Hemos de comenzar apoyando nuestra investigación en lo que ya hay y en el modo como ello se concibe. Por tal razón, se ha de reparar, con la extensión e intensidad suficientes, en la organización psicosocial de los sistemas, no sólo como estructura cognitiva, sino como fenómeno social generalizado, si bien de naturaleza estructural, que verdaderamente hace que la vida ordinaria tenga las ventajas e inconvenientes cotidianos, tienda a un estilo propio de progreso, y coadyuva a que la didáctica se realice de un determinada manera.
La "Teoría general de sistemas" (TGS), de L. von Bertalanffy (1976), fue en su día el descubrimiento útil de un fenómeno obvio, una relativa novedad y una esperanza, en lo que se refiere al sempiterno desfase existente, y nunca ajeno a la inteligencia del hombre, entre la realidad y el modo de percepción de la realidad. Hasta su surgimiento, ningún otro conocimiento había admitido y desarrollado una posibilidad explicativa tan completa y aplicable. Sin embargo, esa bien concebida forma de acceso al conocimiento de la realidad no llegó nunca, como luego veremos, a representar totalmente lo que pretendía. Desde mi punto de vista, es profundamente parcial -aunque su parcialidad no sea muy evidente-, y la negatividad mejorable que conllevó se pueda asociar al hecho de que se aprendió bien, de que se asimiló mucho; tanto, que condicionó la amplitud de la conciencia de quienes se identificaron como sistemas o partes de sistemas.
En este artículo se propone una alternativa centrada en el concepto de conciencia propuesto, que supera, desde un punto de vista lógico, los fundamentos de la TGS, el modelo de desarrollo social que ha promovido, la organización de organizaciones abiertas o formadas por personas, y la consecuente fundamentación, adaptación, y metodología intelectual, más o menos inconsciente, de sus integrantes, que, a la postre, es todo ser humano. Pretende ser una mayor y más completa aproximación a la realidad de los grupos e instituciones humanas, realizada precisamente sobre la TGS, y un soporte formal que favorezca la emergencia de una conciencia diferente, más profunda, completa y compleja que la conciencia normal u ordinaria, propia de sistemas, básicamente encaminada al logro de finalidades ligadas a rendimientos de sistemas o para sistemas.
Las repercusiones psicológicas y didácticas pueden ser enormes, tanto respecto a objetivos o pretensiones, contenidos de comunicación, percepción de evaluación y, sobre todo, conciencia de lo que desde la educación se está haciendo y reforzando, y cómo poder virar los fundamentos de didáctica y la didáctica desde sus fundamentos, desde el marco de las carreras docentes, para encaminarla a una humanización sostenida por una fundamentación lógica, que a continuación se desarrolla.
Probablemente, la TGS naciera como una necesidad intrínseca, como consecuencia de la convergencia de una serie de circunstancias desestructuradoras y detonantes de las formas de percepción previas a los años veinte y treinta:
a) Inicio de una nueva forma generalizada de concebir la realidad proveniente, en su mayor parte, de los descubrimientos de la física moderna, que generaban un revolucionario y antiquísimo (Egipto, hace 41 siglos o China, hace 26 siglos) modo de entender el universo; a causa de ello, se pretendía encontrar el soporte cognitivo que hiciera posible el acceso a la comprensión de los hechos, fenómenos y cosas reales, de un modo diferente al clásico esquema causa-efecto; debido a ello, se procuraba aflorar la urdimbre comprensiva necesaria para ofrecer o facilitar el entendimiento del objeto y del sujeto en clave de participación (funcionalmente dialéctica) en un mismo acto compartido.
b) Incomunicación entre las diversas disciplinas científicas.
c) Voluntad real de iniciar crecimientos multilaterales, interdisciplinares o extensivos entre las diversas ciencias desgajadas, principalmente caracterizadas hasta entonces por un desarrollo unilateral, verticalista e intensivo.
d) Éxito de las organizaciones internacionales (científicas, políticas, educativas, culturales, etc.).
e) Creciente hiperdesarrollo de la especialización científica que, en consecuencia, llevara a una serie de corpus a crisis de identidad; sobre todo, a los que, por su evolución, se aproximaban a disciplinas diferentes.
f) Inexistencia de algún tipo de macroestructura interpretativa u organizadora desde la cual poder apreciar, con la mayor visión posible, qué era lo que estaba ocurriendo y hacia dónde se orientaba el proceso de cambio.
