El Samkhya es la filosofía india más antigua, e influyó decisivamente en la formulación del budismo. El Samkhya es una filosofía de corte exacto y matemático que, sin embargo, es aplicable en cualquier orden de la experiencia, y por tanto, también tiene vigencia en el dominio más controlado de lo experimental. El Samkhya estudia las ondas o fluctuaciones de cualquier movimiento, siendo la mente nada más que otra forma u orden del movimiento en general.
Aunque el propósito principal de Patanjali es la autoobservación o percepción directa de las fluctuaciones de la propia mente, con el objeto de alcanzar el equilibrio y el cese eventual de su movimiento, también podemos aplicar dicho marco a comportamientos de orden experimental y mensurable, uno de los cuales es el pulso sanguíneo. Esto es lo que hizo desde hace milenios la medicina ayurvédica, aunque, por supuesto, en su caso las consideraciones cuantitativas eran secundarias. Nosotros vamos a llevar todo esto mucho más lejos, e intentaremos mostrar que las relaciones entre el Samkhya y el análisis matemático moderno, incluyendo en éste la ciencia de la dinámica, son reales, profundas e inevitables.
El libro consta de dos partes. En la primera parte, titulada "El pulso y el tiempo", se muestra que el triguna y el tridosha, las tres modalidades de la naturaleza condicionada en el contexto del Samkhya, no son sino la expresión más general posible de las tres leyes del movimiento de Newton y la dinámica moderna más general, porque son aplicables tanto a sistemas abiertos como a sistemas cerrados o ideales, siendo estos el límite de los primeros. Pero la misma relación entre sistemas abiertos y cerrados nos llevará mucho más lejos, a los confines del análisis y la física actual, incluyendo en la palabra "análisis" la propia teoría de los números, y siendo la aritmética superior la disciplina más próxima al escrutinio puro del tiempo. Este es el tema de la segunda parte, titulada "El tiempo y la ciencia moderna". Siendo bien consciente de que estos temas son tan vastos como difíciles, he optado por una exposición puntuada con motivos históricos; lo que no significa en absoluto que este sea un libro sobre la historia del tema, sino más bien que la historia, en la que siempre concurre nuestra imaginación, nos permite asimilar pensamientos, movimientos y corrientes no sólo más fácilmente, también más profundamente cuando disponemos de una perspectiva adecuada. Y, efectivamente, algunas de las cosas que se muestran son tan poco evidentes que los historiadores ni siquiera han reparado en ellas. Pero, al menos para mí, la propia historia, siempre ambigua y dudosa, tiene mucho de naturaleza de una naturaleza que casi nunca acertamos a contemplar.
"La mano izquierda del caos" alude a este aspecto apenas contemplado de la naturaleza, y que tanto tiene que ver con el tiempo, más allá del espacio convencional de la dinámica. El mismo término "caos" está tomado en una acepción más amplia que la del llamado caos determinista, que surgió de la inestabilidad en las soluciones de sistemas diferenciales clásicos; si contempláramos su "mano izquierda", el mismo caos se diluiría en algo bien distinto, aunque tampoco necesariamente controlable. En ningún momento he entrado en detalles o precisiones técnicas, que rebasarían el propósito y el alcance del ensayo: de lo que se trata es de alumbrar y ayudar a concebir nuevas posibilidades en nuestra idea de la naturaleza, teniendo en cuenta las limitaciones siempre decisivas de nuestros modelos matemáticos. Una contemplación correcta ayudará a superar algunas de estas limitaciones, pues si por un lado hacemos omisión de las dificultades técnicas, también indicamos el marco experimental en el que éstas han de revelarse con toda propiedad.
Lo que la mente humana ni siquiera puede imaginar a menudo nos lo brinda la naturaleza con ingenuidad insuperable; y en el actual laberinto de las ciencias de la complejidad bien que se hecha de menos un hilo de Ariadna como éste. La naturaleza ignora las dificultades analíticas, y aquí vamos a encontrar un buen ejemplo de algo que puede ser a la vez mucho más sencillo y mucho más complicado que lo que nos permiten describir las técnicas más sofisticadas: de nosotros dependerá con qué parte nos quedamos, a sabiendas de que aquí se introducen consideraciones completamente nuevas sobre lo que entraña la predicción y la reconstrucción de los eventos o acontecimientos. Los modelos actuales de predicción y reconstrucción están al borde del colapso y es del todo necesario replantearse qué cabe esperar de ellos, puesto que a menudo la propia expectativa de la predicción o control extingue la posibilidad de comprensión de los fenómenos. Este tema es consustancial a todo el desarrollo del texto, aunque apenas se haga explícito: ha de manifestarse en el más concreto de los planos.
