Indagar en la evolución de las diferentes facetas de la mente supone introducirse en terrenos (como el de la neurología, la psicología de la cognición o la filosofía de la consciencia), que no suelen ser habituales en estos trabajos de antropología. Sin embargo, con el reciente auge del estudio científico de la consciencia y la imperiosa necesidad de explicar éste carácter en el marco evolutivo, cada vez resulta más frecuente la unión de todas estas disciplinas. Los científicos coinciden en la búsqueda de una teoría unificada que comprenda tanto la neurología como la psicología cognitiva (Horgan, 1994) y, aun, Chalmers (1996) sugiere que la ansiada teoría de todo -capaz de explicar todo el universo- solo puede provenir de la unión de las leyes físicas con las aun embrionarias leyes psíquicas. En nuestro caso resulta además inevitable tratar estas cuestiones pues veremos que la hipótesis de la regresión de la consciencia o del psiquismo será una de las principales conclusiones de este trabajo. Esta idea exige todo un desarrollo que intentaremos resumir en 5 pasos:
Comenzaremos por establecer la existencia de diferentes niveles de capacidad cognitiva y su relación con la capacidad de percibir conscientemente. Siempre que un autor trate el delicado tema de la consciencia debería definir cual es su idea no solo de la misma, sino también de los diferentes términos relacionados, tales como, mente, percepción, subjetividad, percatación, etc., aspectos no siempre aclarados que suelen llevar a confusión. Para algunos neurólogos, consciencia es el acto de percatarse de las cosas (Crick et al., 1992); para David J. Chalmers (1996) Matemático y Filósofo de la Universidad de California en Santa Cruz, la consciencia constituye el conjunto de experiencias subjetivas de la mente y "guarda una buena correlación con lo que podríamos llamar percatarse: el proceso gracias al cual la información del cerebro viene a estar globalmente disponible para los procesos motores del estilo del habla o de la acción corporal"; y para John Horgan (1994) sería "el conocimiento subjetivo e inmediato que tenemos del mundo y de nosotros mismos". Los neurólogos y fisiólogos acostumbran a distinguir entre los procesos físicos u objetivos del cerebro (tales como el mecanismo por el que la retina capta los fotones, etc.) y los hechos subsiguientes propios de la mente subjetiva. La forma por la que los primeros dan lugar a los segundos (el problema duro de la consciencia) es hoy objeto de intenso debate (Chalmers, 1996).
En nuestro caso, aunque la aclaración de los términos citados es precisamente el objeto principal de todo este capítulo, partiremos del significado etimológico de consciencia (conscientia) que la define como "ciencia o conocimiento con nosotros" o "conocimiento que acompaña nuestras acciones e impresiones" (Delay et al., 1991), equivalencia más o menos admitida por todo el mundo (Horgan, 1994). Convengamos pues, que la consciencia se relaciona con un determinado tipo de conocimiento, entendido éste como la percepción y reconstrucción interna más fiable del mundo real (Ursua, 1993), el cual puede adquirirse por grados mediante determinadas técnicas de aprendizaje.
Ya la teoría del conocimiento de Platón [ Nota 2 ] estipulaba que no se puede hablar simplemente de consciente e inconsciente -como suele hacerse erróneamente- sino que existen varios niveles de consciencia equivalentes a otros tantos tipos de capacidad de cognición (eikasia, pistis, dianoia, nous) y por lo tanto a otros tantos tipos de aprendizaje. El primero de estos grados, el inferior, corresponde al conocimiento superficial y aparente, instintivo y pasional. El segundo, pertenece al conocimiento teórico o intelectual; es el mundo del razonamiento, las creencias, teorías, ideologías, etc.; es, como el anterior, sensible y condicionado. El hombre de consciencia dianoética, tiende a adquirir autonomía de criterios; es consciente de sus condicionantes culturales; aspira a mayores cotas de conocimiento y presta gran atención al mundo exterior e interior; supervisa percepciones e impresiones; sintetiza y enjuicia críticamente conceptos e ideas; intenta discernir lo útil de lo inútil. El cuarto conocimiento corresponde al conocimiento intuitivo; es el hombre no condicionado, objetivo y equilibrado (filósofo, o auténtico sabio en palabras de Platón) (Tovar, 1997). Conforme subimos en la escala del conocimiento (como en la escala social de los animales) aumenta la percepción del conjunto de información que llega a los sentidos y de la realidad del mundo exterior e interior. El hombre instintivo, con pobre capacidad de consciencia, apenas sabe más que mantener sus gustos y beneficios (conducta egóica), mientras que el hombre intuitivo contempla el mundo como un todo interrelacionado y, consciente de esa realidad, participa del beneficio grupal (conducta cooperativa).
Estos tipos de conocimiento han sido admitidos por prestigiosos psicólogos y filósofos. El psicólogo Ken Wilber (1991) clasifica el conocimiento en sensible (eikasia, pistis), racional (dianoia) e intuitivo (nous). En su teoría filosófica de los tres géneros de conocimiento, Espinosa divide éste en imaginativo, racional e intuitivo, afirmando que sólo el último constituye el verdadero conocimiento (Bueno, 1985). Los místicos llaman al conocimiento más elemental lumen exterius, el cual permite conocer los objetos sensoriales; al segundo tipo de conocimiento, lumen interius, con el cual se está en condiciones de alcanzar las verdades filosóficas; y al tercero, lumen superius, que permite alcanzar las verdades absolutas. Sería igualmente la cogitatio, meditatio y comtemplatio de Hugo de San Victor, etc.
