No hay duda de que el desarrollo evolutivo de la especie humana está muy ligado con el progreso de sus herramientas y de sus máquinas. Aparentemente, su fabricación y utilización fue un factor clave para que el primitivo cerebro humano creciera a un ritmo vertiginoso. Quizás las modernas computadoras, así como también Internet, afecten en alguna medida la química cerebral humana, con lo cual es posible que se produzcan importantes cambios en los procesos mentales.
A través de un enormemente largo y pasmosamente lento proceso, el invisible cincel de la Naturaleza fue dando forma a toda una inmensa variedad de nuevas criaturas, modificando progresivamente su información genética. Es por eso que se necesita muchísimo tiempo antes de que se produzcan variaciones perceptibles, tanto favorables como desfavorables, en una determinada especie animal. En consecuencia, y si bien la evolución biológica lo perfecciona inexorablemente, no se puede hablar con propiedad de un nuevo diseño. Está más allá de su alcance hacer cambios fundamentales de origen porque habría que modificar correctamente muchos parámetros a la vez.
El ser humano no se aparta de este proceso natural. Como animal biológico, ha evolucionado durante millones de años a fin de adaptarse adecuadamente dentro del entorno en que le tocó vivir. Su cuerpo cambió apenas levemente en el último millón de años y su cerebro es casi exactamente el mismo -al menos en tamaño y peso- que el de un antepasado de hace 100 mil años..., aunque intelectualmente su progreso haya sido impresionante. Es probable que la organización encefálica interna haya mejorado a lo largo de ese período, pero es limitada la cantidad de información que se puede introducir y el "cableado" que se puede desarrollar en un cráneo de dimensiones acotadas. No obstante, la senda evolutiva de los humanos se aceleró bruscamente, no ya por la lenta evolución biológica, sino por la más rápida evolución cultural. El desarrollo cerebral le permitió, por medio del ejemplo y de la tradición, almacenar más información que la de sus genes. Asimismo, la invención de la escritura lo capacitó para guardar mucha más información que la que podía retener en su materia gris; primero en papel, luego en libros, más tarde en bibliotecas, después en computadoras y, más recientemente, en Internet.
Esta evolución cultural trajo aparejada consigo otra nueva evolución, la tecnológica, que acelera -una vez más- el rápido progreso de los humanos hacia la dominación del planeta, hacia la cima de la creación. Primero surgieron las herramientas: las piedras afiladas, las ruedas, las flechas, entre otras, con el fin de compensar las carencias o las restricciones del ser humano o, lo que es equivalente, para aumentar y potenciar sus capacidades corporales. Más tarde aparecieron las máquinas, aparatos más complicados y una forma más avanzada de herramientas. Con ellas, el Homo Sapiens amplió y extendió su "alcance" al poder recorrer grandes distancias por tierra, mar y aire, levantar o trasladar enormes pesos, o percibir objetos más allá de sus capacidades naturales.
Pero surge un nuevo fenómeno. El inventar y utilizar herramientas produjo cambios en algunos circuitos de su cerebro que mejoraron posteriormente la precisión sensomotriz manual. Al disponer de esta capacidad, el ser humano fue capaz de construir y usar herramientas cada vez más complejas, lo cual perfeccionó aún más los circuitos cerebrales, en un proceso sinérgico coevolutivo. Con el paso del tiempo, dicho proceso se vio notablemente acelerado con la invención de las máquinas, por lo que fue capaz de dar otro paso fundamental: aprendió a modificar su propio entorno. De esta manera, se establece algo novedoso en el reino biológico: la lenta y armoniosa evolución conjunta del ser humano con su entorno, sus herramientas y sus máquinas. Ya no debe adaptarse pasivamente al medio, sino que adapta el medio a sí mismo según su propia conveniencia (por supuesto, y por ahora, dentro de ciertos límites). Se trata, en realidad, de una adaptación mutua.
Durante siglos, al Homo Sapiens le bastó con la propia capacidad computacional de su cerebro para desenvolverse adecuadamente dentro de su entorno. Aunque es capaz de resolver algunos problemas de cómputo elemental, lo hace de una manera pasmosamente lenta y con una "notable habilidad" para equivocarse cuando el nivel de complicación aumenta, aunque sea levemente.