En tan sólo unos años, los métodos científicos (inductivo, deductivo, histórico, comparativo, etc.) se tuvieron que actualizar, y numerosas disciplinas científicas (biología, física, sociología, medicina, historia, pedagogía, geología, psicología, economía, demografía, informática, etc.) darían, con el pasar de los años, buena cuenta de las repercusiones fundamentales del descubrimiento de aquella gran obviedad tan práctica. La TGS pareció destinada a realzar las ciencias y los conocimientos científicos. Con posterioridad, fue aplicada a otras áreas de investigación más concretas y próximas al ámbito de la práctica pedagógica (por ejemplo, P. Watzlawick, J. H. Beavin, y D. D. Jackson, 1971, que lo hacen al ámbito de la comunicación humana; C. Ciscar, y M. E. Uría, 1986, que analizan la escuela dentro del sistema social; o M. Selvini Palazzoli et al., 1985, que la aplica al funcionamiento del centro escolar, desde el punto de vista del psicólogo de centro). En cualquier caso, siempre que la TGS se ha combinado con algún saber científico no se ha procurado más que el desarrollo de ese saber, en virtud de cuyo avance el ser humano era quien se acomodaba. La verdad es que, aunque siempre ha ocurrido así, desde su generalización (en torno al modelo de acción-reflexión-acción) este impulso se ha acelerado considerablemente.
Hoy, en los umbrales del tercer milenio de nuestra era, cabe cuestionarse hasta qué punto los efectos de este inevitable hallazgo han repercutido en el progreso del conocimiento humano y de sus ciencias, y en qué medida ese desarrollo ha contribuido a la evolución humana. Comenzaré tratando una serie de cuestiones formales para después, y sobre su discurso, acceder fundamentalmente a una crítica aplicada al tema que nos ocupa.
Centrándonos exclusivamente en los denominados "sistemas secundarios" o "abiertos" o formados por personas (L. von Bertalanffy, 1976), comencemos diciendo que se les atribuye una serie de características:
a) Relativa totalidad -en virtud de la cual se valida la aseveración aristotélica de que "el todo es más que la suma de las partes"-; presupuesto teórico precedido a mi juicio por la Ökologie romántica, por Ch. von Ehrenfels, en 1890, o por la posterior consolidación de la Gestaltpsychologie (M. Wertheimer, K. Köhler, K. Koffka y K. Lewin, fundamentalmente), desde comienzos del siglo.
b) Finalidad común o equifinalidad funcional de los elementos del sistema en proceso, que los hace desidentificarse de sus metas individuales y reidentificarse en las generales del sistema, las cuales podrán, o no, coincidir con las particulares; en realidad esta es una característica general de la vida, donde: "Encontramos que todas las partes y procesos están ordenados de tal modo que garantizan el mantenimiento, la construcción, la restitución y la reproducción de los sistemas orgánicos" (L. von Bertalanffy, 1960, p. 13).
c) "Homeostasis" (término de W. B. Cannon, 1932, que por vez primera empleó en 1915), referida a:
1) Su tendencia al estado estacionario, o a permanecer de modo semejante a como en la actualidad.
2) Su equilibrio interior (bienestar sistémico), como requisito de la razón primera.
3) La mínima cohesión de su "estructura" (entiéndase según la acepción de C. Chadwick, 1979), para que la totalidad ordenada al fin común pueda ser considerada como una unidad funcional.
d) Dinamicidad, o capacidad de cambio. Se refiere a:
1) La facultad del sistema para variar su homeostasis.
2) Para modificarse hacia la mejora, por medio de su proceso equifinalista a través del tiempo.
3) Para mantener adecuadamente las relaciones del sistema con el exterior.
4) Para adaptarse a situaciones diferentes con otros sistemas.
5) Como decía J. Nuttin (1967), para autorrealizarse activamente en el mundo, más que en permanecer (pasivamente) adaptado en el mismo.
e) Autorregulación, realizada para el logro del equilibrio entre las dos tendencias dinámicas precedentes; la estrategia general radica en la retroalimentación (feedback) de entradas convenientes.
