Los indicios más antiguos (por el momento) de la presencia humana en España datan de entre 1,6 y 0,9 millones de años. El yacimiento de Orce en Venta Micena (Granada) arrojó una calota (parte superior del cráneo) que se describió como de un individuo infantil y que fue objeto de una vergonzosa polémica entre especialistas, algunos de los cuales ridiculizaron a sus descubridores (Martinez-Navarro y cols., 1997), al afirmar que se trataba de un cráneo de asno. Lo cierto es que, aunque el fragmento craneal no presenta caracteres anatómicos que resulten claramente significativos (aunque, finalmente, parece haber sido aceptado como humano), la presencia del hombre en España pudo ser tan antigua como entre 1,6 y 1,4 millones de años, como atestiguan los restos de cultura oldovaica dispersos por yacimientos del Sur y Este peninsular.
Pero, sin duda, el yacimiento más informativo es el espectacular (y probablemente único en el Mundo) sitio de Atapuerca. Su historia paleontológica es antigua, pero la más fecunda comienza en 1976 con el "redescubrimiento" de la "Sima de los huesos" por el ingeniero de minas Trinidad Torres, que encontró restos humanos cuando buscaba fósiles de osos para su tesis doctoral. Su director de tesis era el paleontólogo Emiliano Aguirre, que dirigió la excavación sistemática llevada a cabo por José Maria Bermúdez de Castro y Juan Luis Arsuaga. Pero quizás sea más informativo comentar los hallazgos por su cronología paleontológica. La disposición geográfica de la Sierra de Atapuerca nos puede ofrecer un indicio de la visión estratégica de sus (sin duda, abundantes) pobladores a lo largo del tiempo. Es una colina que se extiende de Noroeste a Sudoeste en el valle del río Arlanzón, en la provincia de Burgos. Desde ella se domina la salida del Corredor de la Bureba, el valle que conecta las cuencas del Duero y el Ebro, un punto de paso obligado entre el Norte y el Sur, bañado por el río Arlanzón y que siempre ha mantenido una gran riqueza de fauna y flora. La naturaleza caliza de la sierra ha posibilitado que la erosión del agua haya excavado en ella numerosas cuevas (complejos kársticos), a veces enormes, que desde hace más de un millón de años ofrecían magníficos refugios. Aunque la extensión del yacimiento es enorme y, probablemente, nos depare todavía mayores sorpresas, los restos humanos más antiguos (más de 780.000 años) y completos encontrados hasta la fecha aparecieron en "la trinchera del ferrocarril". Pertenecen a un individuo juvenil, probablemente no mayor de catorce años. Son un fragmento de hueso frontal con el inicio de la cara, dientes y un trozo de mandíbula con el tercer molar sin salir. Además han aparecido 36 fragmentos de huesos pertenecientes a unos seis individuos y más de 100 piezas de herramientas líticas de tipo oldovaico. La morfología del fragmento de cara (de aspecto "moderno") asociada a un frontal prominente llevó a los descubridores a atribuir al resto la condición de nueva especie de "homínido": Homo antecessor, situándole en el punto exacto de la bifurcación entre el linaje humano actual y el (supuesto) callejón sin salida evolutiva representado por los Neandertales. Aunque tal propuesta no ha sido aceptada por diversos especialistas sobre la base de que, según la más estricta ortodoxia paleontológica, no se puede crear una "nueva especie humana" a partir de un individuo juvenil que no ha finalizado el crecimiento, cabe suponer que los recientes hallazgos de Homo erectus en África y los Homo de Dmanisi, y el reconocimiento de su gran polimorfismo y amplia distribución, habrá zanjado la polémica.
