La humanidad nunca había presenciado un avance tan espectacular en materia comunicacional, como el verificado en el recién fenecido siglo XX. El progreso en este campo fue de tal magnitud que ha sido llamado "el siglo de las comunicaciones".
Con prolijidad y rapidez sorprendentes, ocurren los progresos; tanto, que muchos nos hemos sentido confundidos y con la sensación de estar "fuera de moda" al aparecer tal o cual ingenio.
Por supuesto, los medios informativos como el radio, la televisión y la prensa escrita fueron inmediatamente incorporados al impetuoso torrente de novedades.
Leer hoy en día una tarjeta de presentación comercial, y en algunos casos personal, es enfrentarse a un auténtico catálogo de medios para comunicarse: teléfono, fax, localizador, teléfono celular y correo electrónico son hoy los requisitos mínimos que demanda la etiqueta posmoderna para estar a tono. Es el súmmum de la disponibilidad, en aras de la eficiencia comercial. Nos han hecho vislumbrar la cercanía instantánea, la posibilidad de la ubicuidad virtual y la egocéntrica posibilidad de estar ahí para todos y por todo.
Además, contamos con la internet, con sus correos electrónicos, chats y videoconferencias; y los cada vez más cercanos videófonos. El telégrafo y el correo ordinario parecen, para muchos, curiosidades de otra época.
Sin embargo, la mayoría de las personas se sienten o están solas. Su forma de comunicarse suele estar viciada por la falta de claridad.
Es esto parte de los sinsentidos de nuestra era. Estamos rebosantes de medios, pero enjutos en los fines; nuestros continentes son escasos en su contenido. Son los malestares de la resaca espiritual individual, luego de la borrachera mediática colectiva.
Debemos recordar que el hombre siempre es el hombre, sin importar que tenga más o menos tecnología alrededor; su necesidad siempre ha sido la misma: comunicar, que es poner en común, con lo que decimos compartir, no solamente informar.
Buena parte de la posibilidad de alcanzar la felicidad reside, precisamente, en permitir que nuestra capacidad para dar y recibir encuentre su máximo potencial.
Comunicar, nos dice la Real Academia Española es, en su primera acepción "Hacer a otro partícipe de lo que uno tiene"; la etimología proviene del latín communicare, "intercambiar, compartir, poner en común", a su vez del latín antiguo comoinis y éste del indoeuropeo ko-moin-i "común, público"; que deriva de ko- "juntamente" + moi-n "intercambio de servicios" [ Nota 1 ]
En cualquier caso, para comunicarse es necesaria la presencia de otro.
"Nosotros -así como no logramos vivir sin comer ni dormir- no logramos entender quiénes somos sin la mirada y la respuesta del otro." Dice acertadamente Umberto Eco y agrega que "Sin este reconocimiento [del otro], el recién nacido abandonado en el bosque no se humaniza [...], y podría morir uno o enloquecer si viviera en una comunidad en la que sistemáticamente todos hubieran decidido no mirarse jamás y comportarse como si no existieran" [ Nota 2 ]
Y es a propósito de estas reflexiones, que cabe aquí recordar la historia de las pequeñas Kamala y Amala, quienes fueron encontradas en la remota aldea de Godamur, India, en el año de 1920. Estas niñas fueron abandonadas en la selva y posteriormente cuidadas y alimentadas por una manada de lobos.
Al momento de ser rescatadas, Kamala contaba unos ocho años de edad, en tanto que su hermana menor tenía aproximadamente un año y medio. No habían tenido comunicación con persona humana en toda su vida.
Las pequeñas actuaban como lobos para todos los efectos prácticos, como comer, dormir, e inclusive caminar. Y más allá todavía: en un principio sólo se les escuchó un único tipo de señal sonora que "era inicialmente baja y ronca, y se tornaba luego en un fuerte aullido, prolongado y penetrante. Al principio, repetían esa señal con regularidad y exactitud, siempre a la misma hora: a las diez de la noche, a la una y a las tres de la mañana. [...] Rechazaban con terquedad todo intento de incorporarlas a los juegos y entretenimientos de otros niños, sin manifestar interés alguno por lo que hacían los demás ni prestarles atención." [ Nota 3 ]
La pequeña Amala murió de disentería, apenas once meses después de ser rescatada.
Por su parte, Kamala sobrevivió más tiempo y logró responder (gestualmente) al habla humana luego de trece meses. Comenzó a relacionarse con otros niños al cabo de tres años; pronunció su primer frase coherente tras cinco años y en ese lapso sólo había conseguido aprender unas treinta palabras. Aunque aprendió a caminar erguida, jamás dejó de correr en cuatro patas.