Aunque, según estas escalas, la consciencia pueda llegar a ser teóricamente objetiva, muchos neurólogos y psicólogos suelen tratarla solo como subjetiva y muchas veces como la única responsable de los procesos cerebrales de salida o efectores (García, 1992). Sin embargo, aunque hay que ser extremadamente prudentes con esta cuestión, negar la variedad de estados extraordinarios de consciencia, incluidos los estados místicos o paranormales registrados en la literatura (algunos de los cuales supuestamente llegan a cierto conocimiento de tipo objetivo), no solo resultaría propio de mentes cerradas o en exceso intolerantes (anticientíficas, en cierto modo) sino de personas irresponsables e indocumentadas. Brian D. Josephson, de la Universidad de Cambridge, premio Nobel de Física en 1973, reclama, en cambio, una "teoría de campo unificada capaz de explicar incluso las experiencias místicas y el ocultismo" (Horgan, 1994). Para muchos pensadores, este tipo de conocimiento superior, de tipo objetivo, puede ser alcanzado por medio de la intuición y otras facultades poco conocidas de la mente: Kant (igual que para Plotino, Descartes y muchos otros destacados pensadores) "la intuición pura de espacio y tiempo es una fuente de conocimiento infalible de la que surge la certeza absoluta. Psicólogos, como Köhler, en definitiva, han demostrado que la intuición existe incluso en animales a condición de que todos los elementos de la tarea a realizar puedan ser percibidos en un solo golpe de vista; esta intuición no es posible en un laberinto, por ejemplo, donde solo se tiene una idea fragmentaria de la situación (Delay et al., 1991). Los resultados de estas experiencias nos recuerdan a la mayor capacidad de percepción de conjunto (y, por tanto, mayor capacidad de supervivencia del grupo o de la población) de las especies cooperativas o altruistas, que mencionamos en el capítulo anterior.
No obstante, para los modernos psicólogos cognitivos, el aspecto sensible del conocimiento difícilmente puede penetrar en los misterios de la razón, del mismo modo que ésta es incapaz de comprender (ni siquiera de aceptar) los objetos del conocimiento transcendente. Cualquier incursión de uno en otro incurre en un error categorial (Wilber, 1991) por lo que, en la presente lectura, los más escépticos no tienen por que aceptar que la mente humana es capaz de llegar al conocimiento intuitivo o de alcanzar el conocimiento objetivo o noético de Platón (las verdades eternas del mundo de las ideas); bastará, para todos los efectos, con aceptar los 3 primeros tipos de conocimiento visibles en la vida cotidiana. En cualquier caso, debemos admitir que existe una gran diferencia entre una consciencia exageradamente subjetiva y una consciencia mínimamente subjetiva, próxima por lo tanto a la objetividad, graduación que, aun sin caer en la cuenta de su importancia, es generalmente admitida. La psicología distingue 7 niveles de consciencia correspondiendo los dos primeros al estado habitual de vigilia, el tercero a una especie de atención no concentrada y los 4 últimos al sueño (Delay et al., 1991). El ahora neurólogo del Instituto Salk de Estudios Biológicos de San Diego, Francis Crick (codescubridor con James Watson, de la estructura en doble hélice del ADN) y el experto en redes neuronales del Instituto de Tecnología de California, Christof Coch, también admiten dicha graduación -aunque sea indirectamente- al decir que "la consciencia puede adoptar multitud de formas, desde la simple experiencia del dolor hasta la de autoconsciencia o consciencia de uno mismo" (Crick et al., 1992). La experiencia sensible del dolor pertenece a eikasia, mientras que la consciencia de uno mismo (millones de personas ni siquiera saben que existen) pertenece a dianoia o nous.
Admitida la enorme flexibilidad de la consciencia, el segundo paso consiste en establecer el lugar que ésta ocupa en la mente y la relación que tiene con el resto de funciones mentales. Provenga la mente del cerebro físico (reduccionistas) o del espíritu inmaterial (dualistas), convendremos junto con el neurólogo Fischbach (1992)- sin entrar en otras disquisiciones filosóficas- que "la mente es simplemente una sucesión de procesos mentales". Para los efectos que nos atañen hablaremos pues indistintamente -dentro de lo posible- de funciones cerebrales o mentales sin establecer distinción entre ambas entidades. Es el momento pues de establecer algún tipo de clasificación que nos permita trabajar con las diferentes funciones cerebro-mentales en nuestra búsqueda de las causas de la regresión psíquica que sugerimos. Pues bien, nuestro cerebro funciona como un ordenador (Hinton, 1992) en el que todas sus funciones se pueden agrupar en dos: las funciones efectoras o emisoras y procesadoras de información (como el lenguaje, la lógica, la memoria, cualquier tipo de pensamiento, razonamiento o actividad intelectual, la voluntad, las emociones, la imaginación, etc.) y las funciones receptoras o adquisitorias de información (como la atención, la observación, la percepción, la comprensión, la inspiración, la intuición, etc.).
Una de las tesis principales en el desarrollo de esta teoría consiste en la proposición de que todas las funciones efectoras o emisoras son subjetivas y poco conscientes, mientras que las funciones receptoras -por cuanto se acercan más, tanto en espacio como en tiempo, al hecho real- tienden a la objetividad y a la plena consciencia. Una función emisora es subjetiva porque siempre se aleja del hecho real objetivo (siempre se interpone entre ambos una función receptora que, en consecuencia, está más cerca de la objetividad) y es inconsciente o poco consciente porque se aleja del presente o única realidad -distancia a la que llamamos tiempo- (también entre ambos se interpone una función receptora, mucho más próxima al momento actual). Las funciones emisoras son propias de la consciencia en eikasia o pistis, mientras que las funciones receptoras pertenecen a la consciencia en dianoia o nous. La consciencia propiamente dicha (como función individual), por lo tanto, puede ser tanto emisora (si se encuentra en los estados bajos de consciencia: eikasia o pistis) como receptora (si se encuentra en los estados altos de consciencia: dianoia o nous). Ese es el principal motivo de confusión, por el que conviene tener sumo cuidado a la hora de referirse al término consciencia.
