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Ideas y creencias

Mariano Solía Camba
Profesor de filosofía
 
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Las creencias, la mayoría de las veces, son inconscientes, no sabríamos siquiera formularlas claramente. En general podríamos decir que las creencias nos tienen a nosotros, mientras que las ideas las tenemos nosotros a ellas. La ciencia es convertida en creencia por la comunidad científica: por eso el estatuto de creencia de la ciencia es aparentemente diferente. Sin embargo, fuera de la comunidad científica, la ciencia es una creencia como todas las demás.

Este artículo es una reflexión sobre lo que son las ideas y las creencias y su contenido de verdad, y sirve de denuncia de lo que, a juicio del autor, es una ideología enmascarada de ciencia-tecnología que con el nombre de "globalización", a la sombra del Dios-Mercado, es causa del aprovechamiento de pocos a costa de la miseria de muchos.


Decía Ortega que las ideas se tienen, pero en las creencias se está. Las creencias son creencias por dos motivos: Porque estamos seguros de su verdad, por más que no podamos tener claras y precisas las razones que las hacen verdaderas, y porque son el suelo sobre el que apoyamos nuestra vida, nuestras relaciones, nuestros pensamientos y nuestras acciones. Las creencias, la mayoría de las veces, son inconscientes, no sabríamos siquiera formularlas claramente. Porque son como el suelo que pisamos, que no nos damos cuenta de que vamos sobre él a no ser que nos encontremos una dificultad o un tropiezo.

Sobre este suelo que puede ser rico o pobre, bello o feo, gozoso o doloroso, surgen, de modo distinto las ideas. Las ideas nos ocurren, nos advienen; algunos las crean, otros las copian, otros las derivan de las creencias adquiridas por la costumbre o por la autoridad de otros, incluso algunas veces, se aprenden.

En general podríamos decir que las creencias nos tienen a nosotros, mientras que las ideas las tenemos nosotros a ellas. Con las ideas reflexionamos. Criticamos nuestras creencias y elaboramos diversos modos de conocimiento y nuevas formas de acción: la ciencia, la técnica, el arte, la moral, la política y, en cierto modo, la religión. Pero siempre sobre la base de las creencias. Sin creencias no se puede construir nada.

La ciencia, único conocimiento con pretensión de verdad objetiva, solamente es ciencia cuando es convertida en creencia por la comunidad científica; por eso el estatuto de creencia de la ciencia es diferente, si bien fuera de la comunidad científica la ciencia es una creencia como todas las demás. De la misma forma ocurre con la técnica, si bien su criterio de verdad se cambiaría por el de utilidad.

Tema muy interesante sobre las creencias y las ideas es su relación con la verdad. Pero eso requiere un estudio que sobrepasa la intención de este escrito. Baste decir que dicha relación no es ni mucho menos sencilla. Las creencias cumplen su función siendo el fundamento de un modo de vida y de las acciones que determinan a una persona. Su vinculación con la verdad no es ni mucho menos necesaria, incluso puede ser contradictoria consigo misma en algunos aspectos: Científicos cuya conducta se guía por pautas basadas en creencias contradictorias con los postulados de su propia ciencia; cristianos racistas, e incluso cristianos que rinden culto a determinadas formas de idolatría y magia. Por eso tenemos que hablar de "creencias" en plural, porque difícilmente el hombre se construye en una unidad sin fisuras y contradicciones, salvo los héroes y los santos.

En el caso de la ciencia, sin embargo, es necesario y debe ser explícito su sentido de verdad, y en su dependencia de la ciencia, la técnica, si bien con otros matices referentes a la utilidad. Otro problema interesante sería preguntarse por el primer punto de la creencia. ¿Cómo es posible que podamos tener creencias falsas?

El hecho de constatar que la ciencia, a pesar de todas sus precauciones, avanza por medio de falsedades provisionales nos tiene que hacer prudentes a la hora de constituir la ciencia y nos hace ver la necesidad de criticar nuestras creencias. Las creencias evidentemente son prejuicios, y una de las tareas importantes del hombre cultivado es precisamente tenerlas en cuenta y, en su medida, purificarlas mediante la crítica correspondiente, a través de las ideas.