Lamentablemente, la historia no tuvo un final feliz: Kamala vivió hasta los 17 años, antes de fallecer de uremia y aunque tenía ya nueve de vivir entre humanos, al ocurrir su deceso, sólo había alcanzado el desarrollo intelectual de un niño de cinco años.
Este caso parece seguir la suposición de que para desarrollar el potencial de la persona humana, se requiere del concurso de sus iguales. El hombre es incapaz de crecer como tal, sin la compañía de los otros.
Sin esta sociedad, esta asociación simbiótica, la persona no puede actualizar sus potencialidades por completo, aún y cuando las conserva intactas.
Pensando en este sentido, recordamos a Aristóteles, quien dice que: "el hombre es por naturaleza un animal político" y que "quien por naturaleza y no por casos de fortuna carece de ciudad, está por debajo o por encima de lo que es el hombre." [ Nota 4 ]
Para ser, requerimos de los demás. En nuestra génesis es indispensable que haya otros individuos a partir de los cuales obtengamos el ser. Nuestra especie no se autogenera, ni se reproduce por mitosis. Somos seres sexuados y por ello es necesario el concurso de dos desiguales (en sexo) pero iguales (en especie y dignidad) para generar un tercero. Los padres son imprescindibles y lo serán siempre, pues el material genético necesario para generar la vida humana siempre vendrá de otro. Nada se genera de la nada [ Nota 5 ].
La naturaleza ha decretado que cada uno sea quien es. Esta aparente obviedad, es un hecho significativo: Todos y cada uno de quienes formamos la raza humana somos la concreción de la naturaleza del hombre en un individuo, en un yo diferenciado, que es decir que poseemos personalidad [ Nota 6 ]. Por ello, afirmamos ser personas.
Por lo dicho, cada persona es un proyecto único e irrepetible de vida; cada uno de nosotros somos un fin en nosotros mismos, nunca un medio para otros. Aunque necesitamos del concurso de otros individuos para dar plenitud a nuestras facultades.
Así, aunque necesitamos de otros para ser, no los requerimos para seguir siendo (pues la vida del individuo no es propiedad de la comunidad); pero es necesaria la presencia de los otros para dar plenitud a nuestro ser.
Somos con los demás, no en ellos.
Este "estar con los otros", para convertirse en un proceso enriquecedor y con un sentido, necesita de los medios que posibiliten compartir la información obtenida de la experiencia individual para ponerla al servicio del resto de la comunidad. Requiere que los individuos se comuniquen.
Siendo algo consustancial al ser humano la necesidad de compartir, parecería entonces que estamos perfectamente capacitados para ejercer en el proceso comunicativo sin más, pero esto no es así.
Aunque todos tenemos la capacidad potencial, no siempre desarrollamos las habilidades necesarias para actualizarla.
La psique humana es compleja y la inteligencia tiene múltiples facetas y manifestaciones. Así, ocurre que un genio de las humanidades, puede ser un matemático zafio o tener gran torpeza física y, por supuesto, los casos inversos. Luego, no necesariamente todos poseemos las mismas habilidades, entre ellas, las necesarias para comunicarnos eficazmente, y esto no implica mayor o menor grado de inteligencia.
Comunicarse con el prójimo es difícil, pues es enfrentar percepciones y razonamientos distintos. Es complicado, pues es intentar que cada uno de quienes intervienen en el proceso, pueda poner al alcance de los otros su particular visión del mundo y que comprenda las ajenas.
Para efectos de orden, son necesarias algunas normas que faciliten el mutuo entendimiento. Así, se dice que hay cuatro principios éticos de la comunicación, que son los siguientes:
- Igualdad: Que significa comportarse equitativamente, tanto en el papel de emisor, como en el de receptor.
- Autenticidad: Que es actuar honestamente, pues cuando se pretende engañar al otro, no hay posibilidad de comunicación.
- Pertinencia: Que es el ajustarse al tiempo, al espacio y a las formas acordadas para que el proceso se lleve al cabo.
- Acuerdo: Pues no hay posibilidad de comunicación si no se pretende conseguir alguno.
La pregunta pudiera ser ¿por qué es necesario tener ética para comunicarnos?
La respuesta radical [ Nota 7 ] es: por respeto a nosotros mismos.
Al participar en el proceso comunicativo, pretendemos hacer llegar nuestro mensaje de manera clara y esperamos que el otro lo entienda, lo procese y lo responda. Si obtenemos respuesta, y ésta se encuentra enriquecida por la opinión del otro, dentro del proceso comienza entonces un círculo virtuoso en el que el mensaje va adquiriendo mayor calidad y claridad, con lo que se consigue ir elevando el nivel de la comunicación. De este modo, cada participante obtiene un beneficio, pues recibe más de lo que emite.