Pero, quizás, la interpretación más merecedora de una ( humilde) reconvención porque es la que más resonancia ha obtenido de este hallazgo, (y no sólo por causa de las típicas exageraciones periodísticas, sino por el énfasis puesto en ello por los investigadores), es la calificación de "caníbales" con que se ha publicitado el hallazgo: La mezcla de fragmentos humanos con herramientas de piedra, junto con que en , al menos, en dos falanges y en un fragmento de cráneo se hayan encontrado marcas que indican una descarnación, les ha llevado a la conclusión de que los primeros europeos eran caníbales, llegando a afirmar que para ellos la diferencia entre un cadáver de ciervo y otro humano no existía aún (Atapuerca. Página web, UCM). Si tenemos en cuenta que la diferencia entre un cadáver de la propia especie y de otra existe para un buen número de mamíferos (y probablemente, en otros taxones), esto equivaldría a atribuir a estos hombres la condición, no ya de "prehumano", sino de "premamífero". Teniendo en consideración el amplio eco social que han adquirido estos hallazgos, que han descubierto para muchos ciudadanos el hecho de la evolución humana, no parece éste el mensaje más adecuado para transmitir. Desconocemos las circunstancias o los motivos que llevaron a ello (desde luego, como en cualquier depredador, no sería un modo preferente de alimentarse), ni si era algo frecuente o si podría tener algún otro sentido que no fuera el gastronómico. No puede caracterizarse a todo un grupo por un hecho que puede ser ocasional o producido en circunstancias dramáticas (como no se puede extrapolar a una nacionalidad los hechos derivados de un accidente aéreo o de un naufragio). Tampoco podemos calificar o juzgar a estos hombres basándonos en nuestras actuales creencias o principios. Lo cierto es que vivieron en condiciones, a veces muy duras, que imponían las glaciaciones que en aquella época cubrieron de hielo gran parte de Europa (con sólo que los inviernos fueran tan duros como lo son en la actualidad, se puede tener una idea), y su simple supervivencia indica una gran capacidad cultural para hacer frente a un clima muy adverso, a pesar de que el organismo humano sólo está naturalmente capacitado para la vida en zonas cálidas (sólo podemos sobrevivir en zonas frías gracias al recurso de vestuario, refugios y alguna fuente de calor).
La continuidad de la ocupación de Atapuerca por el hombre está representada (por el momento) por los yacimientos de "La Sima de los huesos", junto con otros contemporáneos de "La Trinchera" asociados con industria lítica de tipo Acheulense y datados en torno a los 400.000 años. En la Sima se han encontrado un número mínimo de treinta y dos individuos, hombres y mujeres de diversas edades, pero que no parecen representar la distribución de edades de una banda completa. Eran individuos muy corpulentos y la morfología de sus cráneos presentaba características que se encontrarán, más acentuadas, en sus sucesores, los Neandertales. Entre la amplia gama de denominaciones específicas atribuidas a restos fragmentarios, a estos se les ha incluido dentro de una "especie" establecida, en este caso, a partir de un solo hueso: Homo heidelbergensis, que corresponde a la mandíbula de Mauer, datada entre 500.000 y 400.000 años. En "La Sima de los huesos" no se han encontrado instrumentos líticos ni restos de herbívoros (presas habituales), lo que indica que no era un lugar de habitación. La hipótesis más admitida y razonable es que la acumulación de estos restos tenga un origen humano (lo que constituiría algún tipo de enterramiento), y que las marcas de mordeduras que presentan más de la mitad de los restos sean debidas a carroñeros posteriores, aunque no se puede descartar que sean la causa de su muerte (es decir, muertos por carnívoros) lo que podría justificar, incluso, un enterramiento selectivo.
En lo que respecta a sus sucesores, los Neandertales, sus singulares características morfológicas les han convertido, siempre en función del esquema mental darvinista, en la última "rama lateral" de la evolución humana. Para los paleoantropólogos representantes de la versión "dura" del darwinismo eran una especie de autómatas grotescos si el menor rastro de humanidad. Según Ian Tattersall, del Museo Americano de Historia Natural, les faltaban las conexiones necesarias en el cerebro para pensar y hablar (desconocemos el origen de su documentación "neurológica"). Para él, un Neandertal representaría la máxima expresión del instinto, es decir, el límite de las cosas que se pueden hacer inconscientemente, automáticamente. Y esta es una concepción que, desgraciadamente, resulta difícil de refutar, porque, más o menos acentuada, es la que se transmite a la sociedad en libros divulgativos, documentales científicos y películas comerciales. Al parecer, es necesaria una justificación argumentada "científicamente" para su extinción (total, sin dejar el menor rastro) ante el avance de los hombres "más evolucionados".