No obstante, a medida que iba desarrollándose la sociedad, se hacía más imperiosa la necesidad de resolver problemas matemáticos relativamente complejos. Es por eso que, a partir de la segunda mitad del siglo XX, el hombre concibe un tipo especial de máquina: la computadora digital. Su particularidad es que no extiende su cuerpo sino su cerebro, sobre todo sus capacidades limitadas de almacenamiento, procesamiento y recuperación de información, a las que le adiciona velocidad y precisión.
Si bien en su origen fueron utilizadas como meras herramientas de cálculo, pronto se comprendió que eran mucho más que eso. Indudablemente las computadoras aumentan y enriquecen las posibilidades de la inteligencia orgánica. Su enorme velocidad para realizar operaciones reiterativas y complejas junto con su elevada confiabilidad, son las principales razones por las cuales están reemplazado al Homo Sapiens en muchas de las tareas más mecánicas. A medida que se acrecienta la confianza depositada en ellas, gradualmente expanden su dominio sobre casi la totalidad de las actividades humanas. Entre otras cosas, le ayudan a pensar más rápidamente y de un modo más comprensible que antes, a concebir ideas previamente imposibles de captar para su mente, a ordenar mejor la información y analizarla desde diferentes ángulos, a considerar un número enormemente grande de variables simultáneas o a trabajar con múltiples espacios dimensionales. Como una suerte de "amplificador mental", le permiten al hombre estimular y expandir su capacidad de lidiar con lo complejo y llegar a lugares que hasta ahora le estaban vedados.
Pero aunque son muy aptas para tareas específicas, las modernas computadoras personales (PCs) son demasiado inflexibles y rudimentarias, particularmente en aquellas tareas en donde las reglas de juego están poco definidas. Tienen varias restricciones, muchas limitaciones y sus programas de control son ciertamente primitivos. Son máquinas grandes que ocupan espacio en el escritorio, con manuales de instrucciones cada vez más abultados y que exigen una constante actualización, corrección y revisión de su software. Además, la interacción con ellas es bastante dificultosa, compleja y muy poco orientada al ser humano: presenta miles de opciones, la mayoría muy poco útiles y comprensibles. Por eso, se espera que las patéticas máquinas actuales sean reemplazadas por otras más sofisticadas, complejas y "evolucionadas" que se encarguen cada vez más de las labores rutinarias y laboriosas. En ese sentido, y siempre que sea posible, se deberían delegar en ellas las actividades mecánicas y repetitivas, a fin de permitir que la inteligencia humana se concentre en lo esencial de su labor y disponga de más tiempo para la reflexión, la creatividad, la contemplación y la originalidad.
La tecnología está basada en la forma humana. Los teléfonos, los electrodomésticos, los medios de transporte y los objetos cotidianos (como sillas, mesas, cuchillos o vasos), están diseñados para los requerimientos del hombre. En consecuencia, las personas no deberían amoldarse pasivamente a las máquinas sino éstas a aquellas: es lo que se conoce como "computación centrada en el ser humano". Por ejemplo, el usuario de una computadora no tendría que decirle a un módem cómo transmitir un documento, de la misma forma que el usuario de un automóvil no tiene que indicarle al motor la mezcla de combustible y aire, ni el tiempo de combustión. El conductor se debe limitar a manejar un vehículo, no a manipular controles. La gran experiencia acumulada durante décadas en el diseño de automóviles ha hecho posible este logro.
Los sistemas computacionales deberían lograr una interacción transparente con la persona, a fin de que la comunicación entre ambos sea lo más fácil, eficaz y naturalmente posible. También deberían colaborar con el usuario y brindarle su ayuda siempre que sea necesario: interrogando y pidiendo precisiones sobre tal o cual problema, aclaraciones sobre tal o cual información, a fin de refinar solicitudes incorrectas o incompletas. En esta tarea, el uso de canales diferentes pero integrados sería esencial, como lo es en el caso de la comunicación humana. En efecto, las personas no sólo usan el lenguaje hablado, sino que emplean una amplia gama de señales corporales que incluyen el contacto ocular, las expresiones faciales, los movimientos de los brazos y las manos, los cambios en la entonación de la voz y la postura. A esto habría que agregarle el reconocimiento de gráficos, fotografías, imágenes y escritura manuscrita. Incluso, se podría pensar en la posibilidad de medir e interpretar las emociones [ Nota 1 ].