Esta relatividad del término consciencia, en el uso habitual, puede apreciarse en la mayoría de las funciones mentales, pues todas son susceptibles de graduación. La atención, por ejemplo, puede ser de varios tipos: a) la atención habitual, de tipo mecánico, la cual está abierta a cualquier clase de pensamiento o impresión errática, alternando momentos de atención no concentrada con momentos de total distracción (correspondiéndose con la consciencia en eikasia o en pistis); b) la atención concentrada en una sola cosa (la cual pertenece a pistis); y c) la atención de conjunto o atención holística, la verdadera y auténtica atención, que se corresponde con el estado dianoia. Para los psicólogos J. Delay y P. Pichot (1991) "la concentración exige un esfuerzo que moviliza y gasta mucha energía y conduce a la fatiga". La atención de conjunto, por el contrario, moviliza energía pero no la derrocha sino que, siempre y cuando se eviten los procesos emisores, se retiene al nivel de la recepción de información. Es obviamente ésta, la que proporciona un mayor control sobre la situación y sobre el resto de funciones mentales (las cuales se pueden procesar simultáneamente, sean estas intelectuales o no), mientras que la atención concentrada se absorbe en una única cosa, constituyendo en realidad otra forma de distracción. Ray Jackendoff dice que "la consciencia se enriquece con la atención" y los mismos Crick y Koch suscriben la importancia de la misma al añadir "... lo que supone que, mientras esta última -la atención- puede no ser esencial para ciertos tipos de consciencia limitados, sí resulta necesaria para la consciencia plena" (Crick et al., 1992)
Lo mismo podemos decir en el caso de la percepción. La percepción habitual, acostumbrada a la mayor parte de objetos visibles, es mecánica e inconsciente y pone en juego procesos subjetivos diferentes a la mera recepción de información; se corresponde obviamente con los estados de consciencia inferiores (eikasia y pistis). La percepción comprende, según la Psicología, tres procesos íntimamente relacionados: el proceso receptor (el que capta el hecho real por medio de los sentidos y lo hace llegar a los órganos receptores); el proceso simbólico (el que asocia la sensación a un concepto que ya poseemos); y el proceso afectivo (el que traduce el concepto en aspectos afectivos como agradable, desagradable, indiferente, etc.) (Delay et al., 1991). Obviamente, los dos últimos son emisores y subjetivos, mientras que solo el primero constituye la verdadera recepción de información, objetiva o próxima a la objetividad. Este tipo de percepción al mismo nivel de la recepción solo puede procesarse con la consciencia en estado de dianoia de modo que impida los procesos subjetivos inmediatos. Equivale en cierto modo al percatarse de algo o al awareness (el darse cuenta) de la Gestalt que algunos neurobiólogos empiezan a tratar. Chalmers (1996) al intentar buscar un puente psicofísico que una los procesos físicos del cerebro con la experiencia subjetiva, separa el percatarse -lo que considera objetivo-, de la consciencia -a la que considera subjetiva-. Chalmers aproxima su concepto sobre el percatarse al tipo de consciencia dianoia, como una función receptora totalmente alejada de la consciencia emisora y subjetiva propia del estado pistis.
Igualmente, la imaginación, habitualmente efectora, también puede considerarse receptora en el caso de la imaginación creadora, la cual consiste en un acto de percepción instantáneo, de perspicacia, discernimiento o penetración psicológica (insight), y lo mismo podríamos decir en el caso de otras funciones típicamente emisoras, como la voluntad o la capacidad de raciocinio. Los antiguos griegos hablaban de un tipo de voluntad (que nada tiene que ver con la voluntad emisora resultante de los procesos razonativos y efectores habituales) consistente en actuar en función del lugar que ocupamos en el sistema y en las relaciones con el entorno. Es un actuar en función del conjunto de elementos percibidos que exige una atenta claridad receptiva. En ese punto se confunde la voluntad con la intuición y con un tipo de razón también atenta que equivale al verdadero nous (la razón superior). Lo importante, por lo tanto, en esta clasificación es distinguir cuando una función está adquiriendo o recibiendo información, pudiendo llegar a decir que, en los extremos de la escala, el mecanismo básico de funcionamiento podría ser el mismo para la mayor parte de las funciones de un conjunto: por ejemplo, el término insight al que hemos hecho referencia bien podría aplicarse a la imaginación creadora, a la percepción instantánea, a la inspiración, a la intuición, a la comprensión repentina, al atento raciocinio holístico o a los sueños creativos.
Podemos pues, establecer una graduación decreciente en objetividad del siguiente modo: a) los objetos y hechos reales del mundo físico (lo que Popper llama el Primer Mundo) y las verdades absolutas (propias del Tercer Mundo, a las que Platón llama ideas, formas o verdades eternas, Hegel, espíritus objetivos, y Popper proposiciones objetivas, o contenidos de pensamiento objetivo); b) la atención y la observación, c) la percepción, d) percatación, y e) los procesos emisores habituales. Las cuatro últimas forman parte de lo que Popper llama el Segundo Mundo o mundo subjetivo y son tanto más subjetivas cuanto más se alejan del hecho real.
Poco importa si la observación va delante o detrás de las hipótesis o de las inclinaciones individuales, como sugiere Popper (1992); esa sería obviamente una observación emisora y claramente subjetiva, sentido que ya creemos haber expresado con claridad. Nuestra hipótesis se aproxima a la teoría del sentido común o de la tabula rasa de los empiristas, que sostiene que nuestra mente al nacer está vacía (o semivacía), adquiere conocimientos por medio de los sentidos y todo lo que se añade a ese conocimiento elemental (directo o inmediato, como ellos dicen), le añade subjetividad. Popper (que la llama teoría del cubo) opina que incluso ese primer conocimiento está ya contaminado pues poseemos disposiciones innatas que nos infunden expectativas previas incluso a la observación y a la percepción (Popper, 1992).
Un ejemplo de que la expectativa puede ir por delante de la observación (lo que Popper denuncia frecuentemente en el caso de los experimentos científicos) es el caso ya citado del cráneo KNM-ER 1470 y la redatación de los estratos donde se encontró por no responder a las expectativas evolucionistas (y muchos casos similares de lo que Lubenow llama the dating game) [ Nota 3 ]. Resulta obvio pues, que sólo si somos capaces de mantenernos en los primeros niveles de la recepción (en los cuales los puntos b, c y d pueden llegar a ser lo mismo), con la consciencia o atención en estado dianoético, sin traducción o movimiento mental alguno, la subjetividad puede llegar a reducirse substancialmente (aun cuando tengamos la expectativa de 'no tener expectativas' o de 'vigilar nuestras posibles expectativas'); seremos por tanto más objetivos y habremos dado un paso de gigantes en nuestro desarrollo evolutivo. Tampoco se trata de eliminar la individualidad resultante de nuestros procesos subjetivos, sino de eliminar la mecanización de tales procesos, pues este estado de percepción atenta o consciente puede aplicarse también sobre las funciones mentales subjetivas, tales como el pensamiento o el razonamiento: sería una especie de objetivización de lo subjetivo, donde nuestras emociones, juicios, proyectos o ideas son supervisadas por una función mental de orden superior.