Sin embargo, lo que parece más próximo a la realidad es que, aunque el estereotipo de los neandertales que ha quedado grabado en el imaginario social como una especie de brutos encorvados y patizambos, se debe a la reconstrucción elaborada, a principios del siglo pasado, por el belga Marcelin Boule sobre los restos de La Chapelle-aux-Saints que pertenecían ¡a un anciano con artrosis!, los neandertales eran individuos con una morfología y un comportamiento absolutamente humanos. (Lo que pone de manifiesto, una vez más, que son las interpretaciones más sensacionalistas o llamativas las que más profundamente calan en la sociedad). Sus características especiales, su robustez y su cara prominente son, simplemente, una acentuación de las de sus predecesores locales, impulsadas por el aislamiento en unas condiciones climáticas extremas. Durante las glaciaciones precedentes (Günz, Mindel y Riss), los animales y los hombres que vivían en Europa descenderían paulatinamente hacia tierras más meridionales, empujados por el avance de los hielos. Forzosamente, la Península Ibérica se debió convertir muchas veces en centro de confluencia e intercambio genético y cultural de distintos grupos humanos (los lugares privilegiados, como la Sierra de Atapuerca, debieron llegar a ser "el no va más" del cosmopolitismo de la época). Sin embargo, cuando hace unos 140.000 años se comenzó a producir la última gran glaciación, la conocida como Würm, los hombres que habitaban Europa Occidental y Central, que habían conseguido una magnífica adaptación cultural a climas muy fríos, no emigraron, por lo que permanecieron con un alto grado de aislamiento del resto de la Humanidad durante casi 100.000 años. Su supervivencia durante todo este tiempo en unas condiciones ambientales que, aunque en ocasiones (los períodos interestadiales) eran más soportables, en general eran extremadamente rigurosas, implica, forzosamente, un perfecto conocimiento y control del entorno. Su magnífica cultura lítica "Musteriense", elaborada mediante la degradación de nódulos discoidales de sílex de los que extraían lascas a las que daban diferentes formas utilizando percutores blandos era extremadamente eficaz para fabricar punzones, cuchillos, raspadores... hasta sesenta tipos de utensilios diferentes. Eran hábiles curtidores de pieles, como atestiguan los numerosos raspadores, y en cuanto al uso de otros instrumentos, como los de madera, de difícil fosilización, se puede deducir del hecho de que sus antecesores de hace 400.000 años utilizaron unas lanzas de maderas de picea, encontradas fosilizadas en turba en el yacimiento de Binzingsleben (Alemania). Eran tres lanzas perfectamente pulidas y equilibradas para ser lanzadas con precisión. Dominaban perfectamente el fuego, lo cual es lógico, porque sin la capacidad de encenderlo (es decir, dependiendo de su conservación a partir de combustiones espontáneas de nafta o de rayos, como muchos sostienen), su larga supervivencia habría sido imposible. De hecho, se han encontrado, por ejemplo, en Pech de l'Azé (Francia), hogares formados por piedras bien colocadas y muy usadas. También en Francia, en la gruta de Lazaret, se ha comprobado que construían tiendas en su interior. Las piedras que sujetaban la base de las tiendas atestiguan que las construían con la entrada en dirección opuesta a la de la cueva, para mejorar la protección. En definitiva, si estas actividades eran "inconscientes" los paleoantropólogos habrán de inventarse el concepto de "inconsciencia inteligente".
Su presencia en la Península Ibérica queda atestiguada por restos como la mandíbula de Bañolas, el reciente hallazgo de la Gruta del Sidrón (Asturias), compuesto, por el momento, por más de 120 fragmentos de, al menos, tres individuos (Rosas y Aguirre, 1999), los indicios de su presencia en Atapuerca, el cráneo de Gibraltar, los restos infantiles de Portugal... pero, sobre todo, por los fósiles de Zafarraya (Málaga) datados en torno a los 30.000 años y considerados como "los últimos neandertales". Porque, según la "versión oficial", los neandertales se extinguieron, arrollados por la superioridad cultural pero, sobre todo, intelectual, del "hombre moderno": Desde el punto de vista de la Historia con mayúsculas podemos decir que sabemos lo que pasó. Los neandertales fueron sustituidos por los humanos modernos. Tal vez hubo casos de mestizaje, pero no se dieron en una cantidad suficiente para que sus genes hayan llegado hasta nosotros. Nada me haría tanta ilusión como llevar en mi sangre una gota siquiera de sangre neandertal, que me conectara con esos poderosos europeos de otro tiempo, pero temo que mi relación con ellos es sólo sentimental (Arsuaga, 1999). Si tenemos en cuenta que, por ejemplo, se ha estimado que compartimos con el ratón el 99% de los genes (Gunter y Dhand, 2002), lo que pone de manifiesto definitivamente que la "información genética" no está sólo en el ADN, y se sabe que compartimos gran cantidad de secuencias con todo el mundo viviente (animal y vegetal), hasta llegar a las bacterias, hay que decir que no se sabe de donde puede salir el fundamento genético que permite afirmar que "sus genes no han llegado hasta nosotros".