Por tanto, este libro no es meramente especulativo. Hace una apuesta decidida por el contraste experimental de sus ideas. Las propias ideas son difíciles de exponer y de captar, pero los experimentos son fácilmente realizables en cualquier parte del mundo. Lo que hay que comprobar o refutar es una cierta dualidad en el comportamiento del pulso. Tal dualidad parece ser más fácilmente tratable por el estudio de la correlación de los pulsos de ambas muñecas; pero no es en eso en lo que consiste la dualidad. Ésta se refiere simplemente a la distinción entre prakriti y vikriti, los componentes iniciales y secundarios de la evolución conjunta del sistema. Si logramos definir éstos de una forma satisfactoria, habremos dado un salto gigantesco, por que lo que está en juego no es otra cosa que el marco de referencia para la evolución de sistemas dinámicamente complejos; y éstos, hoy en día, lo abarcan prácticamente todo.
Parece ser que en Occidente la única idea de ciencia legítima es la derivada de los griegos. En esta línea, cualquier descripción del mundo ha de ser exterior a nosotros, y de este modo, objetiva. Todo lo demás caería dentro de las interpretaciones subjetivas, cuando no "místicas". Sin embargo, la ciencia moderna es algo bien alejado del espíritu griego. Dos son los grandes acontecimientos que marcan este alejamiento. Primero, la aparición de una voluntad experimental con respecto a la Naturaleza, que llegó a la Europa medieval a través de los árabes, y en particular, a través de la alquimia y la pre-química ...aunque también de trabajos de óptica. En segundo lugar, estuvo la introducción del cero con notación posicional, de origen indio, que transformó por completo las posibilidades del cálculo y, a la larga, la faz entera de las matemáticas. Cada uno de estos elementos, ajenos por completo a la mentalidad griega, ha influido tanto en la ciencia moderna como la propia idea griega de racionalidad; de manera que la reivindicación por parte de ésta de sus orígenes griegos, aun siendo legítima, tiene siempre más elementos retóricos y románticos de lo que se está dispuesto a admitir. En el siglo XVII, y desde Galileo, la noción de cambio y movimiento y la noción de expansión decimal infinita se interpenetraron y a resultas de ello comenzó a esbozarse el concepto de función. En dicha conexión, algo muy importante pasó de estar dentro a estar fuera: la propia idea del cambio, que antes era interna a la materia misma ...o si se quiere, a la sustancia-, pasa a ser externa y espacial en virtud de su expresión matemática. Así, por una curiosa transposición, volvió a hacerse presente el ideal griego de conocimiento como representación externa, a pesar de que era precisamente a autores griegos, como Aristóteles, a los que se recusaba. Pero, de modo intangible y fundamental, y en medio ya del formalismo matemático, la noción de cambio y de desplazamiento era ya inherente a la notación del cero posicional dentro de las expansiones decimales infinitas ...y de manera tan sutil, inconmensurable y elusiva como podía corresponder al uso mismo del cero. En este mismo desplazamiento ya se encontraba la idea del movimiento mismo liberada de cualesquiera consideraciones materiales. Y así comienza también la concepción moderna de los números "reales".
En esta crucial recombinación, las propias ideas de espacio y tiempo adoptaron un carácter completamente nuevo e inesperado. Tanto, que ni siquiera hoy, habituados ya en nuestra imaginación al nuevo estilo representativo, podemos comprender enteramente sus consecuencias. Por un lado, el principio de relatividad galileano priva de cualquier significado a la noción de localización, de punto en reposo en el espacio ...el reposo mismo deja de existir, puesto que es indistinguible del movimiento uniforme. Por el otro lado, y como consecuencia de ello, la variación en el tiempo y su tasa se convierten en la auténtica vara de medir ...pero esto, a costa de convertir al tiempo mismo en algo representable espacialmente, y por ello, completamente pasivo. Galileo mismo descubre e inventa el péndulo. Sin alternancia real no hay tiempo. Pero, siendo la alternancia del péndulo independiente de su amplitud, el modelo se presta naturalmente a su idealización, vale decir, a su espacialización. Eliminando cualquier contenido en la alternancia del péndulo, lo que Galileo inventa en realidad es el "péndulo de una sola dirección" (one way pendulum).
Este objeto inconcebible es el que gobierna tanto en nuestra forma de imaginar del tiempo como en nuestros relojes. O al menos, en nuestra forma de representarlo: porque es difícil ver cómo podría afectar a otras capas de la imaginación que las más superficiales. Se ha dicho que el tiempo lineal y la idea de historia son nociones judeo-cristianas, si bien lo cierto es que han llegado a nosotros a través del Irán zoroástrico. Sin embargo, el tiempo histórico e irreversible, tal como lo hemos sentido en el mundo Occidental en los últimos siglos, debe mucho, si no la mayor parte, a la idea de tiempo reversible de la mecánica o dinámica. ¿Cómo esto, que sabemos positivamente cierto, puede ser simplemente posible? Por el "péndulo oscilando en una sola dirección". Pero si incluso en física la idea de irreversibilidad ...la llamada "flecha del tiempo"- no se opone en absoluto al tiempo reversible de la mecánica, ni le añade nada ...tal como parecía presumir Prigogine-, sino que es su otra cara inevitable, ¿Dónde mirar? Nuestra sencilla y nada irónica respuesta es: No hacia delante o hacia atrás, sino hacia los lados. A nuestra derecha y nuestra izquierda. Preferiblemente, antes de que hagamos el más mínimo movimiento. Incluso mental. Ciertamente, sigue pareciendo difícil.
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