Según Horgan (1994), la simple intención de mover un dedo ya produce actividad electroencefalográfica (EEG) por lo que no es de extrañar que las funciones mentales emisoras y de proceso, que producen mucho movimiento cerebral (intención, elección, decisión o proyección), se procesen generalmente con mucha actividad EEG, mientras que las funciones receptoras, todo lo contrario, se procesan con escaso movimiento neuronal y poca actividad EEG. El estado de vigilia habitual, que se corresponde con los estados 1 y 2 de la psicología y los estados 1 y 2 de Platón (eikasia y pistis) (funciones mentales generalmente en estado de emisión) produce las denominadas ondas beta de más de 14 ciclos por segundo. La atención flotante no concentrada o estado de consciencia tipo 3 de la psicología, que "corresponde a una eficacia excelente del comportamiento.....en el que se sitúan algunas formas del pensamiento creador" (Delay et al., 1991), se corresponde con el estado 3 de Platón (dianoia) y produce ondas alfa con vibraciones de 7 a 14 ciclos por segundo. Los estados del sueño (estados 4 a 7 de la psicología) producen vibraciones de 4 a 7 hertzios, en el caso del sueño ligero (ondas theta) y de 0 a 4 hertzios, en el caso del sueño profundo (ondas delta), pudiendo relacionarse con ciertos estados alterados de consciencia próximos a nous. El sueño o el inconsciente son casos especiales de funciones efectoras (pues utilizan información ya almacenada) que producen poca actividad EEG y que, en determinados casos, se comportan como funciones receptoras de información.
La regresión del psiquismo del hombre actual consistiría en el sobredesarrollo y dominancia de las funciones emisoras sobre las receptoras, dominancia adquirida en algún momento de nuestro desarrollo filogenético y ontogenético. Mientras que en el siguiente apartado hablaremos del aspecto filogenético, veremos ahora que tal defecto se adquiere en el curso de nuestro desarrollo individual debido a la consolidación histórica de sistemas de aprendizaje no solo incorrectos sino también extremadamente perjudiciales para la supervivencia de la especie.
Daniel C. Dennett, filósofo de la consciencia, opina que "en realidad no somos conscientes de nada.... la consciencia es en gran medida ilusión", ya que "en la vida cotidiana asumimos inconscientemente la actitud intencional" (Beardsley, 1996). Lo mismo opina el antropólogo Ramón Valdés al afirmar que el proceso de enculturación "empieza tan pronto y es tan sutil que nadie, ni en retrospecto, llega a tener idea clara de hasta qué punto lo ha sufrido" (Valdés, 1981). Toda intención o movimiento de la mente distrae la atención lo que nos sitúa en un estado inferior de consciencia. La realidad será tanto mejor percibida (y el aprendizaje será tanto más eficaz) cuanto mayor sea la atención consciente puesta en juego y mayor número de elementos puedan ser captados. Todos parecen dar la razón a Freud, cuando decía que los impulsos del inconsciente gobiernan la mayor parte de la vida de las personas, o a Leibnitz que decía que "en cada instante hay en nosotros un número infinito de percepciones que no se acompañan de conciencia ni de reflexión" (Delay et al., 1991). Y así, en la actualidad la moderna psicología reconoce: "hoy en día sabemos que una parte considerable, quizás la más importante, de nuestra vida mental se desarrolla de forma inconsciente" (Delay et al., 1991).
La neurobiología también parece dar la razón a Freud y a Dennett: recientes experimentos de formación de imágenes del cerebro parecen demostrar que los diferentes niveles de consciencia activan vías neuronales diferentes. Usando tomografía por emisión de positrones (TEP) Marcus E. Raichle de la Universidad de Washington en Saint Louis observó que algunas actividades cerebrales que muchos consideran automáticas, como el habla habitual -o la mera repetición de palabras- (consciencia en eikasia) solo activa áreas motoras del cerebro "confirmando algo que se venía sospechando: que a veces hablamos sin ser conscientes de lo que decimos" (Raichle, 1994). Cuando entran en juego dos tareas nuevas, la evaluación consciente del significado de una palabra y la elección de una respuesta apropiada (generación de un verbo en respuesta a un nombre) (consciencia en pistis), se activan dos nuevas áreas cerebrales, desactivándose, en cambio, las áreas motoras implicadas en la simple repetición rutinaria de palabras. Otro interesante hallazgo fue que cuando el sujeto se ejercita en la generación de verbos, se cambian por completo los circuitos neuronales puestos en juego, activándose los circuitos responsables de la repetición de nombres y demostrando así que la rutina, la práctica o la habilidad producen una relajación de la atención o, en definitiva, de la consciencia: "la práctica modifica la manera en que se organiza nuestro cerebro y esto tal vez no haya sabido apreciarse enteramente" (Raichle, 1994), ya que nuestros métodos de educación podrían estar facilitando la pérdida de atención o de consciencia y, todo lo contrario, una vida plagada de hábitos inconscientes. Así pues, tanto la neurología como la psicología, como la filosofía parecen coincidir en un aspecto crucial para entender la hipótesis de la regresión de la consciencia: las funciones emisoras o intelectuales (las cuales rigen el comportamiento de los diferentes sectores sociales como la economía o la política) se procesan con poca consciencia o, dicho de otro modo, de forma variablemente inconsciente.
Este proceso podría tener lugar del siguiente modo: a) la relajación de la atención provoca el disparo automático de determinadas vías neuronales de la zona de la memoria, sobre todo de la memoria a corto plazo o funcional (Goldman-Rakic, 1992) (durante los sueños se activan también las áreas de memoria a largo plazo); b) la información liberada activa, también de forma mecánica, las funciones de procesamiento y emisión de información (pensamientos, razonamientos, lenguaje, etc.; el familiar parloteo mental); tal y como propone la psicología científica, estas funciones también se activan durante el sueño, aunque de un modo diferente (con baja actividad EEG y una adecuada recuperación energética) ; c) finalmente por asociación de ideas llegamos a las conclusiones, conceptos o teorías más complejas y dispares, propias del comportamiento subjetivo. Esta especie de razonamiento inconsciente pertenece al estado más bajo de consciencia (eikasia) y permite explicar las ideas fanáticas o desordenadas y los, cada vez más frecuentes, comportamientos extremos. Cuando este razonamiento es más o menos dirigido y voluntario (propio de las conductas intelectuales), pertenece al estado pistis pues aun no hay un verdadero control por parte de la consciencia propiamente dicha o dianoia.