La realidad es que no existen pruebas fiables de esta "sustitución" y, a falta de estas pruebas, intervienen las "firmes convicciones". Los datos de que disponemos son que hace unos 40.000 años comienzan a aparecer en Europa un tipo de herramientas y utensilios denominados genéricamente "Auriñacienses". Asociados a estos aparecen restos humanos con morfología parecida a la "moderna", que han recibido la denominación de "cromañones" por los restos del "viejo" de Cro-Magnon (Francia) datado, por cierto, en unos 25.000 años de antigüedad. Tras un período de unos 10.000 años (resulta difícil de imaginar: 10.000 años) durante el que los vestigios de ambos tipos de morfologías y de culturas se encuentran intercalados por diferentes puntos de Europa, la morfología y la cultura características de los neandertales desaparecen del registro fósil.
Pero, antes de continuar, puede ser conveniente una breve consideración sobre qué es la "morfología moderna" ¿tal vez la parecida a la de los actuales europeos? Porque morfología moderna es la de los esquimales, con las proporciones corporales exactamente iguales a las de los neandertales y la de los esbeltísimos nilótidos o los pequeños bosquimanos y pigmeos. Morfología moderna es la de los "aborígenes" australianos, muchos con su gran "torus supraorbitario" y un acentuado prognatismo, con todo el aspecto, apoyado por la continuidad del registro fósil (Wolpoff y Thorne, 1992), de ser herencia directa de los "marineros" de la isla de Flores...
Estos 10.000 años de más que posible contacto entre diferentes culturas cuentan con interpretaciones muy distintas que, aunque dentro de la inercia explicativa de la ortodoxia darvinista, parecen distinguirse por distintas concepciones de lo que es "inherente a la condición humana" en las que pueden ser detectables ciertos componentes culturales. El inicio de lo que se denomina Paleolítico Superior, asociado (cómo no) con la industria Auriñaciense, caracterizada por láminas de piedra alargadas, como "cuchillos de dorso", el uso de hueso y marfil y dientes de animales para hacer agujas, puntas de azagayas y adornos, se relacionaba con la "irrupción en Europa del "hombre anatómicamente moderno". Sin embargo, una variante de la industria Auriñaciense, caracterizada por utensilios semejantes, la industria Chatelperroniense, ha aparecido asociada a restos indiscutiblemente neandertales, en los yacimientos franceses de Arcy-sur-Cure y Saint Cesaire. Este tipo de industria se ha encontrado distribuido por Francia, norte de España y con variantes, también asociadas con neandertales, en Italia y Europa Central y del Este. La explicación "dura", es decir, más estrictamente darwinista es que los neandertales adquirieron estos utensilios del "hombre moderno", bien mediante la imitación o incluso el robo. Para Richard Klein no se puede hablar de una mente moderna hasta que no aparecen las primeras manifestaciones de adorno personal y de arte (éste último asociado sólo con cromañones). Ian Tattersall lo explica con más datos científicos: La mente humana moderna surgió como todas las grandes novedades biológicas: por evolución, y como decía Darwin, sin intervención divina (que, al parecer, es la única alternativa posible al darwinismo), pero en este caso "de golpe", y en un "hombre moderno". Para Tattersall, las habilidades de los neandertales en la talla de la piedra, aunque sorprendentes, eran algo estereotipadas; muy pocas veces, si alguna, elaboraban instrumentos utilizando otras materias primas. Muchos paleontólogos ponen en cuestión su grado de especialización venatoria.
Sin embargo, hay una forma muy distinta de valorar las capacidades de los neandertales y que, curiosamente (casi sorprendentemente), no se basa en las "firmes creencias", sino en la investigación científica. Francesco d'Errico del Instituto de Prehistoria de Burdeos, Joâo Zilhao del Instituto Arqueológico de Portugal y otros investigadores franceses que han trabajado en el yacimiento de "la Cueva del Reno" de Arcy, han desmontado la teoría de "la recogida": el material de adornos y utensilios óseos de los neandertales estaba rodeado de restos y esquirlas que indicaban que habían sido hechos allí mismo (Bahn, 1998)
Pero no importan las pruebas. Los darwinistas "duros" parecen ser "inasequibles al desaliento".Los neandertales debían tener alguna inferioridad, y hay que encontrarla aunque se tenga que recurrir a los argumentos más pintorescos. He aquí los de Wesley Niewoehner, de la Universidad de Nuevo México en Alburquerque y comentados así en la revista Nature (Clarke, 2001): Los neandertales, macizos y bien musculados, probablemente tenían unos dedos demasiado gruesos para hacer uso efectivo de tecnología avanzada de la Edad de Piedra o para realizar tareas de destreza como grabar. /.../ Esto da peso a la idea de que los humanos modernos recientes sustituyeron a los neandertales por su superior uso del mismo tipo de herramientas. /.../ Así, aunque los neandertales pudieron probablemente fabricar y usar herramientas complejas, no pudieron hacerlo muy a menudo o muy cuidadosamente, (?) y no fueron capaces de tareas mas sofisticadas como grabar o pintar, que fueron desarrolladas por los humanos modernos.
