El perfecto análisis de las circunstancias como catalizador de la mejor solución frente a los problemas pertenece más bien al mundo de los ordenadores que al de los seres humanos. ¿En que basaban los criterios de los grandes estrategas de antaño?: ¿elegían la opción más analíticamente propicia o la más bella?.
Los humanos, frente a la resolución de problemas, tomamos nuestro primer contacto con las opciones de las que disponemos por medio de los sentidos. Miles de recuerdos y pre-sensaciones se dan cita segundos antes de que evaluemos si una opción es o no la indicada, la mayoría de las veces no llegamos a saberlo, tan sólo "decidimos". Los ordenadores no deciden: deducen. Los datos, sin prejuicios, no desembocan en verdades a medias sino en resultados más o menos afinados. Los fines nunca son absolutos para el ser humano: sino que son futuras circunstancias para nuevos escenarios de batalla.
Paul Dirac asegura que fue su sentido de la belleza lo que le permitió descubrir la ecuación del electrón, porque según él: "Es más importante tener belleza en nuestras ecuaciones que hacer que cuadren con el experimento". Roger Penrose, eminente matemático y físico, en la misma línea, manifiesta: "Los criterios estéticos son enormemente valiosos a la hora de formar nuestros juicios". Y Richard Feymann, otro premio Nóbel de física, aseguró que podía reconocerse la verdad por su belleza y simplicidad. Porque como ya advirtiera Steven Weinberg: "No aceptaríamos ninguna teoría como teoría final a no ser que fuera bella". Este aspecto de la belleza como argumento de convicción de las teorías científicas no le pasó inadvertido a Thomas S. Kuhn, sociólogo de la ciencia, quien en su famosa obra "La estructura de las revoluciones científicas", subraya que para la aceptación de cualquier teoría: "La importancia de las consideraciones estéticas puede ser a veces decisiva". [ Nota 1 ]
Y así la belleza se entremezcla con la tragedia, pues el ecosistema humano no está diseñado para la perfección sino para la continua batalla entre decisiones erróneas y acertadas. La supervivencia es perfecta en su fin, pero no en el transcurso de su perfección. Así ocurrió en el caso del desplome de las empresas de Internet que surgieron tras el boom de la nueva economía a lo largo de 1999 y 2000. En muchos casos las empresas puntocom no habían buscado modelos económicamente sostenibles; detrás de sus ideas no existía un plan de negocio sólido. Como en todo, no se trata sólo de descubrir un hueco sino de saber cómo cubrirlo y para ello dejamos de ser humanos con ideas para pasar a ser entes con datos.
Hace menos de cinco años nos regocijábamos en aplaudir la emergente sociedad de la información que se nos aproximaba con la implantación parcial de Internet en todo el primer mundo. "La información es poder" parecía ser el mejor slogan para todo aquel humano interesando en estos temas del "día a día", temas que rozando lo puramente social y empresarial parecían descubrir un mundo en el que lo físico cedía protagonismo a lo virtual.
Ahora nos damos cuenta de que simplemente las cosas vienen y van. Y aunque perezca pueril más vale la afirmación "hoy estamos aquí y mañana allí" que "la información es poder". Pues la cantidad de información que precisa el ser humano, no sólo para tomar decisiones, sino simplemente para vivir, roza un umbral mucho más bajo del que podríamos estimar al emocionarnos con las sociedades de la información. La información es cosa de máquinas, y el conocimiento de personas.
¿Tal vez la a obsesión por acaparar toda la información sobre un cierto tema es una muestra de debilidad, de incapacidad para utilizar nuestra imaginación e intuición?. Según unos, "el experto no piensa. el experto sabe". Según otros, "el experto es aquel que infringe las normas, incluso las propias, y al hacerlo, acierta". [ Nota 2 ]
Todos son halagos hacia Internet, se trata del medio que al fin nos facilita acceder, a golpe de ratón, a cualquier dato público sobre cualquier tema. Según lo experimentado que sea el usuario este podrá conocer datos chorras o relevantes sobre aquello que le inquiete, sólo en cuestión de minutos. Google ayuda a ello, siendo la herramienta líder en búsquedas en la red.
Hace más de dos años quedé encantado con una actuación del actor David Hyde-Price en los premios de la comedia americana. No sólo se trataba de una canción humorística sobre el mundo de la psiquiatría sino que además representa en este artículo el paradigma de las búsquedas absurdas e imposibles cuando un habitante español, dos años después de escuchar la tonada, siente necesidad de volver a escucharla a las cuatro de la madrugada, haciendo gala de su dificultad de conciliar el sueño. Es entonces cuando, por medio de Google, y después de diez minutos de búsqueda, la canción vuelve a repicar en mis oídos, gracias, como no, a la gentileza de un habitante de Ohio que, tras grabar en video por error la ceremonia de premios decidió volcar la canción en Internet para disfrute de los habitantes europeos con insomnio.
¿Estaría yo dispuesto a pagar por ello?... jeje, seré insomne pero no tonto, ¡por supuesto que no!. Mi vida seguirá igual de plácida, o de nefasta sin el acceso a esa información, y a menos que simbolice un trofeo que compartir con la envidia de mis amigos, yo, como ciudadano occidental, no estoy dispuesto a pagar ni un céntimo por esa información.
Muchos si pensaron, no sólo que la información vale dinero sino que además los usuarios de Internet estarían dispuestos a pagar por ella. Evidentemente todo esfuerzo útil ha de ser recompensado, o por lo menos lo merece, pero en cuestiones de valía nada mejor que el razonamiento humano para apreciar lo bello de lo absurdo.
Todos compramos el periódico (o similares artilugios con letras), evidentemente lo hacemos porque las noticias que en él encontramos son de nuestro interés. Ahora imaginemos que existe una gran hemeroteca de nuestro periódico preferido que nos ofrece todas las noticias publicadas hasta la fecha para su consulta por tiempo indefinido, y todo ello nos costará tan sólo un abono anual de un Euro, ¿pagaríamos por ello?.
El problema es grave para aquel que desee sacarle dinero a la red, según el comportamiento de los usuarios: nadie está dispuesto a pagar ni un céntimo por nada, aunque el precio sea justo y el servicio necesario. La simple ley de la oferta y la demanda ha acabado con la alegría de la sociedad de la información demostrando que el poder de ésta se debilita cuando se masifica. Nadie está dispuesto a pagar por algo que "tal vez" encuentre gratis, y jamás una sentencia condicional fue tan afirmativa: la decisión de comprar o no comprar no pertenece al mundo de los datos sino al de la personas. Un ordenador, comparando los asequibles precios y la eficiencia de casi todas las herramientas de información de pago por Internet llegaría a la conclusión de que simbolizan la mejor alternativa a largo plazo para una ahorro sustancial de tiempo y dinero, pero los humanos no.
Pero, hete aquí la excepción que confirma la regla: el sexo es lo único que mueve verdadero dinero en Internet, y mucho. La información no es cosa de humanos, pero sí es un bonito juego con el que entretenemos hasta que descubrimos las cosas que sí se han creado para nosotros: el sexo y el pachangueo.
[1] Párrafo perteneciente a otro artículo publicado en REDcientífica:
Criterios estéticos en las teorías científicas (Lamberto García del Cid)
https://www.redcientifica.com/doc/doc200104190001.html [ Volver ]
[2] Párrafo perteneciente a otro artículo publicado en REDcientífica:
Oráculos de silicio.
https://www.redcientifica.com/doc/doc199911070001.html [ Volver ]