Este sencillo proceso, promueve que los participantes incrementen su conocimiento y disfruten de la posibilidad de recrear el pensamiento del otro para confrontarlo con el propio. Si alguna de las partes no cumple con los acuerdos necesarios para ello, no sólo evita que el otro se enriquezca, sino que se niega a sí mismo la oportunidad de aprender y mejorarse [ Nota 8 ]. En comunicación, respetar al otro es respetarse a sí mismo.
Hasta lo aquí expuesto, puede parecer un proceso simple, pero éste se complica cuando entran en escena la multitud de emisores, la polisemia del lenguaje y el ruido.
La época actual se significa por el desenfrenado aumento de la cantidad de información que está al alcance de cualquiera. Dentro de las urbes, una multitud de mensajes nos bombardean todos los días.
Nuestro cerebro es incapaz de obtener provecho de esta desordenada y ruidosa avalancha informativa y por ello debemos filtrar y ordenar lo que percibimos, para hacerlo manejable. Es imprescindible discriminar lo que es de nuestro interés de aquello que no lo es y mantener así un marco de referencia coherente y útil.
La sobreoferta de medios de acceso a la información ha sido acompañada por un explosivo desarrollo de los artefactos tecnológicos necesarios para allegárnosla, así como de nuevos ingenios que nos permiten estar en contacto permanente con el resto de la sociedad. Para el ciudadano actual, permanecer incomunicado, aún momentáneamente, es aterrador. Esto ha ocurrido en un grado tal que parecería que padecemos una especie de -permítaseme el término- "polisfilia" exacerbada.
De acuerdo con estos parámetros, la suerte de Filoctetes, nos parece en extremo intolerable y sus sufrimientos absolutamente inhumanos. Este héroe griego fue abandonado durante diez años en la isla de Lemnos, por sus propios compañeros, a causa de una terrible llaga supurante en el pie. Para los antiguos, lo ocurrido a Filoctetes era un castigo cruel y por ello, en la obra, el coro habla así del personaje:
"¿Cómo es posible, cómo, que oyendo aquí en solitario el rumor de las olas que se rompen en la orilla, haya podido soportar tan deplorable vida? Aquí se halla solitario, sin poder andar, sin tener ningún vecino que en su dolencia le asistiese y a quien pudiese comunicar el dolor de la cruel herida que le devoraba y los lamentos que el eco le devolvía." [ Nota 9 ]
Conmueve pensar en la suerte de aquel desdichado durante esos años de sufrimiento. Estar así, en solitario, es una tragedia, pues no se está por decisión propia, sino como consecuencia de haber sido puesto de lado por los demás, ignorado de todos y sin el consuelo que proporciona la compañía de los semejantes. Nos mueve a compasión esta circunstancia, pues es patético no poder compartir ni comunicar.
Y más allá de las consideraciones sentimentales, el hombre necesita comunicarse para dar sentido y coherencia a su existencia.
Entre el estímulo externo y la reacción, en el hombre media la interpretación. En efecto, el hombre, a diferencia del resto de los organismos, no responde de inmediato a los estímulos, sino que los procesa, los intelige, los simboliza. "Existe una diferencia innegable entre las respuestas orgánicas y las respuestas humanas. En el caso primero, una respuesta directa e inmediata sigue al estímulo externo; en el segundo, la respuesta es demorada, es interrumpida y retardada por un proceso lento y complicado de pensamiento." [ Nota 10 ]
Esta forma de interacción con la realidad externa modifica por completo la sensación que el hombre tiene acerca de la realidad. De hecho podemos decir que el hombre jamás tiene contacto directo con lo real, sino sólo a través de sus constantes e ininterrumpidas interpretaciones. Como consecuencia de esto, mantenemos un inacabable diálogo interno.
Si dependiéramos exclusivamente de nuestras percepciones para intentar interpretar al mundo, seríamos incapaces de hacerlo. De hecho, cuando un hombre pierde la posibilidad de comunicarse con los otros y vive exclusivamente rodeado de sus individuales percepciones de la realidad, lo consideramos loco.
Se ha dicho que el hombre requiere de los demás para poder ser; más aún, se ha afirmado que un hombre que está fuera de la sociedad por que no requiere de ella o está por encima o por debajo de lo que es un hombre. Cabe ahora decir que un hombre que vive en sociedad y sin embargo es incapaz de compartir su pensamiento, de comunicarse con otros hombres, no tiene posibilidades de verificar si sus percepciones son o no reales.