Como no parece que estos despropósitos merezcan un comentario, volvamos a los datos del registro fósil: La cronología de las dos culturas apoyan el carácter autóctono de la Chatelperroniense. Para Anne-Marie Tiller y Dominique Gambier existe un vacío antropológico durante el período Auriñaciense europeo entre hace 40 y 35.000 años o, al menos, un problema para identificar los escasos fósiles disponibles. Pero parece claro que el nacimiento del Chatelperroniense fue anterior al Auriñaciense. En cuanto a la "discontinuidad" morfológica, no parece tan clara. Para Tillier y Gambier (2000) los restos humanos auriñacienses presentan cierta robustez y conservan caracteres "arcaicos" (Porque "el viejo" de Cro-Magnon, no era de morfología estrictamente "moderna"). Por otra parte, los últimos neandertales eran más gráciles que los primeros, de modo que el cráneo de Saint Cesaire tiene más semejanzas con el de un hombre moderno que el neandertal de La Chapelle-aux-Saints, 15.000 años más antiguo... En definitiva, es más que posible que el hombre de Neanderthal no haya sido "sustituido", sino que sus características se habrían diluido, a lo largo de más de 10.000 años de contacto e intercambio, en una población de morfología más grácil muy superior en número. Muy probablemente, "la sangre" de los neandertales continúa entre nosotros.
Las pruebas de "características intermedias" y los indicios de mestizajes se encuentran repartidos en restos fragmentarios por Europa central y del este (Predmost y Brno en Moravia, Vindija en Yugoslavia...) y un discutido ejemplar (por ser infantil) en Portugal, pero mucho más evidentes en fósiles muy abundantes y completos de Oriente próximo, donde los neandertales han coexistido, se han mezclado y compartido cultura, modo de vida y rituales con hombres de aspecto parecido a la morfología "moderna", es decir, de cráneos más redondeados, entre hace 100.000 y 35.000 años. Entre estos, el hallazgo en Kebara (Arensburg y Tillier,1990) de un enterramiento neandertal de hace 60.000 años, en el que encontró un hueso hioides, de difícil fosilización por su fragilidad, es un indicio tan indiscutible como innecesario, (dadas las pruebas tan antiguas de un comportamiento dirigido por la planificación y la coordinación) de la existencia de un lenguaje articulado, porque sobre él se sitúan las cuerdas vocales. Pero ni esta prueba parece ser suficiente. Para Richard Klein (1989) de la Universidad de Chicago, todavía era necesaria una evolución neurológica para llegar a la modernidad completa. Este absurdo dogmatismo que lleva a inventarse unas supuestas "mejoras" progresivas en la organización cerebral de las que no existen las menores pruebas no tiene, en realidad, ningún contenido científico y sí mucho de prejuicio sobre la lógica de la "sustitución" de los menos "aptos" justificada por una supuesta superioridad intelectual, como refleja claramente la frase con que Ian Tattersall (2000) finaliza su argumentación sobre este tema: Aunque los lingüistas le han dedicado muchas horas de especulación, se nos escapa cómo surgió el lenguaje. Pero sabemos que un ser equipado por capacidades simbólicas es un rival extraordinario...
