológicamente la palabra Ética significa "costumbre, comportamiento" (del griego, ethos), principios o pautas de la conducta humana que a menudo y de forma impropia, venimos por llamarla Moral (del latín mores) es decir, que la ética fue entendida como el arte de las costumbres, o el arte del buen vivir.
Se convirtió en una ciencia normativa que trataba sobre las obligaciones del ser humano, una disciplina que trataba sobre lo que estaba bien y sobre lo que se consideraba como mal, sobre lo que era justo o injusto. En definitiva, se convirtió en una ciencia que opera en base a la polaridad Bien- Mal.
Sin embargo, admitamos que estos no son valores absolutos ni universales porque lo que para unos está bien, para otros pudiera no serlo, o lo que a día de hoy consideramos como oportuno o positivo, hace años, décadas o siglos no lo era.
Por ejemplo, lo que en un determinado país, según sus costumbres, cultura, rezos y creencias, es considerado como "bueno" o que "está bien", en otro sitio podremos comprobar que "está mal." En España, hoy en día, admitimos la moda europea de las transparencias, hablamos por el móvil a todas horas y lugares, se llevan los peinados de los nuevos dioses, deportistas de la llamada "Liga de las Estrellas" que nos dictan lo que está bien o está mal.
En otros lugares y contextos, dichas costumbres serían, sencillamente, imposibles de admitir. Por el contrario, en otros países, es de muy buena educación, gratitud y cortesía eructar al final de las comidas en casa del anfitrión después de un copioso banquete; en nuestra sociedad es simplemente deplorable una manifestación como ésta o una verdadera cochinada. ¿Esta bien o está mal?
Por todo ello, observamos que rara vez llega a presentarse una situación que se pueda contemplar total y exclusivamente en blanco y negro. Un mismo acto tiene distintos matices y grados de valor moral según las circunstancias.
Llegados a este punto, podemos afirmar que hay tantas éticas como posturas ante los hechos: cada tradición espiritual planteará su propia ética religiosa; luego está la ética del mundo político que trata de conseguir el poder, aumentarlo y mantenerlo a toda costa; igual sucede con la ética del mercado comercial cuyo único fin es el de tratar de ganar más y más dinero; está también la ética trascendentalista, la de aquellos que tratan de alcanzar el más allá, frente a la ética de los materialistas que viven atrapados por el goce de este mundo y teniendo que decidir entre los placeres más duraderos y los placeres más intensos; podemos encontrar también la ética individualista, la colectivista…
En fin, ¡cuántos códigos éticos para andar por el mundo! Así, acabamos proclamando, por ejemplo: "mi código es el mejor" Esta postura sólo conlleva dolor y sufrimiento.
El Buda dejó expresado: "es el hombre el que crea su propia prisión". Y esa prisión se basa en la ciega creencia de sentirnos diferentes: yo frente a los demás. El hombre se experimenta a sí mismo, sus pensamientos y sentimientos como algo separado del resto, una suerte de ilusión óptica de su conciencia.
El dualismo es fruto de una mente ilusoria que percibe equivocadamente y siempre genera conflicto y separatividad.
La sociedad que hemos creado refleja y exagera esta fragmentación. Tenemos templos, monasterios e iglesias que albergan lo sagrado, sin embargo acudimos más a los ambientes comerciales para encontramos con lo secular y lo profano; hemos separado la educación de la vida familiar; los intereses de los negocios y los beneficios económicos están reñidos con los del cuidado de la Tierra y del Medio Ambiente.
Todas estas diferencias son un reflejo de nuestra propia dicotomía interna, son fruto de nuestras maneras de ver las cosas y el hecho de posicionarnos ante los otros es un claro ejemplo de esto que estoy abordando (guerras étnicas, culturales, bélicas... y las más violentas, curiosamente, han sido promovidas bajo el estandarte de la religión)
¿Dónde está el problema?
El ser humano no ve las cosas como son, sino como le parecen y cuando no se ve con claridad, aparecen las ilusiones (mâyâ) Dicho esto, podríamos admitir que reconocemos dos tipos de percepción erróneas:
a) el primero es percibir una cosa por otra (como el ejemplo del un personaje llamado Nasrudín que confundía una serpiente con una cuerda en el jardín de su casa a la vuelta de una noche de borrachera)
b) el segundo es percibir una cosa como diferente de lo que es porque se le ha añadido un falso atributo. En este caso, el conocimiento no es falso, sólo que se le ha añadido algo que no le pertenece (ver una concha blanca a través de un cristal amarillo, por ejemplo).
En esto consiste la ignorancia (avidyâ) por la que se produce la dualidad y la oposición donde hay unidad.
A este respecto, dirá un maestro zen llamado Kanchi Sosan en su obra La Fé en el Espíritu:
"Cuando nuestros ojos no duermen, todos nuestros sueños se desvanecen".
En resumidas cuentas, podríamos admitir que hay muchas conductas (consideradas como "éticamente correctas") que son creadas para consolidar aún más ese personaje que nos empeñamos en hacer crecer más y más.
Hemos cimentado a nuestro alrededor una empresa basada en la mentira, el marketin y el consumo; la publicidad arrasa nuestras vidas y su principal objetivo no es otro que el de fortalecer la imagen ilusoria que tenemos de nosotros mismos. Por otra parte, el poder mediático de la prensa del corazón llena nuestras vidas, por no hablar de los telediarios que se han convertido en ventanas de "las malas noticias" haciendo gala de un sensacionalismo completamente vacío y hueco que no nos enriquece en absoluto.
A costa de todo ello, acabamos haciéndonos daño y provocamos malestar en los demás.