Los sistemas del futuro operarán en niveles más próximos a la manera como la gente piensa y se relaciona naturalmente. Al poder reconocer los gestos, la mirada, el tono de voz, los olores despedidos y los estados emocionales del usuario, la máquina lo conocerá mejor y le será más útil. Intentando mejorar el servicio provisto día tras día, se adaptarán a sus gustos, acumulando experiencia a partir de sus anteriores selecciones y/o directamente de ejemplos concretos. Debido a que serán proactivos, se anticiparán a las necesidades reales de su dueño: sabrán, por ejemplo, qué cosas convienen recordar en ese momento y en qué tono decirlas. O, en el caso de ideas gráficas, serán capaces de comprender pensamientos incompletos y ambiguos, característicos de las primeras etapas de cualquier proceso de diseño. Paulatinamente se irá imponiendo el concepto de consultar a la máquina en vez de darle órdenes y, en consecuencia, la relación pasará de ser autoritaria a ser colaborativa.
Por supuesto, toda esta facilidad no es gratuita: se necesitará mayor cantidad de memoria dinámica, procesadores más rápidos y potentes, sensores más especializados y diminutos y programas mucho más elaborados (seguramente con técnicas de Inteligencia Artificial) para que trabajen con eficiencia. No hay que olvidarse que detrás de esa aparente simplicidad, se ocultarán los colosales esfuerzos de toda una gama de profesionales: ingenieros, matemáticos, programadores, lógicos, lingüistas, sociólogos, psicólogos, educadores, artistas, diseñadores gráficos, etc.
La PC es, tal vez, el aparato que más frustración provoca en la actualidad. Sigue siendo muy complicada y difícil de utilizar; un medio tan poco "amistoso" para con el usuario que excluye a gran parte de la población mundial. Sin embargo, y por otro lado, la inmensa mayoría de las personas disfruta plenamente del teléfono, la televisión, el automóvil, la heladera o el aire acondicionado, a pesar de que ignora totalmente cómo funcionan. La historia demuestra que, a medida que se hace más compleja, la tecnología mejora y se hace más accesible, más "orientada al ser humano", tan fácil de utilizar que se vuelve virtualmente invisible, imperceptible, hasta desaparecer...
El objetivo es conseguir que los usuarios se concentren en la tarea que deban realizar en lugar de tener que prestar atención al manejo de la computadora; que obtengan comodidad y simpleza, en vez de complicaciones y molestias. No se precisaría un conocimiento previo ni habría que preocuparse si los distintos componentes armonizan o no entre sí. La estrategia más adecuada para lograrlo, sería que nadie piense en ellas, que no exijan la atención consciente, que se vuelvan tan discretas y poco llamativas que desaparezcan de la conciencia humana. Deberían estar disponibles en todo momento y lugar, tan profunda y completamente integradas en los objetos de uso común que perderían su individualidad, se disolverían en el ambiente y se las usarían sin pensar, intuitivamente, como hoy se usa una radio.
Dentro de un par de décadas, el poder computacional será tal que podrá incluir fácilmente una cierta "inteligencia" en los artefactos comunes. Todas los objetos incorporarán en su diseño un microchip, tal vez en forma de una etiqueta autoadhesiva, que lo identificará inconfundiblemente (reemplazando al tradicional código de barras). Contendrá procesadores, memorias, sensores, actuadores y una conexión a Internet siempre activa y de gran ancho de banda. Con él, los artefactos se volverán cada vez más "amigables", sencillos de utilizar y autoexplicativos; ya no se necesitará un manual de instrucciones, sino que el propio aparato se convertirá en el mejor instructor. Incluso tendrán un alto grado de "personalización", una característica muy valorada por los usuarios (en especial, cuando ellos mismos son capaces de personalizarlos). Muchos no necesitarán encenderse ni apagarse, o que se los programe o sintonice; simplemente se activarán automáticamente cuando la persona se acerque.
La computación ubicua acentuará y magnificará el mundo existente, haciendo al entorno un poco más "inteligente" y controlable. No es que las PCs vayan a desaparecer completamente del escenario, pero durante las próximas décadas convivirán con una gran variedad de otros tipos de dispositivos informáticos. En vez de ofrecer poderosas computadoras capaces de hacer de todo, el paradigma actual consiste en una colección de miles de sistemas especializados, sumamente baratos y densamente interconectados entre sí. Se tratará de una red auto-organizada, una clase especial de organismo, en donde cada elemento "reaccionará" ante los estímulos del medio y "cooperará" con los demás, ya que adquirirán una especie de "consciencia mutua" [ Nota 2 ].