El estudio de ADN rescatado de fósiles de neandertales como el histórico "Feldhofer" encontrado en Alemania en 1856 o el de un resto infantil del norte del Cáucaso apoya la ampliamente admitida pero todavía controvertida visión de que los humanos modernos tuvieron poca o ninguna mezcla con los Neandertales, según William Goodwin de la Universidad de Glasgow y sus colegas (Gee, 2000). Esta aparente confianza en los datos contrasta con el espíritu crítico con que se acogen pruebas mucho menos frágiles (en el más estricto sentido). Porque el ADN es extremadamente frágil y degradable tras decenas de miles de años de de fosilización de los huesos. Por otra parte, las probabilidades de "contaminación" en estos huesos son enormes, tanto por la manipulación como por ADN del entorno (en un puñado de tierra hay millones de bacterias y virus). Pero, incluso en el caso, extremadamente improbable, de que estos fenómenos no se hubieran producido, la comparación de la variabilidad (polimorfismos) del ADN humano de hace 30.000 años, en poblaciones que habían sufrido un largo aislamiento, con la población actual, no sería especialmente informativa. Y esto pone de manifiesto, una vez más, que en el campo de la evolución pero muy especialmente en el de la evolución humana los resultados obtenidos mediante metodologías, técnicas o materiales limitados o discutibles se pueden interpretar a gusto del investigador en función de lo que se quiere demostrar. Y lo que se quiere demostrar queda claro en la frase con que Paul Mellars (1998) zanja el debate sobre "El destino de los Neandertales": La vehemencia de algunos científicos en reclamar la cercana relación con los Neandertales puede estar cercana a negar que la evolución humana está teniendo lugar en la actualidad. Es decir, que "la supervivencia de los más aptos" continúa.
Pero la manipulación de los datos puede ir más lejos que la consistente en la interpretación sesgada de datos discutibles. La hipótesis de la "Eva mitocondrial" de Wilson y Caan (1992) que ya ha sido incorporada a los libros de texto, parece haber arraigado firmemente en la comunidad "oficial" de Paleoantropólogos aparentemente deslumbrados por su aureola de "ciencia dura", es decir, basada nada menos que en datos moleculares. Según tal hipótesis, el hombre moderno desciende, en su totalidad, de una "Eva" que habría vivido en África hace unos 200.000 años. Sus descendientes se habrían extendido por el Mundo y habrían sustituido, o lo que es igual, exterminado, a todos los hombres (homínidos, en su terminología) previamente existentes desde África a Siberia, desde Europa hasta Extremo Oriente... Para esta, al parecer, extendida concepción se trataría, no ya de un extermino total como el de los pobres neandertales aplastados por una población muy superior en número, sino del caso contrario: la "sustitución" total de poblaciones adaptadas biológica y culturalmente a entornos muy variados (y algunos muy duros) por pequeños grupos inconexos procedentes de un medio tropical. Aunque tal proceso resulta totalmente irreconciliable con el más elemental sentido común, está basado en datos "rigurosamente científicos": De las primeras comparaciones entre proteínas de especies diferentes brotaron dos nuevas ideas: la de las mutaciones neutras y la del reloj molecular. Con respecto a la primera, la evolución molecular parece dominada por esas mutaciones fútiles que se acumulan con una cadencia sorprendentemente regular en los linajes supervivientes. /.../ La segunda idea, la de los relojes moleculares, surgió de la observación de que el ritmo de cambio genético según mutaciones puntuales (cambios en determinados pares de bases de ADN) es tan regular, en largos períodos, que se las podría usar para datar divergencias de troncos comunes. /.../ El ADN que estudiamos reside en las mitocondrias, orgánulos celulares que convierten alimentos en energía disponible para el resto de la célula. /.../ A diferencia del ADN nuclear, el de la mitocondria se hereda sólo de la madre, sin más cambio que las eventuales mutaciones. La contribución paterna acaba en la papelera, como quien dice, de los recortes. /.../ De ello se infiere, en pura lógica, que todo el ADN mitocondrial humano debe de haber tenido una última antecesora común.