Pero hay un tipo de ideas que, a la sombra de los conocimientos científico-técnicos, son convertidas en creencias que justifican acciones y modos de vida como las demás creencias y tienen una importancia especial, a las que quiero dedicar este artículo: las ideologías.

Conviene delimitar este concepto. Cuando un conjunto de ideas de alguna forma trabadas en sistema se convierte en una creencia dentro de un determinado grupo social, no solo como fundamento de un modo de vida, sino como medio de enmascarar y defender unos determinados intereses, sea consciente o inconscientemente, estamos hablando de ideologías. Las ideologías pueden arroparse con cualquier género de ideas, desde la religión a las más puras ciencias. No siempre es fácil distinguir lo que es creencia religiosa de lo que es "ideología religiosa", ni lo que es ciencia de lo que es "ideología científica" o "científico-técnica". Una misma expresión lingüística puede ser manifestación de un juego (interpretación) científico o enmascarar un juego meramente ideológico. Necesariamente tenemos que convivir con esta duplicidad de juegos lingüísticos que únicamente pueden ser detectados por medios externos, por el devenir del propio discurso, científico o ideológico, en otras ocasiones por el devenir cultural de la historia, o por las consecuencias que produce.

Esta duplicidad es básica en la retórica, en la liturgia, en la publicidad etc. En Europa, tras las guerras de religión, gracias a Dios, la Modernidad Ilustrada nos ha liberado, esperemos que definitivamente, de la "ideología religiosa". La "libertad de conciencia" como derecho fundamental humano es la garantía de que la religión cumpla la función que le cumple liberada de todo poder ideológico. Aunque siempre estará presente el peligro en las instituciones poderosas (Iglesias) amparadas en el inevitable y profundo sentimiento y creencias religiosas del ser humano.

No hace falta resaltar la importancia que tiene esta liberación todavía pendiente para tanta gente sometida a los poderes religiosos. El integrismo y fanatismo religioso no es más que una religión disfrazada de ideología. Un poder que intenta imponer su voluntad por encima de las creencias individuales, incluso por encima de las creencias propias de la religión en la que se fundamenta dicha ideología. Al fin lo que predomina es el "poder".

La ideología filosófico-metafísica también ha sido superada por la Modernidad. Por ello el discurso filosófico posmoderno difícilmente puede constituirse, tras el aparato crítico que soporta en la actualidad respecto a su propio discurso, en ideología, recuperando, quizás, esa actividad crítica fundamental que la constituye como saber. (No como conocer). Nadie como Marx interpretó el sentido y el papel que cumplen las ideologías en la sociedad. La superación de su propio pensamiento convertido en ideología constituye uno de los hechos más importantes de la actualidad.

Sin embargo en la sociedad posmoderna más avanzada se está imponiendo sutilmente una forma ideológica de pensamiento, a la sombra de unos postulados aparentemente "científico-técnicos" que parece conveniente desvelar.

Cuando se celebra el fin de las ideologías incluso en fin de la historia, aparece un fenómeno que ha tomado el nombre de "globalización". Detrás de esta palabra se esconden ideas muy diversas de pensamiento científico, técnico, económico, político y social, cuya mezcla acaba produciendo una ideología en torno a un pensamiento (¿"único"?). Surge así una amalgama de hechos y consideraciones ciertas e indiscutibles a la sombra del enorme progreso científico-técnico y su influencia en una "aldea global", con una explicación última "Deus ex machina": EL MERCADO, EL "LIBERALISMO ECONÓMICO" que justifica, haciendo inocentes, los intereses de grupos y países capaces de asumir como inevitables verdaderas atrocidades humanas.

