No sólo la relajación y la meditación, presentes en todas las religiones y caminos para la búsqueda de la Verdad, conducen al apaciguamiento del intérprete. La risa puede interpretarse como el resultado de la emergencia al consciente del conflicto entre dos "programas mentales". Por ejemplo, entre un programa Apolo, que intenta encontrar a toda costa un sentido y una lógica al Universo, y Pan, que interrumpe las grandilocuentes declaraciones de Apolo burlándose de las fisuras que encuentra en sus razonamientos. El choque entre los dos elementos consigue despistar al interprete, que es incapaz de integrar de manera coherente ambos puntos de vista. La ausencia del intérprete durante el conflicto abre una rendija de luz a la Verdad en el extraño momento en que soltamos una carcajada.
El éxtasis místico se ha producido en individuos de muy diversas condiciones, pero la mayoría de ellos expresa su experiencia en términos sorprendentemente similares. Lamentablemente, también coinciden en que se trata de algo inefable: No se puede explicar ni describir satisfactoriamente. La "visión" elude las palabras. Esto encaja bastante bien con la idea de que el encuentro con la Verdad no se consigue adquiriendo algo, sino mas bien eliminándolo o desactivandolo al menos temporalmente, y que esta desconexión esté relacionada con la desconexión del lenguaje.
Ferris propone que la experiencia mística o iluminación se obtiene cuando la introspección consigue superar el nivel del lenguaje para enfrentarse al módulo mental "integrador" (o intérprete), responsable de presentar a la mente las funciones múltiples del cerebro como un todo unificado.
La persona que descubre que el "intérprete" utiliza palabras para crear explicaciones plausibles pero ilegítimas de la realidad, desconfia del lenguaje y sabe que no podrá utilizarlo para comunicar su experiencia, simplemente porque desconfía del intérprete. Pero le gustaría poder comunicarlo y cae en la paradoja de intentar explicar lo que no se puede explicar, y por supuesto, no ser entendido.
La más importante de las mentiras del intérprete es la mentira implícita en toda su actividad: la mentira de que el intérprete es el "yo", el "todo unificado". Cuando se "desactiva el intérprete", o dicho de otra forma, cuando se integra con el resto de módulos sin ofrecer una interpretación falsa de ellos, que también se puede expresar como: "cuando se traen al consciente el resto de módulos que componen la mente", se experimenta el "Yo Auténtico".
Una vez desconectado el intérprete, se deja de creer en que hasta ese momento ha sido "uno mismo" quien libremente ha decidido sus acciones. Las decisiones pasadas dejan de parecer volitivas, porque el viejo concepto de lo que es uno mismo se derrumba.
Quien tiene o busca la experiencia mística trabaja por desegotizarse, por atenuar el efecto del "falso yo", para encontrar la auténtica realidad de uno mismo. Una vez producida esta experiencia, y dado su gran alcance, dada la radicalmente distinta visión que produce de absolutamente todo, es descrita en términos de fusión con el Universo.
El autor pone en duda que esta iluminación represente la verdad última y definitiva, pero si cree que supone un importante paso adelante en el entendimiento del Universo y de nosotros mismos. Ambos conceptos, al fin y al cabo, son la misma cosa. Pues, ¿qué es la mente sino todo aquello que vemos? Cuando miramos un árbol o un camino, lo que miramos es nuestra propia mente. No podemos ver sino con la mente. Toda nuestra experiencia se produce en ella. Por ello, cuando lo que experimentamos como nuestro auténtico "yo" cambia, parece como si cambiara todo el Universo. Y de hecho, subjetivamente, así ha sido.
Cuando pienso en la relación entre el universo y el cerebro humano, una de las imágenes que me viene a la mente es la de un árbol, pero no sólo la de su espléndida copa, formada por ramas y hojas, sino también la de su sistema igualmente extenso de raíces, que pueden llegar a tanta profundidad bajo tierra como las ramas hacia el cielo. Para mí, las ramas simbolizan el universo observado, mientras que las raíces simbolizan el cerebro. Ambos sistemas están constantemente creciendo y evolucionando y dependen el uno del otro."
El viaje en este descubrimiento no está exento de grandes peligros. La multiplicidad de "mentes" podría despojar a los exploradores de su sentido de unicidad, de indentidad, de coherencia, tal vez de forma irreversible. Al otro lado parece haber algo hermoso, pero no unificado. "Desde el territorio de la divina locura, más de un alma lanza sus aullidos a la luna".
Tengamos precaución. El trabajo en la búsqueda del auténtico yo debe ser lento aunque a ser posible, constante. Pero sobre todo consciente y controlado, de forma que permita entrar y salir del estado de iluminación a voluntad propia, ya que el "intérprete", por ahora, es necesario para la superviviencia.
Reseña del libro, por Manuel de la Herrán Gascón
Esta reseña del libro El firmamento de la mente fué escrita por Manuel de la Herrán Gascón en marzo de 2002