La asunción de todos estos postulados derivó en la construcción de un espectacular árbol filogenético que, si bien presentaba individuos de distinta procedencia intercalados en diferentes poblaciones, tuvo una gran resonancia, tanto científica como en los medios de comunicación: El origen del hombre moderno estaba en África, y el "reloj molecular" era concluyente: la "Eva mitocondrial", la primera mujer moderna, había vivido hace unos 200.000 años. El problema fundamental de estas conclusiones es que todos los postulados en los que se basa son absolutamente falsos. Las mitocondrias no son sólo la "central de energía" de la célula. Su ADN participa en procesos tan importantes como el control de la apoptosis (muerte celular programada) fundamental, por ejemplo, en el desarrollo embrionario. Esto descalifica la supuesta neutralidad de sus mutaciones, pero también el hecho de que algunas de ellas pueden causar graves enfermedades neurológicas. En cuanto a la transmisión únicamente por vía materna, está desmentida por la comprobación de la transmisión de una enfermedad de éste origen por parte del padre. Pero, muy especialmente, la existencia de los supuestos "relojes moleculares", una entelequia totalmente contradictoria con la base teórica de la evolución por mutaciones puntuales y al azar, pero sorprendentemente asumida como un hecho constatado, ha sido abordada, finalmente, de una forma rigurosa (Rodríguez-Trelles et al., 2001) analizando tres proteínas utilizadas habitualmente como "relojes moleculares": La glicerol-3-fosfato deshidrogenasa (GPDH), la superóxido dismutasa (SOD) y la xantina deshidrogenasa (XDH). El estudio se llevó a cabo en 78 especies representativas de los tres Reinos multicelulares: hongos, plantas y animales. Las conclusiones son: Hemos observado que: (1) Las tres proteínas evolucionan erráticamente en el tiempo y entre los linajes y (2) Los patrones erráticos de aceleración y deceleración difieren de locus a locus. La constatación de estos hechos ha sacado a la luz la cuestión de cuán real es el reloj molecular o, más aún, si existen los relojes moleculares. Datos verificables experimentalmente como estos, dispersos en distintas publicaciones, se acumulan continuamente sin tener, al parecer, la menor repercusión en la rutina habitual de la elaboración de árboles basados en la evolución "por cambios graduales y aleatorios" que siguen haciendo uso de los supuestos "relojes moleculares" para confirmar sus hipótesis. Pero eso no es todo: Otras críticas a los resultados de Wilson tienen que ver con el número de árboles obtenidos. Es bastante frecuente que los autores no den el número total de árboles igualmente parsimoniosos, sino que se limitan a seleccionar algunos para su publicación (Barriel, 1995). De hecho, utilizando los mismos datos, pero con una versión más reciente del programa de parsimonia, el norteamericano David R. Madison de Harvard, obtiene hasta 10.000 árboles más parsimoniosos.
Revelaciones de este tipo ponen de manifiesto que las ideas preconcebidas de una evolución humana dirigida por competencias y "sustituciones" y dominada, al parecer, por una tal repugnancia por la idea del mestizaje, que éste no cabe en sus esquemas mentales, pueden conducir, no sólo a interpretaciones descabelladas, sino a auténticos fraudes en la práctica científica. Sin embargo, la "Eva mitocondrial", cuya antiguedad se ha "precisado" últimamente en 143.000 años, (Caan, 2002), parece ser tan real para muchos científicos como su contrapartida masculina, el "Adan" del cromosoma Y. Según Peter Underhill y sus colegas de la Universidad de Stanford, (Underhill et al., 2000) que han estudiado la variabilidad genética del cromosoma Y en más de 1000 hombres de 22 áreas geográficas, todos los hombres actuales descienden de un "Adan" que vivió en África hace, exactamente, 59.000 años, según su "reloj molecular". Esto plantea un problema, no despreciable, de un período de "desajuste matrimonial" de nada menos que 84.000 años. Pero todo se puede explicar: Según Underhill, las "tribus dominantes" se quedaron con todas las mujeres (descendientes, a su vez, de "Eva"). Es más, el 95% de los hombres europeos descienden de unos 10 "Adanes" procedentes de distintas oleadas. Aunque estas afirmaciones emitidas con tal seguridad puedan sonar a broma, sus trabajos han sido publicados (es decir, "aceptados") por las más prestigiosas revistas científicas.
Sin embargo, y dentro de los mismos esquemas conceptuales y metodológicos de la evolución darvinista, las conclusiones pueden ser muy diferentes. Alan Templeton de la Universidad de St. Louis ha estudiado la variabilidad del ADN en varones y mujeres de muy diversas poblaciones. Para intentar clarificar los resultados, muchas veces contradictorios, de los estudios de secuencias individuales, ha estudiado diez regiones de cromosomas autosómicos, además de cromosomas sexuales y mitocondrias. Sus resultados son que, tras la primera emigración de Homo erectus, hubo una segunda entre 400.000 y 800.000 años, otra hace unos 100.000 años y otra más reciente desde África hasta Asia, con gran cantidad de intercambio genético entre grupos. Según Templeton: África ha tenido un gran impacto genético en la Humanidad, pero mi análisis no es compatible con un reemplazamiento completo (Templeton, 2002). Aunque estas conclusiones (por cierto, muy criticadas por los partidarios de la "sustitución") parecen mejor fundamentadas y más razonables que las anteriores, el problema sigue estando en la base conceptual. En la idea de una evolución gradual, continua y "progresiva" en la que se fundan los falsos "relojes moleculares". Es cierto que existe una variabilidad genética, por cierto, mínima, en polimorfismos del ADN que son neutrales, es decir, irrelevantes en el contexto de la evolución, y es (o parece) cierto que en las poblaciones africanas existe una mayor variabilidad en algunos marcadores de este tipo que en el resto de la Humanidad, pero esto es sólo un indicio más de un remoto origen africano. Las impresionantes semejanzas genéticas de toda la Humanidad (King y Motulsky, 2002) son, sin duda, un reflejo de una larga historia de encuentros e intercambio genético que seguramente ha caracterizado a la especie humana desde su nacimiento, y no de un origen reciente del hombre "moderno", porque, muy posiblemente, la evolución humana acabó, al menos por el momento, con la aparición de los primeros hombres, hace más de tres millones de años.