En definitiva, si bien es cierto que existen estados pistis muy próximos a dianoia, donde el razonamiento empieza a ser controlado por el consciente (las llamadas personas razonables y tolerantes), creemos totalmente acertado aseverar que la mayor parte del comportamiento humano es en cierto modo y en diferente grado, inconsciente. Podemos incluso establecer paralelos con la psicología tradicional de Freud: los actos propiamente inconscientes (por debajo de los niveles de eikasia) equivaldrían al ello de Freud y suelen expresarse durante los sueños; los niveles menos inconscientes, lo que podríamos llamar el subconsciente (eikasia y pistis), equivaldrían al yo de Freud y suelen expresarse durante el estado habitual de vigilia (que pasa a ser otra forma de sueño); finalmente, el consciente (dianoia, nous) sería propio del superyo de Freud (la auténtica vigilia en el sentido de vigilancia o atención). Además de la mayor parte de lo aprendido (a través de la percepción habitual de tipo inconsciente o subliminal, o bien a través de percepciones conscientes pero que, por rutinización, han pasado al inconsciente) también pertenece al inconsciente todo lo innato que aun no ha aflorado a la consciencia (el inconsciente colectivo de Carl Gustav Jung, o las expectativas innatas de Popper)
Cuando la información del subconsciente y del inconsciente aflora al consciente existe en realidad una verdadera adquisición de información pues hay emisión en una zona del cerebro-mente y recepción en otra, tal y como si los datos provinieran del exterior. Los grandes inventos y genialidades suelen ser ideas, percepciones, comprensiones, aprehensiones o intuiciones repentinas (insight) que no pocas veces tienen lugar durante los sueños. Como ya vimos para otras funciones, este tipo de sueños (son famosos los descubrimientos de los axiomas de geometría de Descartes o el hexágono bencénico de Kekulé, entre otros) pueden incluirse entre las funciones receptivas. En estos casos, los datos afloran al consciente de forma holística de modo que hace posible la inspiración o la solución intuitiva de un problema. Cobran así sentido determinadas experiencias de meditación, relajación o control mental, técnicas orientales ancestrales, tan de moda hoy en día en occidente.
David Bohm es el único físico que ha desarrollado una teoría determinista seria -cada vez más reconsiderada (Albert, 1994)-, alternativa a la actual mecánica cuántica. En su libro La totalidad y el orden implicado declaraba que "tanto la relatividad como la teoría cuántica están de acuerdo en que ambas implican una necesidad de mirar el mundo como un todo indiviso, en el que todas las partes del universo, incluidos el observador y sus instrumentos se funden y se unen en una totalidad". Para Bohm la realidad es la totalidad y "por tanto hace falta que el hombre preste atención a su hábito de pensamiento fragmentario, tenga conciencia de él, y así le ponga fin". Para Bohm terminar con la ilusión de un mundo fragmentario requiere "un acto de percepción original y creativo de todos los aspectos de la vida" y "cuanto más sutiles sean nuestras percepciones mayor será el contenido del orden implicado" (Holroyd, 1993). Este holismo no es exclusivo de la Física, destacando también entre las ideas de biólogos, filósofos o psiquiatras, como Bateson, Jan Christian Smuts, Alfred Adler, John Dewey, etc. La moderna psicología reconoce que "el principio fundamental que gobierna todas las leyes de la percepción es el de que un conjunto es más que la suma de las partes que lo componen; posee propiedades autónomas que no derivan de las partes" (Delay et al., 1991). Aunque la atención holística implica cierto esfuerzo de atención solo este estado garantiza la mejor relación aprendizaje/gasto de energía. Solo la mente atenta al conjunto de inputs proporciona mínimo movimiento cerebral, orden y eficacia (conducta cooperativa, por ejemplo), y una imagen lo más fielmente posible de la realidad (óptimo aprendizaje).
Hemos visto pues, que nuestra mente-cerebro funciona incorrectamente. Ahora bien ¿en qué momento de la historia o de la prehistoria invirtió nuestra mente su progreso evolutivo?. En el mundo natural dependiente del entorno, propio de nuestros antecesores, podemos suponer que la capacidad de percibir (y de pasar la mayor parte del tiempo viviendo en tiempo real) fue anterior con respecto al conocimiento racional y al resto de funciones intelectivas. Es el paso obvio entre un comportamiento meramente instintivo, propio del reino animal, y las facetas complejas de la mente tales como la capacidad de articular palabras, elaborar conceptos o la capacidad de razonar. El hecho de que los animales dotados de percepción instintiva sean capaces de aprender por intuición, viene a demostrar que éste es quizás nuestro modo de aprendizaje original y natural. Analizando la capacidad de observación de los bebés y los niños de corta edad y tal como sucede con los caracteres morfológicos, también podemos decir que la ontogenia de nuestras facultades mentales recapitula la filogenia. El desarrollo de la razón (al incorporar paulatinamente toda suerte de tradiciones, culturas, experiencias, conceptos, teorías e ideologías) avanzaría en el sentido de un aumento constante y acumulado de complejidad cultural con menoscabo de la capacidad de observación y de percepción y, por lo tanto, de la propia capacidad de razonar en función del presente real. Esta capacidad de raciocinio, capaz de distinguir al animal irracional del hombre, lejos de conferir una mayor ventaja a las capacidades ya existentes de tipo perceptivo (lo que se conseguiría con un especial tipo de raciocinio, bien de tipo receptor o bien dependiente de las funciones receptoras), fue la causante -por un mal uso- de la práctica anulación de éstas.
Julian Jaynes sostenía en su libro The Origin of Conciousness in the breakdown of the Bicameral Mind que la psiquis del hombre tomó un camino equivocado hace unos 5000-7000 años (lo que también aprueba el físico David Bohm) con el surgimiento de ciertas facetas mentales favorecedoras de la conducta egoísta (que, como ya vimos serían todas las funciones emisoras). Arthur Koestler sostenía que algo había ido mal en la evolución del Homo sapiens sugiriendo que "éste podría ser una especie biológica aberrante afectada por una imperfección que afectó a los circuitos de nuestro sistema nervioso"; ésta anomalía podría radicar en la desincronización entre el neurocórtex y el hipotálamo, sugiriendo la búsqueda de "algún correctivo que reparase ese evidente error evolutivo" (Holroyd, 1993). También el conocido psicólogo C.G. Jung opinaba que la mente del hombre occidental está enferma porque el modo de proceder de la moderna civilización reprime la capacidad de percibir las formas universales de conducta, los patrones de comportamiento o instintos psicológicos básicos comunes a todas las culturas (los arquetipos del inconsciente colectivo).