A estas condiciones podemos añadir, también, aquellas características propias de las organizaciones sociales, según R. Mayntz (1982, adaptado), que las describe desde un enfoque implícitamente sistémico:
a) Son totalidades relativas.
b) Tienen funciones diferenciadas.
c) Conocen y actúan según su equifinalidad.
d) Su ordenamiento y estructura responden a su razón de ser. En principio, la verificación de estas características por los sistemas abiertos pudiera justificar sobradamente su buen funcionamiento, y, con ello, su potencial rendimiento o eficacia. Por ejemplo, si analizásemos sobre estos parámetros el caso de una determinada comunidad científica, profesional o una clase, y se comprobase que estos sistemas mantienen bien el equilibrio de toda esta serie de condiciones, podríamos concluir con que el estado de dichos grupos goza de una buena salud sistémica.
Sin embargo, distanciándose de la cualificación estrictamente sistémica, en la cual el funcionamiento de la sociedad está arraigado, y situándose en unas coordenadas más amplias, es relativamente fácil poner en evidencia contradicciones y carencias de la TGS, en lo que a su aplicación en los sistemas abiertos se refiere.
La más importante es que los sistemas "abiertos" no son, en realidad, tales. Precisamente los sistemas formados por personas, o son cerrados, o condicionan de algún modo su ingreso en ellos. Algunos, incluso, dificultan grandemente la libre salida de su espacio. Evidentemente, la razón obedece al ego comunitario o de grupo que identifica a sus miembros entre sí.
Estas consideraciones enlazan nuestra idea con el concepto de grupo. Para W. J. H. Sprott (1987): "Un grupo, en sentido psicosociológico, es una pluralidad de personas que interaccionan una con otra, en un contexto dado, más de lo que interaccionan con cualquier otra persona" (p. 7). Pero desde el enfoque que aplicamos, no nos interesa tanto la conducta característica de los individuos que intervienen en un sistema-grupo -la interacción preferente-, cuanto sus vínculos de relación. Por esto nos conviene matizar la noción de grupo en los dos tipos de grupos que este autor recoge:
Un grupo primario, por tanto, es relativamente pequeño y sus miembros pueden tener contacto cara a cara unos con otros. Esto no sucede en una nación, en una ciudad o en un sindicato o asociación profesional. La unidad de estos grupos "secundarios" o "relacionados indirectamente" se consigue por medios simbólicos (W. J. H. Sprott, 1987, p. 14).
En todo grupo existe conciencia de diferenciación relativa. Con todo individuo perteneciente a un grupo e identificado con el mismo, sus integrantes comparten una condición de acusada homogeneidad, mientras que lo que predomina en quienes no componen el grupo es la diferencia. Tener mentalidad de grupo significa, normalmente, percibir con parcialidad, en términos de identificación o diferencia. Es infrecuente encontrar mentalidades de grupo relativamente equilibradas, es decir, que perciban en clave de relatividad, de semejanza, de convergencia o incluso de unidad en la diversidad, con el menor soslayo.
Pero frecuentemente esa conciencia fragmentaria también se hace extensible, en virtud de un ego sistémico suficientemente coagulado, a elementos personales, internos o ajenos al grupo en cuestión. De hecho, el ego compartido de un sistema "abierto" suele mostrar una crecida cerrazón comunicativa en dos casos relativamente frecuentes:
a) El de un elemento personal extraño o incompatible con las leyes dinámicas y los mecanismos de control del sistema.
b) El de un elemento personal que pugna por el control del sistema con el subgrupo o elementos personales que lo administran expresa o tácitamente.
Si el elemento conflictivo perteneciera al sistema, su cerrazón egótica se traduciría en una tendencia a la expulsión; si fuera ajeno, al rechazo unánime o al ataque destructivo.
La sociedad actual es una sociedad de sistemas, cuya unidad fundamental es el grupo. Cualquier sistema, cualquier grupo, además de gozar de su propia identidad, pertenece a otros parasistemas, subsistemas y suprasistemas de muchos niveles de profundidad. No sólo se vive en multitud de sistemas; además y sobre todo, se vive por y para la sociedad de sistemas. Ello ha producido una elevada cota de apego desapercibido respecto al aparato de sistemas sociales. Desde aquí se percibe lo positivo, que lo hay y mucho. Pero falta reflexionar en la dirección de sus repercusiones egóticas. "Confiamos demasiado en los sistemas y muy poco en los hombres", decía el político B. Disraeli. Esto, que es evidente, es gravísimo, porque normaliza una situación difuminada del individuo, donde es más relevante el peso específico de su protoplasma que su ser. La socialización del ego puede presentar repercusiones harto negativas, y la educación en general y la didáctica en particular parecen no percatarse de ello. Sin embargo, aunque a nivel de fundamentos no se haya pronunciado hasta el presente, no hay otra alternativa social posible. Una vez más, ¿quién si no puede?, ¿quién si no debe? Las carreras docentes deben ser el principio de la cadena fértil.