La idea es similar a lo que pasó con la electricidad: se integró tan bien a la vida del hombre que actualmente está en todas partes, oculta en las paredes y almacenada en minúsculas baterías. Y al igual que la omnipresente toma eléctrica, la nueva red lo cambiará todo: los vasos indicarán cuánto líquido ha sido bebido, las sillas avisarán cuándo el usuario lleva demasiado tiempo sentado en una misma posición, los zapatos medirán la cantidad de metros recorridos, las bañeras medirán el peso corporal y dibujarán gráficas de su evolución temporal y los anteojos le informarán al oculista que necesitan una nueva graduación y concertarán una cita...
Pero la verdadera novedad es que ese microchip posibilitará que los objetos dialoguen entre sí, con lo cual podrán ofrecer una vasta cantidad de originales aplicaciones para la vida diaria. Por ejemplo, la cafetera automática sabrá perfectamente cómo le gusta el café a su propietario y podrá llevar una estadística del consumo diario o mensual; al tener acceso a su agenda personal, lo preparará más tarde que de costumbre, si se entera que tiene una reunión programada. Un peine inteligente analizará y comunicará el estado del cuerpo cabelludo al centro de diagnóstico dermatológico, que propondrá el tratamiento más adecuado. Un frasco de medicamentos podrá contener un mensaje grabado con su acción terapéutica, recordarles a los más ancianos que ya es hora de tomar una nueva pastilla o comunicarse con la farmacia para encargar una nueva caja. Algo similar pasará con los libros: si pertenece a una biblioteca personal, indicará su localización física, así como en qué año/mes se leyó, cuánto se tardó en hacerlo y hasta qué página se llegó (si todavía no se terminó de leerlo); si pertenece a una librería, informará cuándo llegó al local, cuántos ejemplares quedan, si ese título ya está agotado o en qué parte de la cadena de abastecimiento se encuentra.
Actualmente los aparatos hogareños y los electrodomésticos cumplen su función específica de manera aislada, por lo que son incapaces de "dialogar" entre sí. A través de una red de comunicación interna, en cambio, podrán interconectarse y ampliar enormemente sus prestaciones. En esta configuración, cada aparato, cada electrodoméstico, cada sensor y actuador disperso por la casa se comportará como un nodo, transmitiendo y recibiendo mensajes entre ellos. Incluso la red dispondrá de salida a Internet, con lo cual cualquier miembro de la familia podrá, a distancia, regular el aire acondicionado, descongelar la comida, preparar la ducha o recibir un mensaje de la heladera "recordándole" que compre latas de cerveza, en el camino de regreso a su casa.
No sorprenderá a nadie, por ejemplo, que el lavarropas elija el programa de lavado más apropiado según los parámetros de la prenda que se coloque (qué tipo de fibra usa, de qué color es y qué clase de suciedad presenta), dosificando la cantidad de jabón en polvo y suavizante y controlando el tiempo de funcionamiento. O que la aspiradora regule automáticamente su potencia de acuerdo con la cantidad de polvo que está siendo succionado y lo descargue directamente en el recipiente de la basura. O que el horno a microondas tenga la capacidad de vigilar lo que se cocine, decidiendo si los alimentos necesitan descongelarse antes o simplemente ser calentados. En todos los casos, los mismos aparatos se ocuparán de contactarse con el servicio técnico cuando detecten algún tipo de anomalía o cuando sea necesario descargar una nueva actualización de su software.
Pero en donde resaltan las verdaderas posibilidades de este tipo de sistema es cuando se consideran sus propiedades sinérgicas. Así, cuando alguien deambula por su casa, los sensores de la pared seguirán sus pasos y ajustarán las variables ambientales, como la iluminación, la calefacción, la refrigeración, la humedad o la música de fondo. El sistema sabrá que la persona acaba de sentarse a la mesa para cenar, que fue a acostarse para dormir, que está tomando una ducha, que está mirando un programa de TV o que está en un momento íntimo. En consecuencia, el teléfono deberá tomar la decisión de no sonar, comunicándole al originante que llame más tarde o que deje su mensaje. Por otro lado, el equipo de música sabrá que cuando el dueño regresa a su casa -de un día agotador- quiere escuchar algún tema New Age, pero los sábados a la noche prefiere algo más movido. Del mismo modo, el televisor inteligente (cuya pantalla puede ocupar toda una pared) no ignorará que le interesa todo lo relacionado con los robots humanoides, y que si en el noticiero se menciona algo sobre el tema, lo debería grabar (en la videograbadora o en el disco rígido de la PC). Si la persona quisiera saber más sobre el tema, el aparato debería ofrecerle una lista de enlaces hacia páginas web que ampliasen el tema.