Las "firmes creencias" darwinistas no responden sólo a las de una concepción científica caduca y ya obsoleta de la Naturaleza, porque en sus premisas y en sus argumentos se pueden identificar, más o menos disfrazados de "objetivos" o de "políticamente correctos", todos y cada uno de los rancios prejuicios culturales y sociales que alumbraron su nacimiento. La idea de que las cualidades humanas, las virtudes y los defectos, son innatas, se pueden encontrar hoy disfrazadas de disciplina científica bajo la denominación de "Genética del comportamiento humano", un artificio totalmente rebatido por los conocimientos actuales sobre la expresión génica en la que ni siquiera existe la, ya anticuada creencia, de una relación directa entre un gen y una simple proteína y en la que el ambiente juega un papel primordial. Cuánto menor aún será la supuesta relación entre "los genes" y algo tan complejo, tan circunstancial y tan influido por el ambiente (por el aprendizaje) como es el comportamiento humano. Sin embargo, esta pretendida disciplina científica parece contar con una consideración creciente en nuestro entorno cultural, aún cuando las aplicaciones de sus imaginarios descubrimientos sólo pueden ser negativas: No se pueden sustituir, en todos los marginados o inadaptados sus supuestos "genes defectuosos" por genes de triunfador o de "políticamente correcto", pero sí puede resultar una causa de discriminación más grave, más injusta y más falsa que cualquier otra, la consideración de que ciertos individuos sean portadores de estos falsos genes "inadecuados".
Desgraciadamente, las informaciones sobre la extremada complejidad y de lo (mucho) que desconocemos de los fenómenos biológicos no resultan tan "periodísticas" como las simplificaciones dogmáticas de los científicos darwinistas o las noticias sobre descubrimientos espectaculares como los de "los genes del miedo" o de la homosexualidad o, incluso, de la base genética de la marginalidad. Y lo realmente dramático es que esta concepción de la naturaleza humana está calando profundamente en la sociedad porque confiere un carácter científico a muy viejos y muy nefastos prejuicios. Y así, se extiende a pueblos o culturas enteras la condición de "intrínsecamente perversos", fanáticos o delincuentes, por naturaleza, porque lo llevan en sus genes. La hipocresía de afirmar que las diferencias creadas en el Mundo por unas circunstancias históricas concretas y acentuadas por un modelo económico aberrante (el modelo del que surgieron las bases conceptuales del darwinismo) son "naturales", oculta en realidad una cínica justificación de la situación y transmite una estúpida creencia en la propia superioridad. Porque la competencia "está en la naturaleza humana" (Arsuaga, 2002), y los que triunfan son los mejores. Al parecer, la única posibilidad, no ya de éxito, sino de simple supervivencia, está en una competencia permanente, y del mismo modo que en la teoría darwinista la supervivencia del "más apto" pretende justificar "con el tiempo" lo injustificable, la "libre competencia" será beneficiosa para todos "con el tiempo" como se puede comprobar observando la situación, cada día más dramática, en que se encuentra la mayor parte de la Humanidad.
La desalentadora sensación que produce la aceptación de estos argumentos cargados de conceptos vacíos, es de que estamos asistiendo a una crisis, no sólo ética (que es muy evidente), sino también intelectual. De que se ha extendido una especie de "pereza mental" que impide profundizar, no sólo en la comprensión de los fenómenos naturales, sino también en las causas (en la raíz) de los graves problemas a los que se enfrenta la Humanidad y afrontarlos de una manera coherente. Porque, como hasta la persona más sencilla (o más "primitiva") puede comprender, en toda competencia hay pocos ganadores y muchos perdedores. Y, de seguir por este camino, el premio para los vencedores no va a ser, precisamente, envidiable.
A mi colega Armando González por las, siempre enriquecedoras, conversaciones sobre osteología humana y por sus aportaciones de documentación. (María está "muy ocupada").
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