Como inferencia de las razones anteriores, por las circunstancias que posteriormente precisaré, todo sistema verdaderamente abierto (precisamente por la condición de apertura que le debería caracterizar) y humanizado, habría de reunir, además de las anteriores condiciones, este repertorio mínimo de cualidades:
I CAPACIDAD DE PERCIBIR DISFUNCIONES DEL PROPIO SISTEMA Y DE RECTIFICARLAS. Popularmente, alguna vez se ha oído aquello de que no hay peor alienación que no percatarse de que se está alienado, aunque los demás se lo recuerden a uno. Para ello es preciso disponer de una cierta altura en receptividad, humildad, inteligencia y capacidad de adaptación general y de readaptación a la situación modificada, desde las cuales se pueda observar el propio error y, en consecuencia, pueda desarrollarse el cambio, la innovación, la sustitución, la reorganización o la desegotización destinada a la recuperación del equilibrio perdido.
Esta idea es muy transferible (a uno mismo, otros individuos, grupos, sociedades, doctrinas, ciencias, organizaciones, etc.), pero debe ir más allá de lo enunciado. Estar sano es poder actuar para recuperar la salud cuando se cae enfermo; pero tratando de sistemas, disponer de esa capacidad incluye la posibilidad de que el sistema, en cuanto tal, para los casos extremos, tenga disponible y prevista la facultad de su autoanulación funcional, su reorientación global, su cambio radical o incluso su autodisolución como sistema (autoanulación o suicidio sistémico), porque su equifinalidad o alguna de sus repercusiones secundarias pudieran perjudicar la evolución humana en general, a costa del interés particular de algún elemento o parte del sistema, o de todo el sistema. Hay que recordar, en este sentido, alguna idea básica del evolucionismo de H. Bergson (1859-1941), quien, a propósito de lo que denominaba "moral cerrada" expuso, entre otras, la imagen de la sociedad, en función de cuyo interés general sus células se subordinaban sinérgicamente, hasta alcanzar el sacrificio de alguna de sus partes o elementos. No obstante tal requisito, antes de poder proceder de tal manera, es preciso que el ego de sistema sea secundario respecto a la conciencia de evolución o al sentimiento activo de universalidad, y que después se actúe coherentemente a lo que dictan las ideas. Lo esencial de este aspecto es enunciado por B. Russell (1956) así: "Actualmente, el mundo está lleno de grupos centrados en sí mismos, incapaces de mirar la vida humana en conjunto y dispuestos a destruir la civilización antes de retroceder una pulgada" (p. 888).
II CAPACIDAD DE RECONOCIMIENTO DE LA AUTOIMAGEN DEL SISTEMA. No tanto respecto a sus coordenadas internas, cuanto a su relación con su entorno físico, su circunstancia histórica y su función y contribuciones dentro del proceso general de evolución humana.
III CAPACIDAD DE DESPRENDIMIENTO Y DESINTERÉS. Ha de entenderse en un sentido complementario a la primera cualidad, como tendencia al funcionamiento, aunque el sistema no fuera rentable para sí mismo, pero sí resultara altamente favorable y coherente con el proceso de evolución del ser humano. Probablemente en estos casos, precisaría la ayuda o el aporte necesario de otros suprasistemas o sistemas más potentes que, evidentemente, reunieran esta misma condición. O, en casos extremos, la renuncia de algún sistema, o partes y elementos de sistemas, en favor de la continuidad de otros, más convenientes para el interés evolucionista de la mayoría. Un sistema superior, dotado de una gran conciencia de humanización, no necesariamente ligaría el porvenir a "su" porvenir; así, el mejor porvenir del sistema debería ser el porvenir de todos.
IV AUTOCONCIENCIA. En tanto que conciencia de sí, como ente sin límites reales, permanentemente responsable de todo lo que hace, por nimio que sea, y de lo que deja por hacer, quiérase o no, en conexión sinérgica con la humana labor de evolución (trascendencia sincrónica). En consecuencia, como ser comprometido históricamente con el derecho-deber de contribuir a ese proceso (trascendencia diacrónica), siempre con la mira puesta generosa y naturalmente en las generaciones venideras, cuyo imperativo deberá ser dar un paso más en el mismo sentido (vida en evolución), que no hay otro.