El filósofo Rafael Gambra cita a algunos autores que sostienen que tanto los caldeos como los egipcios, los hindúes o los chinos poseían profundos conocimientos éticos y psicológicos y que la antigua Grecia -donde solemos situar el origen de la historia de la filosofía- no supuso más que una reducción de horizontes con respecto a la antigua filosofía oriental. Muchos filósofos como Schopenhauer, Pablo Deussen, Jiddu Krishnamurti y otros han basado su sistema filosófico en los Vedas y el pensamiento oriental (Gambra, 1977; Holroyd, 1993) (filosofía que mucho antes de Platón ya clasificaba los estados de consciencia en tamas, rajas y sattwas). Suele considerarse a Grecia como la cuna de la razón lo que parece patente a tenor de los grandes filósofos que nos ha dejado la historia. No hay que descartar, por tanto, que en la época helenista haya culminado el proceso de desarrollo de las facultades intelectuales del hombre en detrimento de las perceptivas, ya en declive desde miles de años antes, quizás desde el comienzo del Neolítico, como intuía Julian Jaynes. Y quizás podamos decir también -como aprobaría Popper, Shaw y muchos otros filósofos, incluso contemporáneos- que con Platón empieza y acaba la filosofía y que desde entonces no solo han continuado retrocediendo nuestras facultades perceptivas sino también las intelectuales.
Y ya, por último, si hemos perdido la oportunidad de alcanzar un óptimo grado de desarrollo psíquico ¿es posible recuperar el tiempo perdido?, ¿está el ser humano en condiciones de aspirar aun a un grado más alto de evolución?. Teilhard de Chardin, de acuerdo con la imperiosa ley de la complejidad-conciencia, y de modo similar a como ha sucedido en el pasado, opinaba que la evolución permitirá alcanzar grados más altos de psiquismo (el "Punto Omega") sobrepasando así la reflexión meramente individualista que inevitablemente conduce a la conducta egóica. Quizás tenga razón, pero no hay que confiar en que esa mejora en la calidad de la conciencia provenga ya, cruzándose de brazos, de la mera evolución. El hombre ha conseguido influir en el medio y en la naturaleza y está claro que solo por su propia iniciativa y haciendo uso de su propia voluntad podrá aspirar, mediante un adecuado aprendizaje, a lo que probablemente sería el último y el mejor de sus progresos.
Si el uso excesivo de nuestras funciones emisoras enmascara, en fin, el correcto funcionamiento de las funciones receptoras cabe pensar ¿serán entonces estas últimas las únicas responsables de un correcto desarrollo de nuestras capacidades mentales?. Obviamente no. Si un bebé no recibe adecuada educación de tipo cultural o intelectual (funciones emisoras como el lenguaje o la capacidad de razonar, planificar o emitir juicios) el niño pasará el resto de su vida observando muy atentamente como cualquier otro animal de la naturaleza. Posiblemente sepa cuidarse muy bien en un medio salvaje, pero ni siquiera tendrá consciencia de sí mismo ni de su propia existencia. El caso de los niños salvajes (como el caso de Victor, un niño perdido en los bosques franceses hasta los 12 años) o de los niños aislados desde su nacimiento (como Genie, una niña encontrada en 1970 que permaneció incomunicada hasta los 13 años de edad), dejan claro este asunto y demuestran que las funciones cerebrales que no se usan, se atrofian de modo irreversible (García, 1992). Estos célebres casos, ampliamente estudiados y documentados, no solo han demostrado que el habla y el resto de funciones intelectuales -y posiblemente cualquier tipo de función cerebro-mental- son difíciles de recuperar a partir de cierta edad, sino que confirman que las primeras funciones en desarrollarse son las funciones de percepción y observación -funciones animales imprescindibles para sobrevivir en la selva o en situaciones extremas-, las cuales se encuentran sumamente agudizadas en todos estos casos.
Es precisamente la aparición de la razón la que permite la graduación de la consciencia humana, hasta llegar a dionoia o nous, la verdadera autoconsciencia, ausente en animales irracionales. La graduación de la consciencia en animales -privados de razón- puede entenderse como una graduación de la percepción, que también varía desde el sueño hasta un estado de máxima vigilancia de tipo irracional instintivo. El raciocinio es, por tanto, vital para el desarrollo de la consciencia (o autoconsciencia) y, aun cuando inicialmente se incluyó entre las funciones típicamente emisoras, al nivel de la recepción de información pasa a ser una función receptora equivalente a lo que los antiguos griegos entendían por nous o razón superior.
Recientes hallazgos de neurobiólogos de las Universidades de Columbia y de California indican que el cerebro se desarrolla de un modo u otro en función de las vivencias de la infancia y que algunas de sus áreas, como las que afectan a la percepción táctil, crecen más cuanto más se ejercitan. Las zonas que más trabajan, sobre todo en la infancia, se desarrollan más que las que se usan menos. Este hecho se pone de manifiesto en los experimentos de Michael Merzenich de la Universidad de California en San Francisco por los que consiguió que un mono tocase un disco giratorio con sólo los tres dedos centrales de su mano; tras haber dado el disco varios miles de vueltas, el área cortical del simio dedicada a los tres dedos centrales se había expandido a expensas de la dedicada a los otros dedos. De este modo "la arquitectura de nuestros cerebros se irá modificando de manera personal... constituyendo la base biológica -junto con la estructura genética- de la expresión de la individualidad" (Kandel et al., 1992). Si, como también parece deducirse de los experimentos de Marcus E. Raichle, las funciones emisoras provienen de zonas del cerebro diferentes a las perceptivas, estaría claro que nuestros sistemas educativos -que solo se ocupan de las primeras- serían totalmente erróneos, manteniendo y perpetuando así ese error evolutivo en el que estamos inmersos.