Algo más espectacular sería el sistema de seguridad. El picaporte de la puerta de entrada al hogar podrá "ver" a la persona que quiera entrar. En caso de "reconocer" al propietario, le abrirá la puerta y posiblemente lo salude. Si se trata de un amigo, lo "identificará" y puede que le dé los buenos días como un mayordomo bien entrenado. Pero si "notase" que se trata de una persona sospechosa, tendrá la capacidad de tomarle varias fotografías o filmarlo y avisar a la policía o al servicio de seguridad. De la misma forma, el sistema tendrá la habilidad de detectar fugas de gas o de agua, de cerrar instantáneamente las llaves de paso o, incluso, de llamar a los bomberos si se origina un incendio que no puede controlar.
A pesar de todas las ventajas que puede ofrecer la tecnología "centrada en el ser humano", surgen algunos problemas relacionados con la confidencialidad. A mucha gente le inquieta y le disgusta la posibilidad de que su información personal se encuentre disponible. Esos datos que hasta hace muy poco eran privados (o, al menos, difíciles de conseguir), de pronto y con muy poco esfuerzo, pueden estar al alcance de conocidos y de desconocidos..., de cualquier parte del planeta. Con cientos de microchips en cada casa, comunicándose permanentemente entre sí a través de redes de computación, bastaría con que hubiera una sola "microfisura" en cualquier parte para registrar todo lo que ocurra en ella. Y dado que todos los objetos estarían conectados a Internet, esa microfisura oficiaría de "portal de ingreso" para cualquier hacker avezado.
A fin de obtener confidencialidad, es preciso balancear el compromiso entre seguridad y facilidad de uso. Generalmente, cuanto más seguro se vuelve un artefacto, más dificultades va a plantear a su legítimo dueño. En efecto, para poder utilizarlo, el propietario deberá demostrar fehacientemente que es la persona que dice ser y, en muchos casos, incluso que se tiene tanto el derecho como la necesidad de acceder a la información requerida. No faltarán oportunidades en que se necesite la cooperación de otra persona (por ejemplo, el cónyuge) o de una entidad (por ejemplo, un banco). En consecuencia, el proceso de identificación puede tornarse bastante molesto.
Una solución práctica, para proteger la información privada contenida en las redes, consiste en emplear una combinación de diferentes técnicas biométricas. Cada una de éstas aprovecha las características únicas y particulares de cada persona (físicas, anatómicas y morfológicas), a fin de lograr su identificación rápida y fidedigna. Ejemplos de ellas son el reconocimiento de las huellas dactilares, de las manos, del iris de los ojos, de la voz o de la huella digital genética. Aunque ninguno de estos métodos -por sí solo- es lo suficientemente seguro, la combinación de dos o tres de ellos proporciona un elevado nivel de seguridad . También podría exigirse una contraseña o algún método criptográfico. [ Nota 3 ]
La idea que subyace en el empleo de las técnicas biométricas, es tomar una muestra de la variable (un patrón vocal u odorífero, el dibujo de una huella dactilar, las impresiones de la retina, la morfología de un rostro), codificarla digitalmente y almacenarla en una base de datos. Luego, cuando se requiere la verificación de la identidad, nuevamente se toma otra muestra y, en un tiempo razonable, se la compara con la existente en la memoria. Como puede fácilmente deducirse, surgen problemas en todos y cada uno de los pasos. Primeramente, es necesario contar con adecuados sensores para tomar muestras fidedignas y que, a su vez, sean relativamente económicos y rápidos. En segundo término, se requiere codificar -de manera eficaz- esa información a un formato digital (¿cómo se representa una cara?, ¿qué datos se deben tener en cuenta?). Nuevamente, un parámetro a considerar es la velocidad; de nada sirve que se tarde un día para extraer una muestra y codificarla. En tercer lugar, se debe contar con una especie de base de datos que permita guardar dicha información y que garantice su eficiente recuperación. Obviamente, el archivo debería ser relativamente "liviano", ya que el sistema debería guardar las muestras de todos los integrantes de la familia y recuperarlos velozmente. Por último, el software debe ser capaz de comparar la muestra tomada con la previamente almacenada. Aquí también los requerimientos de velocidad se tornan delicados. Sería poco tolerable tener que esperar varios minutos -todos los días y varias veces por día- para ser identificado por la misma máquina.
