El trabajo en una mina de carbón del siglo XVIII debía de ser una experiencia muy poco agradable, con inundaciones, accidentes y muertes constantes. La necesidad de extraer el agua de las minas agudizó el ingenio de los inventores y finalmente Newcomen y James Watt crearon máquinas de vapor en Inglaterra. La energía hidráulica no podía satisfacer esta necesidad debido a sus dos limitaciones fundamentales: su ubicación en pocos lugares y el caudal variable de los ríos. Mientras tanto, en Francia, el permanente conflicto de intereses entre la nobleza y la burguesía desencadenó una revolución que puso fin a la monarquía absolutista y el nacimiento de la primera república moderna en Europa. Unos pocos años antes había nacido la primera república moderna del mundo: los Estados Unidos de América, que acabaría convirtiéndose en la primera potencia mundial en el siglo XX.
El desarrollo que la ciencia había alcanzado provocó que los avances tecnológicos surgieran cada vez más rápido, y esta aceleración de la inventiva no se ha detenido desde entonces. Con la máquina de vapor, además de la mejora en las condiciones de las minas, se abría la puerta para la transformación radical de la siderurgia, de la industria textil y de los medios de transporte. Primero el ferrocarril y luego el automóvil fueron relegando al caballo a un segundo plano.
Como ya hemos visto anteriormente, la aparición de una nueva fuente de energía no involucra necesariamente la desaparición de las anteriores. Pues bien, en esta ocasión la máquina de vapor sí provocó por fin que se erradicara una de las mayores humillaciones que ha perpetrado la humanidad contra sus propios semejantes: la esclavitud. Aunque la demanda de esclavos nunca llegó a ser tan grande como en el Imperio Romano, durante los tres siglos y medio de comercio de esclavos hacia América el promedio anual de africanos llevados allí por la fuerza se ha calculado en unos 28.000, con un máximo anual de 60.000 en el momento de máximo apogeo. Pero los europeos blancos no eran los únicos que se aprovechaban de esta situación, de hecho los pueblos pescadores del estuario del Níger empezaron a convertirse en ciudades-Estado con una economía basada en la venta de esclavos a los europeos. Olaudah Equiano, un negro africano liberto escribió en el siglo XVIII: "...y viendo que estos blancos no se vendían los unos a los otros como hacíamos nosotros, me quedé muy contento y me pareció que en esto eran mucho más felices que nosotros los africanos...". Efectivamente, los negros africanos colaboraron de manera entusiasta en la esclavitud de otros negros africanos... El que esté libre de pecado que tire la primera piedra.
Sí, la esclavitud ha sido tan consustancial a la existencia humana que incluso los sabios de todas las épocas, como Aristóteles o Tomás Moro, lo consideraban normal en sus escritos. No hace falta irse muy lejos para comprobarlo: el propio Cervantes habla en el capítulo XXIX de El Quijote de la venta de negros como si fueran objetos. Pero casos más espeluznantes se han dado: cuando el rey Fernando el Católico conquistó Málaga a los moros en 1487 esclavizó a toda la población de la ciudad debido a la gran resistencia que habían opuesto; envió una tercera parte a África para cambiarlos por prisioneros cristianos, otro tercio (más de 4.000) fue vendido por la corona para ayudar a sufragar el coste de la guerra, y el tercio restante se distribuyó por la cristiandad como regalos. Un centenar de ellos llegaron al Papa Inocencio VIII, quien a su vez distribuyó una parte de los cautivos entre los sacerdotes allí reunidos. ¡Qué vergüenza! ¡El mismísimo Papa de Roma y sus sacerdotes propietarios de esclavos y a la vez predicando el Evangelio de Cristo! Verdaderamente repugnante...
Por suerte no todos los religiosos eran tan insultantemente hipócritas. Fray Bartolomé de las Casas escribió: "La natural simpleza, carácter dócil y humilde condición de los indios, así como la necesidad que sentían de protección, dio a los españoles la insolencia de tenerlos en poco, e imponerles trabajos más arduos que los que ellos podían soportar, y llegaron a desesperarlos con la opresión y la destrucción... El almirante se excedió en la palabra más de lo que debía... y fue el motivo y comienzo de los abusos".
Por fin, Adam Smith, considerado el padre del liberalismo capitalista, cae en la cuenta en 1776 y aporta una razón que se demostró más poderosa que la religión para acabar con aquellas injusticias: "El trabajo realizado por hombres libres es más barato a fin de cuentas que el realizado por esclavos". De este modo, uno tras otro, los viejos países europeos y las nuevas naciones americanas fueron erradicando desde principios del siglo XIX primero el comercio y, más tarde, la posesión de esclavos.
Sin embargo, a pesar de sus compromisos internacionales adoptados en 1815 y de la condenas del Papa Gregorio XVI en 1839, España no puede enorgullecerse precisamente de haber abanderado la causa contra la esclavitud. De hecho, entre 1840 y 1860 se llevaron a Cuba unos 200.000 esclavos negros, cuyas rebeliones fueron aplastadas con brutalidad por O´Donnell. Con razón los negros formaron luego el grueso de las guerrillas cubanas que, al mando del negro Antonio Maceo, pusieron contra las cuerdas a las tropas españolas enviadas a la isla para evitar su independencia.
Hasta 1886 España no abolió la esclavitud definitivamente y sin matices. En palabras de Emilio Castelar: "¡Tras diecinueve siglos de cristianismo todavía existía la esclavitud! ¡Un siglo de revolución y ya no había esclavos en los pueblos revolucionarios!".
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