El aprendizaje será inferior en los niveles bajos de consciencia (eikasia, pistis), pues obviamente no habrá adquisición de nueva información sino mero movimiento o traslado de la ya poseída, con emisión de nuevas formas subjetivas (tal como sugiere Popper), mientras que será muy eficaz en los niveles altos de consciencia, pues solo ahí es posible la adquisición de nueva información. Y esto sería así aun cuando Popper suponga que "todo aprendizaje o conocimiento adquirido consta de modificaciones de cierto tipo de conocimiento o disposiciones que ya se poseían previamente y, en última instancia, consta de disposiciones innatas" (Popper, 1992). En este caso, el nuevo conocimiento sería el descubrimiento de esas disposiciones innatas, hasta entonces desconocidas, y de su hipotética subjetividad. Insistimos en que este nuevo conocimiento incluye las intuiciones (insight o captura de los inquilinos propios del Tercer Mundo) aunque provengan de un conjunto de elementos más simples ya almacenados en la memoria; aunque esta parezca un mero traslado de información, es, en realidad, un nuevo conocimiento para funciones receptoras, como la consciencia, que bien podría ser una propiedad emergente del resto de funciones mentales, sin localización cerebral propia. La emergencia es una de las propiedades de los sistemas complejos que surge como consecuencia de la integración de las partes, y que no se da en ninguno de los elementos por separado (Solé et al., 1996). En función de todo lo dicho resulta obvio que la mejor edad para aprender es claramente durante la infancia cuando, por un lado, las funciones perceptivas están en pleno desarrollo y comienzan a activarse las facultades emisoras tales como el habla, el lenguaje o la razón, y, por otro lado, las pautas de conducta aun no están establecidas definitivamente. Aun cuando tengamos inclinaciones conductuales innatas, todo el comportamiento posterior del individuo depende del equilibrio entre el desarrollo de las funciones emisoras y receptoras durante la fase inicial del aprendizaje infantil.
Así pues, nuestro aprendizaje debe incidir en el desarrollo de las funciones receptoras de modo que se equilibren con las emisoras, a través, sobre todo, del desarrollo de la atención holística, en una especie de búsqueda de la objetividad. Si, como ya hemos dicho, las funciones emisoras son las principales causantes de subjetividad y las funciones receptoras de objetividad, el principal objetivo de este aprendizaje infantil será, no el pretender ser plenamente objetivos (lo que se supone prácticamente imposible), sino de hacerse consciente de la subjetividad. Lo subjetivo es irreal con respecto al hecho objetivo, pero cobra realidad cuando es observado por el consciente, pues en ese momento hasta lo subjetivo pasa a ser un hecho objetivo real. Es ese estado de percepción consciente, objetiva, atenta, holística (el awarenes, el darse cuenta o tomar conciencia de la Gestalt), el que constituye el mejor sistema de aprendizaje para la adquisición de conocimientos. Un estado tal de la mente, en cierto modo natural, permite tener presentes todos los elementos del conjunto y probablemente conduzca al aprendizaje intuitivo que la psicología conoce y que ya hemos definido como la capacidad para formar insight o actos de penetración psicológica.
Con este conocimiento desarrollado o en desarrollo mejorarían infinitamente los tipos de aprendizaje habituales basados en el condicionamiento y la asociación (Delay et al., 1991), lo que la neurología ahora relaciona con los tipos de aprendizaje implícito y explícito (Kandel et al., 1992) y que obviamente pertenecen a las funciones inferiores del tipo eikasia y pistis. Es cierto que los animales, que usan mejor que nosotros sus facultades de percepción, son capaces de aprender y memorizar por asociación y condicionamiento en los experimentos forzados a los que son sometidos, pero también es cierto que suelen aprender mejor que nosotros determinadas habilidades al alcance de su capacidad y sobre todo de aprender por intuición, tal y como demostró Köhler (Delay et al., 1991). Mientras que esto podría demostrar que nuestro aprendizaje natural o innato es de tipo intuitivo, es obvio que la mayor parte de nuestro conocimiento actual es condicionado y que solo un tipo de aprendizaje dianoético podría formar a personas incondicionadas (o conscientes de sus condicionantes), responsables y con auténtico criterio propio. A la hora de aprender una habilidad es harto sabido que una buena práctica es mucho más eficaz que el doble de teoría, sobre todo si en aquella se pone la máxima atención, al igual que también es harto sabido que "las personas muy observadoras tienen fama de tener más intuición que las personas más cerebrales" (Vallejo-Nágera, 1996). El aprendizaje habitual basado en la adquisición de nuevas formas de comportamiento (Delay et al., 1991) es un simple aprendizaje de nuevas formas subjetivas, un lastre continuo para nuestra capacidad de objetivización o captación de la realidad. La simple repetición y memorización del inmenso caudal de información con la que hoy saturamos a nuestros estudiantes podría ser una de las principales causas del deterioro psíquico y social posterior.
Las modernas tendencias de aprendizaje apuntan totalmente en este sentido: el estadounidense David Goleman propone a los directivos de empresa un nuevo tipo de formación no basada en estimular la parte racional del cerebro (el neocortex), sino la emocional (la amígdala), crucial para desarrollar el estudio de uno mismo, la evaluación individual, la motivación en el trabajo, la creatividad, la participación en los objetivos globales, etc. Los beneficios del desarrollo de la "inteligencia emocional" -como Goleman la denomina- son tanto humanos, como laborales, como económicos y sus métodos se están implantando por numerosas empresas de todo el mundo con notable éxito.
Ya hemos hablado del cómo hay que aprender y del cuando hay que aprender, pero ¿qué es lo que realmente tenemos que aprender?. Hemos hablado también en términos generales de la necesidad de hacerse conscientes de lo subjetivo y de tender a lo objetivo, el hecho presente y real, y esa es realmente la primera lección de ésta asignatura pendiente. Pero si además nos atenemos a la definición que sobre la consciencia hace el psiquiatra, Vallejo-Nágera (1996) como "el conocimiento que tenemos de nosotros mismos y del mundo exterior" la cosa se concreta más. En efecto, repite este autor que "muchas veces es necesario acudir a un experto, un psiquiatra o psicólogo, o a otras personas, para que nos ayuden a interpretar lo que nos sucede o a conocernos mejor.... otras personas tienen gran dificultad para analizar e interpretar sus sentimientos". En definitiva, hemos aprendido a volar, a navegar, a hacer islas artificiales, a manejar el átomo... pero no hemos aprendido a controlar e interpretar nuestros propios pensamientos y sentimientos. Más aun, si hay o hubo un método indiscutiblemente eficaz en psicología para autoexplorarnos, como es la introspección, la tendencia entre los psicólogos es a arrinconarlo. Dice el mismo autor: "de hecho, el método introspectivo, muy utilizado por los psicólogos clásicos, ha sido progresivamente sustituido por la moderna psicología de la conducta y del comportamiento y por la psicología experimental". Dicen también Delay y Pichot (1991) "la ligazón entre la llamada a la introspección y una posición filosófica, ética o metafísica ha contribuido a despertar las sospechas de los psicólogos que desean mantenerse 'científicos' ". Con las declaraciones de los expertos la tendencia involutiva hacia lo subjetivo parece demostrada. Por lo tanto, solo si somos capaces de observar nuestros propios procesos mentales (el famoso "conócete a ti mismo" de los antiguos filósofos griegos) podremos ser capaces de observar atentamente el mundo exterior y aspirar así a la altruización social, recuperando así esa avanzada forma de comportamiento -seguramente heredada de nuestros hipotéticos ancestros progresivos- que hemos ido perdiendo en el curso de nuestra deficiente evolución cultural.