Una forma de solucionar este problema es contar con lo que se conoce como "red corporal local" o BAN (Body Area Network), una derivación del actual concepto de "red de área local" o LAN (Local Area Network). Para fines de la presente década, será normal que cada individuo cuente con muchos microchips situados a lo largo de su cuerpo y conectados entre sí, formando una red corporal. Podrán estar integrados en la ropa, en el reloj o en los distintos accesorios y proporcionarán facilidades para la comunicación, la localización, el control de funciones corporales, la identificación eficaz y muchos otros servicios. Entre otras cosas, liberarán a su portador de muchas preocupaciones triviales y sustituirán poco a poco su necesidad de hacer cálculos, memorizar cifras y textos, recordar fechas y eventos, tomar notas y fotografías, etc. [ Nota 4 ]
Por ejemplo, el reloj de pulsera podría ser muy útil para monitorear continuamente la actividad cardíaca de los pacientes de alto riesgo, ya que cualquier persona tiene uno y está casi todo el tiempo en contacto con su piel. Al producirse un ataque cardíaco, sería capaz de enviar un mensaje al centro médico con su ubicación actual gracias a un sistema de posicionamiento global (Global Positioning System o GPS). Además, en el mismo reloj se podría almacenar la historia clínica del paciente o, incluso, las recomendaciones de su propio médico personal. Los anteojos también se volverían particularmente interesantes. Estarían provistos de unas diminutas videocámaras que proyectarían imágenes virtuales -a una distancia cómoda- justo delante de los ojos: mapas de ciudades desconocidas, mensajes de correo electrónico, artículos de revistas o fotografías almacenadas. Esas mismas videocámaras podrían, con un simple guiño de ojo, fotografiar el rostro del interlocutor y compararla con una base de datos de todas las personas conocidas; al ubicarla, mostraría discretamente el nombre, el lugar y la fecha en que se conocieron y alguna información adicional.
Un pequeño audífono telefónico incorporado dentro de la oreja (o embutido en un aro o en un pendiente) podría llevarse puesto todo el día, siempre encendido, permanentemente a disposición. En consecuencia, no se necesitaría utilizar las manos ni disponer de un espacio para llevarlo. Al recibir un mensaje o una llamada telefónica, la gema sintética del anillo emitiría un color diferente, según sea normal o de urgencia, de un familiar o del trabajo. Al tener un sistema GPS integrado, el aparato permitiría localizar en todo momento a su usuario y, con la información sobre sus preferencias, podría advertirle que en la librería frente a la cual acaba de pasar están ofreciendo el libro que estaba buscando. Incluso se podría sintonizar una o varias emisoras de radio por Internet y escuchar música o noticias, enterarse de accidentes o atascos en el tránsito, saber el estado del tiempo y la cotización de las acciones, etc.
La multinacional IBM, vale aclarar, ya presentó un aparato que puede enviar, mediante un simple apretón de manos, la tarjeta de presentación del usuario a otra persona que tenga el mismo dispositivo. Es muy útil en reuniones o conferencias: uno podría estrechar su mano con muchas personas y, luego, al regresar a su casa, descargar en la PC todas las tarjetas de presentación e imprimirlas. Al tener la posibilidad de intercambiar diferentes datos, la máquina podría -por ejemplo- comparar las personas o los lugares que conocen en común. Por ahora, se necesita una computadora, pero ya se piensa en dispositivos transportables como teléfonos celulares, asistentes digitales personales y tarjetas inteligentes. Extrapolando un poco la idea, se podría imaginar un microchip -oculto entre las ropas- en el cual el usuario ingresaría información sobre sus gustos, preferencias o filosofía de vida. A través de un intercambio inalámbrico de señales (en la calle, en una reunión o en una fiesta), el dispositivo sería capaz de indicar que dos o más personas tienen gustos similares.