La realidad social, el constructo colectivo, es el único lugar en que podemos tener la oportunidad de constatar si nuestras percepciones son o no correctas. Este utópico o ubicuo lugar -según se mire-, para funcionar requiere de la participación activa de los concurrentes. Es necesaria la participación de quienes intervienen, poniendo en juego su pensamiento, permitiendo que sea cotejado y compartido por otros, lo que es decir comunicar.
Dar y recibir con generosidad, tomar del discurso común lo necesario para el crecimiento propio y devolver una respuesta enriquecida por el raciocinio, ha contribuido decisivamente al progreso de nuestra especie. Privarse de este ejercicio es abandonar una de las partes más humanas de nuestra naturaleza.
Parece ahora el momento de vincular a la comunicación con la felicidad.
Entiendo que la felicidad completa sólo se alcanza cuando se consigue dar cabal cumplimiento a nuestras particulares posibilidades para hallar el bien, de acuerdo con nuestra naturaleza, y que esta felicidad debe ser un estado de plenitud completa, al que es imposible renunciar y del cual ya no es posible separarse. Resulta evidente que es muy difícil alcanzar ese nivel, sin embargo, todos tendemos a buscarlo y la vida humana transcurre en esta incansable e inacabable búsqueda.
Si lo anterior es cierto, y aceptamos que la necesidad de comunicarnos con los demás, es una parte consustancial de la condición humana y que es en el ejercicio de esta facultad que en buena medida se nos posibilita encontrar nuestra posición en el mundo y la perspectiva desde la que lo vemos, parece seguirse entonces que quien no procura establecer, mantener y enriquecer la comunicación con sus semejantes, deja de lado el desarrollo y la posibilidad de dar plenitud a una de sus más importantes y ennoblecedoras capacidades como ser humano, y como consecuencia de ello pierde la posibilidad de ser feliz.
Podría objetarse la definición dada para lo que es la felicidad y ponerse en duda si es o no un estado permanente. Dentro de esta línea, Freud opinaba que "Lo que en el sentido más estricto se llama felicidad surge de la satisfacción, casi siempre instantánea, de necesidades acumuladas que ha alcanzado elevada tensión, y de acuerdo con esta índole sólo puede darse como fenómeno episódico" [ Nota 11 ] por lo que toca a la presencia de los otros, le otorga un distinguido papel, aunque de manera ciertamente sombría, ya que dice que dentro de las fuentes de sufrimiento para el hombre, la más dolorosa de todas es la que emana de las relaciones con otros seres humanos.
A pesar de lo anterior, es posible de cualquier forma establecer que aun así, comunicarse con los demás es imprescindible para obtener satisfactores psíquicos que de otro modo estarían fuera de nuestro alcance. En este sentido, Freud parece concordar con lo aquí expuesto acerca de aquel que sólo vive atento a su propia percepción, pues opina que: "también se puede ir más lejos, empeñándose en transformarlo, construyendo en su lugar un nuevo mundo en el cual queden eliminados los rasgos más intolerables, sustituidos por otros adecuados a los propios deseos. Quien en desesperada rebeldía adopte este camino hacia la felicidad, generalmente no llegará muy lejos, pues la realidad es más fuerte. Se convertirá en un loco a quien pocos ayudarán en la realización de sus delirios" [ Nota 12 ]
En el camino para conseguir la felicidad, sea vista como el estado irrenunciable de plenitud a nuestras potencialidades o como el efímero instante de satisfacción por lo largamente anhelado, la presencia de los demás parece ser imprescindible para conseguirla y consecuentemente -se agregaría aquí-, la relación que se establece con ellos, que es decir la forma en cómo nos comunicamos.
Si bien la comunicación no es la felicidad, ni reside en ella, aparentemente resulta innegable su importancia como un factor imprescindible para el desarrollo del potencial humano. Así, la dupla comunicación-felicidad debe lucir más como la fórmula de una prudente acotación para actualizar nuestras capacidades que como la acabada receta que devele el secreto para alcanzar la felicidad y el sentido de la vida humana.
Finalmente, parece pertinente puntualizar que comunicar, en el sentido humano, es más que únicamente entrar en contacto con los demás; y que tampoco es solamente intercambiar información. Comunicar es involucrar nuestro pensamiento en el proceso, es enriquecer lo recibido y recrear nuestras percepciones, es respetar y dar valor a la participación del otro, y es entender que el punto óptimo en este proceso se verifica cuando quienes participan en él intercambian pensamientos que promueven la generación de ideas. Comunicarse es estar dispuesto a dar y recibir con honestidad, alteridad, equidad, y pertinencia.