Nada habrá que objetar ante una globalización científico-técnica como hecho irreversible y potencialmente creador para el desarrollo de una humanidad más justa. Nada habrá que objetar ante una economía global en la que la interdependencia de unos con otros es irreversible y potencialmente creadora para un posible desarrollo de una humanidad más justa. Pero es de todo punto inadmisible que las reglas de juego sometidas al imperativo categórico del MERCADO y del liberalismo desamparen a grandes zonas de población que no encuentran en dicha globalización la posibilidad de su desarrollo, sino que, por el contrario, encuentran en ella su ruina definitiva.

Vienen a cuento todas estas reflexiones ante los hechos que se derivan no tanto de la globalización, sino del abuso del poder que genera en las élites dirigentes este fenómeno convertido en ideología. Elites, tanto económicas como políticas, cuyas decisiones, a la sombra de tales presupuestos ideológicos, enmascaran los intereses más espúreos de individuos, grupos y naciones.

La forma que toma generalmente esta ideología es la alianza con los medios económicos (grandes empresas financieras, industriales y de comunicación) que acaban generando la corrupción en la esfera política y la desvergüenza más descarada en los individuos dirigentes de ese poder tanto en la esfera política como económica.

En definitiva dicha ideología acaba siendo, como siempre, el ejercicio de un poder. Poder que no deriva de una autoridad nacida democráticamente, sino que deriva del propio poder que se justifica en ideología.

Estamos hablando de poderes globalizados, que superan en capacidad de poder a los poderes legítimos y democráticos, desgraciadamente sometidos a fronteras y divisiones que esta ideología no reconoce o supera. La globalización real que reconocen es la financiera, después, con limitaciones, la de mercancías, pero no aceptan, y a veces ni reconocen, de cumplir ni se habla, las regulaciones que pudieran derivar de una autoridad legítima global: Tribunal Penal Internacional, Limitación de armamentos, Regulación de Mercados (Paraísos fiscales incluidos), Respeto al Medio Ambiente, etc. Por ello los ciudadanos contemplamos impotentes y sufrimos las consecuencias del descaro de actitudes y conductas claramente delictivas que acaban en la más absoluta impunidad.

Conocemos Presidentes de países que tienen que estar "huyendo" de la justicia, o haciendo verdaderos juegos malabares con la justicia para escapar a sus fechorías; conocemos casos de corrupción desorbitados; conocemos los tráficos de armas que "desconocemos"; conocemos decisiones económicas cuyos motivos "desconocemos"; éxitos empresariales cuyos activos "desconocemos"; conocemos decisiones de ejecutivos de empresas que permiten enriquecerse con información privilegiada a costa de la ruina de otras empresas o individuos; conocemos paraísos fiscales donde se refugia el dinero tan limpiamente logrado, como el de la droga.

Solamente conocemos alguna condena por casos poco globalizados, es decir locales, y que en comparación con los grandes escándalos no son nada. ¿Será la crisis de Enron uno más de los episodios en que se escribe esta historia de aprovechados del poder? ¿Lograremos pronto que sea una de las últimas?

Ante los gravísimos e injustificados problemas de subsistencia los grupos sociales marginados gracias a esta globalización ideológica quizás no tengan más remedio que vivir de la violencia y el delito, o someterse a la creencia desesperada en salvadores, bien sean políticos o religiosos.

El terrorismo está servido. Sólo una globalización que mire al desarrollo equilibrado del planeta será digna de ser tenida en cuenta como globalización. Y eso requiere, cada vez más urgentemente, un poder global otorgado a una autoridad mundial democráticamente organizada con los medios necesarios para una defensa y promoción de los derechos humanos, y una justicia global dotada de medios adecuados para perseguir los delitos globales.

Tras el 11 de septiembre una conciencia global antiterrorista juzgó necesario el control de determinadas cuentas en los paraísos fiscales. ¿Por qué no controlar las cuentas de los tráficos de armas ilegales? ¿Por qué no las de la droga? ¿Por qué no las de evasión de impuestos? ¿Por qué tiene que haber paraísos fiscales? Una prueba más de la globalización ideológica para lo que conviene, naturalmente a los poderosos.

Los poderes siempre acaban mirándose el ombligo, y siempre encontrarán unas ideas prestadas, una ideología, que les justifiquen en sus abusos.



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