Éstas son, desde mi punto de vista, las cuatro condiciones necesarias para considerar a un sistema, no sólo sano o con buen rendimiento, sino evolucionado o más consciente para contribuir significativamente a la realización de la paradoja de humanizar los sistemas formados por personas, orientándolos desde la educación a la mayor evolución del bloque humano, no sólo externa sino profunda y madura.
Lo anterior apunta la idea de que, según nuestro enfoque, un sistema social es deficitario o esencialmente disfuncional, si tiene puesto su sentido y su potencial de autorregulación, más en sus propias coordenadas que en los demás sistemas (entre los cuales el propio sistema ha de incluirse), es decir, en la totalidad de los sistemas. Esta totalidad no es ni puede ser sólamente una referencia sistémica. Ha de ser equivalente al interés de la promoción de la condición humana, desplegado, transformado y representado extensivamente por el sistema social o humano en evolución. No es posible, entonces, que a la Física se le olvide el ser humano; que a la investigación filosófica se le olvide el ser humano, o que a una sociedad anónima el ser humano se le olvide. Y ocurre, y muy frecuentemente. Qué decir entonces de la política, la economía o la educación. Evidentemente, es el conjunto de sistemas incluibles dentro del ámbito educativo el que ha de trabajar a la vanguardia, y debe ocuparse de recordar, formar y estimular para que el resto de sistemas sociales trabaje al servicio de la evolución hacia la madurez del grupo humano, y jamás permitirse hipotecar esa capacidad, ese tiempo mal aprovechado y ese esfuerzo de las generaciones anteriores, en sentido contrario.
Cuando lo que se coloca en el centro de atención no es la realidad o el rendimiento bruto de un sistema, sino el ser humano, ni la teoría ni la práctica de los sistemas se sostiene como válida para reflexionar de un modo entusiasta en torno a algún plan serio de evolución. Quizá, por ello, ni tenga atractivo alguno su posibilidad, ni se practique este tipo de ejercicio necesario -que ojalá algún día pueda tenerse como cotidiano y normal-, ni su práctica se tenga siquiera como fenómeno probable.
No obstante, lo verdaderamente fundamental no son los sistemas, considerados como entidades de naturaleza social. La persona es un sistema por sí misma, y por ello puede ser analizada como tal (A. de la Herrán Gascón, 1987). A su vez, desde su referencia personal es capaz de sistematizar su razón y sus ideas.
Cuando el ego muta la capacidad de autoexamen de uno mismo en función de la evolución personal, en rigidez y apego, cualquier elemento a priori ajeno al propio sistema mental despierta un sentimiento de amenaza de desestabilización, de alerta o de directo repudio. Poco importa que ese nuevo posible componente esté más sintonizado con lo necesario para la evolución personal y humana que al propio interés egoísta e inmediato. Es interesante recordar, para ilustrar lo anterior, que algún representante de la F.A.O. ha reconocido cómo la imagen en televisión de un niño o un anciano intensamente desnutrido produce casi más irritación y molestia que compasión y motivación para la solidaridad. Valoramos seguramente más que el volumen del receptor se encuentre bien modulado, para escuchar lo mejor posible esa información, o un simple accesorio que hayamos podido colocar minutos antes en nuestro automóvil.
Quizá sea necesario formular, antes que otras, una teoría general del ser humano, porque mientras que la periferia parece que se eleva, el centro de la imagen parece que se pierde, sin conseguir que de él emane lo mejor de sí. Un corpus capaz de presidir y coordinar la calidad del avance, que diariamente nos sorprende, en cuanto a solidez, pero sobre todo en cuanto al sentido de su tránsito. Porque, para que tal elevación sea regular, armónica y no amenazante, el norte a no perder no debe ser tanto su mayor altura, cuanto la referencia de su centro o de su eje.
[1] Tomado de: Herrán Gascón, A. de la (1998). La conciencia humana. Hacia una educación transpersonal. Madrid: San Pablo. [ Volver ]
[2] Profesor titular del Departamento de Didáctica y Teoría de la Educación de la Universidad Autónoma de Madrid. [ Volver ]