La historia demuestra que la tecnología ejerce profundos cambios -o ayudan a facilitar cambios- sobre la sociedad que las origina. En otras palabras, la tecnología creada moldea, a su vez, a su creador. Así sucedió con el alfabeto, la imprenta, la electricidad, la televisión, el automóvil y el avión. En todos los casos transformó el modo de pensar del hombre, modificó sus categorías de pensamiento y cambió su estilo de reflexión. Por ejemplo, el libro permitió almacenar pensamientos, sentimientos y conocimientos, independizándolos del tiempo. Las telecomunicaciones alteraron el concepto de espacio, ya que permitieron que las ideas y las palabras se desplacen miles de kilómetros, que se muevan a escala global. La televisión llevó la visión humana hasta los más recónditos lugares del planeta y más allá. Del mismo modo, los sistemas informáticos del futuro modificarán los hábitos de trabajo del Homo Sapiens, así como también su forma de aprender y de pensar.
La importancia de Internet reside en que es una infraestructura apta para la interacción colectiva entre muchos seres humanos, ya que posibilita intercambios múltiples e instantáneos entre individuos dispersos a lo largo de la superficie terrestre. Al disponer de una conectividad global e inmediata, la especie humana puede multiplicar enormemente su gran fortaleza: la capacidad de compartir pensamientos y experiencias. Por primera vez en la historia, hay millones de personas interactuando y relacionándose, al mismo tiempo y dentro de un mismo espacio virtual, en diferentes grupos, equipos de trabajo, foros de discusión o canales de chat, sin importar la distancia, la cultura o el sexo. Por el momento, comparten entre sí datos, textos, dibujos, palabras, sonidos, música, imágenes, fotografías y videos, pero pronto se extenderán a olores, texturas y sensaciones táctiles.
Esto puede originar un verdadero proceso de metamorfosis, una auténtica mutación intelectual, con efectos todavía impredecibles. Por ejemplo, la posibilidad de tener una copia de "respaldo" (un back-up) del cerebro significará que una persona nunca olvidará algo vivido o aprendido. El acceso inmediato a enormes bancos de memoria (con la información correcta, en el momento adecuado, con la necesaria profundidad y en la forma apropiada) habilitará la expansión de los medios educativos. La comunicación constante entre grupos de personas -no importa la distancia- optimizará la coordinación y armonización de sus labores. Una conexión permanente a Internet podrá hacer que las relaciones sociales se desarrollen totalmente en un entorno virtual. Una cada vez mayor delegación de las facultades lógicas y de razonamiento hacia las máquinas modificará la forma de trabajo de la mente humana, como antes lo hizo el uso de calculadoras electrónicas.
Yendo un poco más lejos, ¿cómo se alteraría una sociedad cuando haya algunas decenas de microchips por cada individuo? ¿Y cuando la mayoría de dichos chips se comuniquen entre sí? ¿Qué pasaría si, algún día, a través de implantes cerebrales conectados a Internet, se puedan transmitir emociones, sensaciones y pensamientos directamente de una persona a otra? Sería una suerte de telepatía digital, que permitiría enlazar las mentes de varios individuos en una forma de asociación simbiótica nunca antes experimentada por la especie. Como dice el profesor inglés Kevin Warwick, de la Universidad de Reading, "al sentir -de verdad sentir- su tremenda fuerza, aprenderemos a controlar nuestras emociones para no dañar a otros con la rabia o ira. Eso nos hará mejores seres humanos". O, como afirma el empresario y escritor americano Ray Kurzweil, "podremos conectarnos a un sitio Web y experimentar la vida de otras personas, de la misma manera que lo hacen los personajes en las películas. Será posible vivir y revivir experiencias muy interesantes en cualquier momento".
Ya se habla del surgimiento de una "inteligencia planetaria" que, tal vez, conduzca a la humanidad hacia un nuevo estado evolutivo, hacia un nuevo estado de consciencia. En efecto, se está creando un substrato tecnológico, un tejido de cables de fibra óptica, satélites y microondas, que está envolviendo rápidamente al planeta. Junto con enormes bases de datos, poderosas computadoras y sofisticados algoritmos informáticos y de inteligencia artificial, se está gestando una especie de "cerebro global" que interconectará a los millones de cerebros individuales dispersos. De este modo, a través de la tecnología, los seres humanos podrán compartir y combinar su inteligencia, sus conocimientos y su creatividad, los cuales se potenciarán y realzarán por las posibilidades de los sistemas informáticos: su velocidad de cómputo, el acceso a grandes almacenes de datos, sus capacidades gráficas, sus poderes lógicos, etc.