Llegados a este punto y como dijo el filósofo latino Terencio:"soy un ser humano y nada humano me es ajeno". Debemos reconocernos en nuestra elemental igualdad como seres humanos pues todos deseamos ser felices y evitar el sufrimiento.
Vivimos entrelazados en una infinita red de interrelaciones y es nuestra propia responsabilidad movernos por ella de forma consciente, esto es, no generando daño ni sufrimiento ya que cualquier acto que genere violencia contra los demás es algo erróneo.
Porque el hecho de que nuestros actos parezcan amables no significa que automáticamente sean positivos o éticos, sobre todo si nuestras intenciones son más bien "egoístas".
Hemos creado una sociedad en la que las personas cada vez tienen mayores dificultades para darse mutuas muestras de afecto. La moderna sociedad nos sobrecoge a poco que abramos los ojos; parece una inmensa máquina autopropulsada que en lugar de tener a seres humanos al frente de ésta, cada individuo no pasa de ser sino una minúscula pieza dentro de este enorme engranaje, una pieza más de la máquina sin otra opción que la de moverse cuando se mueve la máquina.
Sin una verdadera disciplina interior, descubriremos que los propios medios que empleamos para resolverlos se convierten en una fuente de dificultades. La cada vez mayor sofisticación de los métodos policiales y criminales, por poner un claro ejemplo, pasa ya a ser un círculo vicioso cuyas partes se refuerzan mutuamente.
Hemos de reconocer que gran parte de la infelicidad que hemos de soportar los seres humanos es debida a nuestra propia conducta. En general, aquellos individuos cuya conducta es éticamente positiva son más felices y están más satisfechos que los que descuidan la ética e incluso actúan contraria a ella.
Las leyes que gobiernan las relaciones sabias en nuestras vidas, llámense política, familia, negocios o educación, por ejemplo, son las mismas leyes que las de la vida interior. Toda práctica espiritual es un asunto de relaciones, con nosotros mismos, con los demás, con todas las situaciones de la vida.
Cuanto menor sea nuestra calma y sabiduría interior, más probable es que reaccionemos negativamente, con palabras ásperas, acciones violentas y pensamientos dañinos y tanto más seguro será que digamos o hagamos cosas que lamentaremos amargamente; por el contrario, cuando el motor que impulsa nuestras acciones y les da sentido es íntegro, todos nuestros movimientos contribuirán al bienestar de los demás.
Venerar la vida en cada encuentro, instante tras instante, de persona a persona, de ser a ser, no es una práctica idealista; es una vivencia inmediata. El poeta inglés William Blake lo expresaba del siguiente modo:
"Si hemos de hacer el bien, hagámoslo en los detalles"
Nadie ha vivido antes nuestra vida. No existe un plan o modelo exacto y común. Todos seguimos un camino nuevo en cada momento. La vida es un río sin cartografiar y se necesita perseverancia, poner atención a cada instante y caminar con el corazón bien abierto.
En este recorrido, es preciso cambiar una y otra vez, abandonando las partes poco sabias de nosotros mismos, ampliando la compasión y haciéndola extensible al mundo que nos rodea mediante nuevas formas.
Llegados a este punto, podríamos concluir diciendo que tanto si una persona es creyente o no en el terreno de la religión, eso no es realmente importante. Mucho más importante es que trate de ser un "buen" ser humano.
Toda gran tradición espiritual reconoce y enseña normas básicas de conducta humana sabia y consciente. Ya las llamemos virtudes, ética, conducta moral o preceptos, se trata tan sólo de guías y referentes para que vivamos sin hacer daño a los demás; proporcionan salud y luz al mundo.
Cada ser humano tiene la capacidad de disfrutar de acuerdo a la integridad y rectitud del corazón. Cuando nos cuidamos de los demás y vivimos sin hacer daño, creamos libertad y felicidad.
No hay una sola religión que pueda satisfacer plenamente a la humanidad entera. Cada cual proporciona sus herramientas y vías de acceso a la experiencia de sentirnos bien y mejor. Personalmente, creo que todas apuntan a la misma dirección:
- No hacer el Mal
- Fortalecer el Bien
- Ayudar a todos los seres
Son principios éticos universales que entienden desde un niño pequeño al más anciano de los mortales. Si hay una verdadera revolución espiritual en un ser humano, un verdadero conocimiento del Ser que Somos, hay una revolución y una comprensión ética en el mismo.
Así pues, ¿es posible plantearnos una definición de ética universal? Creo sinceramente que sí, aquella que proponga desde la sabiduría y la compasión estos aspectos básicos:
- Respetar la vida en todas sus formas y manifestaciones
- Practicar y propiciar principios de No Violencia
- Compartir tiempo y recursos vitales (consumo responsable)
- Defender la libertad de expresión y la diversidad cultural.
- En definitiva, hacernos ver que aquello que es bueno para uno lo es para los demás.
Me gustaría acabar, parafraseando textualmente al Maestro Zen Dokushô Villalba:
"En un mundo cada vez más consciente de la interdependencia que subyace en el tejido de la Vida, en una época histórica en el que el poder de las armas de destrucción masiva es escalofriante, la alternativa no puede ser otra que la expansión en los corazones de todos los seres humanos de una Ética de la Sabiduría y de la Compasión."
¿Habrá algo más sublime que aquello que aporte paz y felicidad a todos?
Cuanto más desarrollemos la compasión, más genuinamente ética será nuestra conducta.
[1] Mesa, Francisco (2003). La ética del ahora. [ Volver ]
[2] Instructor de la Comunidad Budista Soto Zen. Coordinador del Programa de Estudios Budistas de la Comunidad Budista Soto Zen de Tenerife. [ Volver ]