Así como no hay forma de saber a ciencia cierta si tendremos un accidente en una autopista un día soleado y con poco tráfico, tampoco hay manera de saber si nuestros hijos e hijas están siendo vigilados todos los minutos de su excursión. Sencillamente no podemos saberlo. Lo que sí podemos es conocer a la persona que les acompaña y hacer un acto de confianza en esa persona.
En estos casos, lo que suelo proponer es algún ejercicio de registro para los padres en el que ellos mismos apunten en una hoja y caigan en la cuenta de qué hacen, dicen y piensan cuando su hijo les propone ir a una excursión de este tipo, o a casa de un amigo que vive fuera de la ciudad. De esta manera, las personas nos damos cuenta de lo que es evidente para todos menos para nosotros mismos: qué estamos haciendo con nuestros hijos, qué herramientas les estamos ofreciendo para que se enfrenten al mundo con éxito y qué recursos les proponemos que utilicen para afrontar situaciones nuevas para ellos (conocidas para nosotros).
No pocos padres desearían poder dar a sus hijos las experiencias negativas ya vividas. No pocos padres desearían que sus hijos no se equivocaran nunca, que aprendieran con solo escucharles a ellos, y que se evitaran esos malos momentos que cada padre y madre recuerda con cierta amargura.
Pues bien, es imposible. Al igual que le hombre no puede volar sin la ayuda de ningún artilugio, los niños no pueden aprender a defenderse con éxito si no lo hacen solos de vez en cuando y se equivocan (condición imprescindible)
La cuestión de fondo del tema de proteger o no proteger a los niños cuando les estamos educando es la manera general de actuar con nuestros hijos; los llamados estilos educativos. ¿Qué implica para los hijos que sus padres se comporten de una u otra manera frente a ellos?, ¿cómo influye nuestra manera de pensar sobre nuestros hijos?, ¿en qué medida estamos enseñando a nuestros hijos a sentirse bien o mal en determinadas situaciones en las que nosotros, los padres y madres, nos sentimos bien o mal?
Cada padre y madre tiene su propia personalidad; y hace o dice unas cosas u otras a su hijo que otro padre o madre no haría o diría. Los psicólogos hemos hecho un esfuerzo por agrupar esas maneras particulares de relacionarse con los hijos y hemos obtenido lo que se conoce como estilos educativos. Estilo Punitivo, estilo inhibicionista, estilo asertivo y estilo sobreprotector son las cuatro maneras globales de comportarnos con nuestros hijos. Probablemente el caso que aquí comentamos se refiere a unos padres con un estilo predominantemente sobreprotector.
Dentro del estilo sobreprotector podríamos agrupar a los padres y madres que piensan:
"debo cuidar en todo momento de mi hijo, todavía no es capaz de hacer esto por sí solo, soy indispensable para él, siempre necesita mi ayuda, he de evitarle todo el daño que pueda y más,...".
En general, podría decirse que como resultado de este tipo de pensamientos, aparecería sentimientos o emociones del tipo de:
"nervioso cuando mi hija hace las cosas por ella misma, muy mal cuando me separo de él, culpable por no haberle evitado este o aquel peligro, ...".
Y los padres y madres englobados en esta categoría hacen cosas como éstas:
"no permito que pruebe cosas nuevas sin mi absoluta supervisión, estoy encima de él porque a mi no me cuesta, le hago tareas que corresponden con su autocuidado y autonomía personales tales como bañarle, peinarle, atarle los cordones de las zapatillas,...".
Prácticamente no existe un solo padre o madre en el mundo que suscriba única y exclusivamente todas y cada una de las características del estilo sobreprotector; lo que sí existen son personas que poseen un repertorio de pensamientos, sentimientos y comportamientos mayoritariamente calificables como de sobreprotectores.
Las consecuencias para los hijos derivadas de utilizar uno u otro estilo educativo son notablemente diferentes dependiendo del estilo que predomine en los padres. Habría que analizar cada caso en concreto porque cada persona es un mundo, pero en general puede decirse que los niños y niñas educados bajo un estilo educativo predominantemente sobreprotector poseen un notable riesgo de inseguridad y de baja autoestima. Ellos hacen muy pocas cosas por sí solos, y por tanto atribuyen a causas exteriores a él (sus padres, los amigos, la suerte,...) tanto sus éxitos como sus fracasos. Esto les pone en una situación en el mundo desde la que no controlan muy poco o nada de lo que pasa a su alrededor. También existe el riesgo de presentar una ansiedad elevada; ansiedad ésta que puede derivar en multitud de problemas de todo tipo: miedos excesivos, timidez, agresividad, dificultades para dormir, problemas de conducta en casa y en el colegio, etc., etc.
Por último decir que en estos niños existe el riesgo de no experimentar el aprendizaje al que me refería antes: el "aprendizaje por el error", que es un tipo de aprendizaje muy valioso para que los niños, y también los adultos nos enfrentemos al mundo. A los niños no les vale que les avisen de los peligros, el niño tiene que experimentarlos por sí mismo en un nivel de riesgo aceptable. El niño ha de equivocarse, no se lo podemos dar todo solucionado. ¿Qué tipo de educación estaremos dando a nuestros hijos si nunca han salido "heridos" de una pelea o siempre corren a llorar donde mamá cuando les insultan en el colegio y papá va a pegar a ese chico que le ha hecho daño y de paso se queja al director del colegio?
Mucho cuidado, no nos confundamos: tener un estilo predominantemente sobreprotector no quiere decir que vayan a aparecer todos estos problemas en los hijos; sino que significa que existe mayor probabilidad de que ocurran si comparamos a ese niño con otro bajo otro estilo educativo. Y no tener un estilo educativo predominantemente sobreprotector no significa ser un desalmado que le importa un comino si le pegan o le ríen a mi hijo en el colegio. Como decía un filósofo griego: "entre el más y el menos está en buen medio".
Todos podemos cambiar nuestra conducta; incluidos los adultos. Espero que estas pequeñas orientaciones te sean útiles, recibe un cordial saludo,