Pero en este proceso de gestación de un cerebro global, también aparece -a su vez- un proceso inverso en el que cada cerebro individual se reacomoda y adapta a ese sistema. Como en el caso de las herramientas, del lenguaje o de la sociedad, se da otra vez el proceso gradual de coevolución y adaptación mutua. Cada parte trata de adaptarse al otro, pero convergiendo lentamente hacia un objetivo común. Así, en poco tiempo más, la interfaz entre el hombre y la máquina se optimizará, será única y continua, sin discontinuidades, "sin fisuras". Uno podrá moverse libremente entre Internet, la televisión, la radio, la PC o cualquier dispositivo que esté usando. Entonces ya no pensará en la red como algo extraño, complicado, difícil. Estará al alcance de cualquiera y será algo tan común como lo es hoy un libro, un teléfono o un automóvil.
Para el francés Joël de Rosnay, doctor en Ciencias y actualmente presidente de Biotics International, ese supercerebro planetario ya tiene nombre: lo denomina "cybionte" (de cyb: cibernética, bios: biología y ente). Lo concibe como una nueva forma de vida sobre la Tierra que se está conformando -lenta y progresivamente- a partir del conjunto de cerebros individuales humanos, sus organizaciones, sus sistemas informáticos y sus redes de telecomunicaciones. Se trata de organismo híbrido en donde los hombres equivalen a sus neuronas, las redes informáticas a sus sinapsis y las organizaciones a sus tejidos cerebrales. Y, al igual que el órgano encefálico, se reconfigura constantemente ajustando y modificando sus enlaces en respuesta a las decisiones tomadas en paralelo por centenares de millones de personas y máquinas interactuando entre sí.
Se estima que actualmente (año 2003) hay, en Internet, cerca de 660 millones de usuarios, poco más de 175 millones de computadoras, y un promedio de 50 enlaces por sitio. Si bien es un número enorme, y que crece diariamente, solamente representa el 11% de la población mundial. Por otro lado, su concentración no es homogénea: un 25% de internautas vive en EE.UU., otro 29% reside en Europa y un 24% se reparte entre Japón, China y Australia, mientras que existen enormes regiones desconectadas de la red (no sólo África, sino también parte de Asia, América Latina y Eurasia). Sin embargo, y siguiendo a de Rosnay, ¿qué pasará cuando cambien esas cifras? ¿Qué ocurrirá cuando más personas se conecten y estén repartidas más homogéneamente por todo el planeta? ¿Y cuando haya más máquinas conectadas, no sólo computadoras sino teléfonos móviles, electrodomésticos, microchips inteligentes, juguetes inteligentes...? ¿Y cuando se incremente la cantidad de enlaces por sitio? Tal vez ocurra una especie de metamorfosis, una "transición de fase", como cuando el vapor se transforma en agua o ésta en hielo. Del mismo modo, quizás emerja -poco a poco- una nueva entidad con propiedades enteramente nuevas, una inteligencia colectiva autoconsciente que condicione el desarrollo futuro de la humanidad.
[1] La emoción es un proceso biológico que se origina a partir de una señal por la cual la persona libera ciertas sustancias químicas. Habría sensores especializados en detectar cambios químicos, como el sudor. [ Volver ]
[2] Desde hace rato ya se comercializa este tipo de tecnologías. Un ejemplo típico es el ICQ, un programa que le indica al usuario cuando una persona -de una lista predefinida- se conecta a Internet. [ Volver ]
[3] Vale aclarar que, tanto los lectores de huellas dactilares como del iris, pueden burlarse con reproducciones altamente sofisticadas a partir de geles. Un método seguro de identificación podría ser, por ejemplo, que al llegar a la casa, el usuario se ubique frente a su puerta, coloque su mano en un pequeño rectángulo, al tiempo que acerque su ojo a la mirilla y pronuncie su nombre. [ Volver ]
[4] No obstante, vale aclarar, las redes corporales y la computación ubicua son complementarios: la primera se mueve con uno, mientras que la segunda está a su alrededor. [ Volver ]
Sobre el autor
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Sergio A. Moriello trabaja en la actualidad en Telefónica Argentina. Es periodista científico, ingeniero en electrónica y posgraduado en administración empresarial.
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