Si esto no ocurre, sin importar qué cantidad de artefactos carguemos encima, ni que tan localizables estemos por y para todos en todo momento, en realidad estaremos solos, pues mientras no haya una persona generosa, dispuesta a comunicarse, hasta entonces, detrás del número de teléfono, de la clave del localizador o de la dirección del correo electrónico, no habrá respuestas, no importa cuántas veces nos contesten.
- ARISTÓTELES.- Política, Universidad Nacional Autónoma de México, México, 2000, 2ª. Edición.
- CASSIRER, Ernst.- Antropología Filosófica, Fondo de Cultura Económica, México, 2000, 2ª. Edición.
- ECO, Umberto; MARTINI, Carlo María.- ¿En qué creen los que no creen?, Taurus, México, 1998.
- FREUD, Sigmund.- El malestar en la cultura, Alianza editorial, Madrid, España, 1997
- GÓMEZ DE SILVA, Guido.- Breve Diccionario Etimológico de la Lengua Española, El Colegio de México/ Fondo de Cultura Económica, México, 1998. 2ª. Edición.
- GRACIAN, Baltasar.- El discreto, Editorial Porrúa, México, 1998, 4ª. Edición.
- SIDOROV, M..- Cómo el hombre llegó a pensar, Ediciones Cientec, Buenos Aires, Argentina, 1977.
- SÓFOCLES.- Tragedias, EDAF, Madrid, España, 1999, 11ª. Edición.
- REAL ACADEMIA ESPAÑOLA.- Diccionario de la lengua española, Espasa Calpe, España, 2001, 22ª. Edición.
[1] Cfr. GÓMEZ DE SILVA, Guido.- Breve Diccionario Etimológico de la Lengua Española, El Colegio de México/ Fondo de Cultura Económica, México, 1998. 2ª. Edición. [ Volver ]
[2] ECO, Umberto, MARTINI, Carlo Ma..- ¿En qué creen los que no creen?, Taurus, México, 1998. pp. 107-108 [ Volver ]
[3] SIDOROV, M..- Cómo el hombre llegó a pensar, Ediciones Cientec, Buenos Aires, Argentina, 1977. p. 21 [ Volver ]
[4] ARISTÓTELES.- Política, Universidad Nacional Autónoma de México, México, 2000, 2ª. Edición, Cap. I, i. 1253a 5. Un poco más adelante (Cap. I, i. 1253a 25-30), el estagirita se refiere a la ciudad (polis) y dice con respecto al hombre que: "Quien sea incapaz de entrar en esta participación común, o que, a causa de su propia suficiencia, no necesite de ella, no es más parte de la ciudad, sino que es una bestia o un dios." Que tiene un sentido profundo y tremendo, al enfrentarnos a nuestro miedo y a nuestro anhelo. [ Volver ]
[5] Hasta la fecha, ni siquiera las modernas técnicas de laboratorio pueden generar vida de la nada. Para clonar a un ser, es necesaria la información genética del mismo y esta información se encuentra en un individuo diferente al que será el producto final de la clonación. [ Volver ]
[6] Reconociendo en este concepto tanto al principio constitutivo de la persona como al repertorio habitual de conductas psicosociales que expresan en cada individuo la integración singular de sus características cognoscitivas, afectivas y conativas. [ Volver ]
[7] El término entendido a partir de su origen del latín radix, -icis, raíz; y, en este sentido: " Perteneciente o relativo a la raíz o fundamental, esencial, de raíz." No en el sentido figurativo de "extremista, tajante o intransigente" [ Volver ]
[8] Cabe recordar las palabras de Baltasar Gracián, cuando dice "No seas tú de aquellos que bárbaramente se envidian a sí mismos el gusto de saber, por deslucir al otro el aplauso del enseñar" (GRACIAN, Baltasar.- El discreto, Editorial Porrúa, México, 1998, 4ª. Edición. p. 18) [ Volver ]
[9] SÓFOCLES.- Tragedias (Filoctetes), EDAF, Madrid, España, 1999, 11ª. Edición. pp. 430-431 [ Volver ]
[10] CASSIRER, Ernst.- Antropología Filosófica, Fondo de Cultura Económica, México, 2000, 2ª. Edición. p. 47 [ Volver ]
[11] FREUD, Sigmund.- El malestar en la cultura, Alianza editorial, Madrid, España, 1997. p. 44 [ Volver ]
[12] Ibid pp. 52-52 [ Volver ]