Nuestra teoría sobre la regresión del psiquismo quedaría plenamente confirmada, en fin, con los trabajos de algunos psicólogos a los que no se les ha dado la importancia que merecen. Resulta curioso ver que, a pesar de que todos los manuales de psicología hablan de la superioridad de la capacidad de atención holística sobre las funciones intelectuales -y de su capital importancia en el desarrollo del individuo-, el aprendizaje basado en las funciones receptoras apenas haya transcendido en nuestros sistemas educativos. El psicólogo Pierre Janet, por ejemplo, se refiere a esa superioridad del siguiente modo: "el presente que estudia la psicometría, esa pulsión de una décima de segundo, no es lo que nosotros apreciamos como presente. Para nosotros, el presente real es un acto, pero un acto de cierta complejidad que abarcamos en un solo estado de consciencia a pesar de su complejidad y de su mayor o menor duración real... Hay una facultad mental que, forzando el término, podría llamarse 'presentificación' y que consiste en hacer presente un estado del espíritu y un grupo de 'fenómenos' " (Delay et. al, 1991). Esta presentificación -que algunos llaman momentaneidad y otros tomar conciencia (awareness, por contraposición a la consciousness o consciencia propia del estado de vigilia habitual)- presupone que el tiempo es un obstáculo para el funcionamiento natural de la mente. Janet colocó esta presentificación o aprehensión de la realidad (en todas sus formas) en la cima de la jerarquía de las funciones mentales y vemos una correlación con los estados de consciencia superiores del tipo nous o dianoia. El individuo dotado de presentificación permanente vive en el máximo grado de atención y de percepción de la realidad, pudiendo afirmar que pertenece a un tipo de hombre de conocimiento superior (el verdadero sabio de Platón o Espinosa); dice Janet: "... captar la realidad, es decir, coordinar alrededor de esta percepción todas nuestras tendencias y actividades es la obra capital de la atención".
En su jerarquía, Janet coloca a continuación, en un segundo nivel "las mismas percepciones del primer nivel, pero despojadas de la agudeza del sentimiento de la realidad; son acciones sin adaptación exacta a los hechos nuevos, sin coordinación de todas las tendencias del individuo, percepciones vagas sin certidumbre y sin disfrute del presente; es lo que yo a menudo he designado con el nombre de 'acciones y percepciones desinteresadas' ". Vemos en este caso un acercamiento al estado pistis, aunque aun próximo a dianoia.
En tercer lugar "es preciso colocar en un rango muy inferior, a pesar de la opinión popular, las operaciones mentales que tratan con ideas o imágenes, el razonamiento, la imaginación, la representación inútil del pasado, el ensueño". La correspondencia con la consciencia de tipo pistis en este caso es total.
Y finalmente, Janet sitúa en el nivel inferior "las agitaciones motoras, mal adaptadas, inútiles, las reacciones viscerales o vasomotoras que se consideran como elemento esencial de la emoción", lo que hemos venido definiendo como eikasia o tipo de consciencia próxima ya al inconsciente. Hallamos pues, una correlación casi total de la moderna psicología con los estados de consciencia que Platón nos describió hace más de 2000 años y con los que comenzamos este capítulo. Aunque citadas en los manuales comunes de Psicología, las observaciones de Janet suelen pasar desapercibidas, pues resulta difícil admitir que el razonamiento y la lógica intelectual -basadas en hechos temporales y nunca en el presente (o única realidad)- se encuentran entre las más bajas de nuestras facultades mentales (Delay et al., 1991).
Los defectos de nuestras técnicas de aprendizaje repercuten obviamente en nuestras relaciones sociales, con el consiguiente deterioro observado. Profundizar en esta hipótesis podría ser crucial para marcar las pautas de nuestros futuros sistemas educativos y, por lo tanto, de nuestra futura evolución cultural (Doménech, 1996).
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[1] Extraído del libro: Doménech Quesada, Juan Luis. La evolución regresiva del Homo sapiens (Cap 15; Título original: "La regresión de la consciencia") [ Volver ]
[2] Uno de los más importantes filósofos de la Historia, autor además de una de las primeras concepciones sobre la naturaleza del hombre, que llegó hasta la misma época de Darwin, a la que más tarde Karl Popper llamaría esencialismo y según la cual, los objetos materiales no son más que meros reflejos de esencias invariables (o ideas) (Mayr, 1979). Estas ideas, con más o menos modificaciones, han sido resucitadas por algunos autores de este siglo, entre los que destacan el biólogo Rupert Sheldrake, con su teoría de los campos mórficos (Sheldrake, 1994) o el neurólogo Jacobo Grinberg-Zilberbaum con sus campos neuronales (Grinberg, 1990). Bernard Shaw abjuró de su idea de progreso cuando leyó a Platón: "si la humanidad ha producido tal hombre, hace 25 siglos, obligado es confesar que la cultura no ha progresado en todos sus aspectos" (Gambra, 1977). Y Whitehead ha dicho de Platón que "toda la filosofía occidental no es más que un conjunto de notas al margen de los apuntes de Platón" (Popper, 1992). [ Volver ]
[3] Un caso de redatación, citado en un capítulo anterior del libro, que motivó 10 años de discusión porque la fecha inicial de datación no se correspondía con las expectativas de las teorías paleoantropológicas predominantes. En la actualidad, algunos fósiles recientes podrían sugerir que la primera fecha era la correcta. [ Volver ]
Sobre el autor
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Juan Luis Domenech es especialista en biología sistemática de peces y crustáceos y acuicultura marina. Actualmente está desarrollando un nuevo sistema de pesca sostenible. Ha publicado más de una cuarentena de artículos científicos, técnicos y divulgativos relacionados con la biología marina y fruto de sus observaciones ha creado una nueva hipótesis sobre la evolución de las especies.
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