Tomando sólo una de las magníficas propiedades de las redes digitales se podría justificar una revolución en el mundo de las comunicaciones. Por ejemplo, el simple hecho de la duplicación de documentos sin pérdida, nunca antes conseguida y hoy posible gracias a los ordenadores, bastaría para justificar un hito en este campo. Otro ejemplo: la transmisión de documentos a grandes distancias sin pérdidas en el camino. Poder generar cualquier tipo de información en un rincón del planeta y transmitirlo a grandes distancias sin deterioro eleva mucho el listón de las condiciones cualitativas de manejo de la información. Podríamos continuar con la posibilidad de las computadoras de ser programadas y con ello de adaptarse sin fisuras a otros dispositivos digitales. Y sobre todo, como algo único e importante en la historia de los medios de comunicación de masas, la posibilidad generalizada, económica y real de que cada usuario sea emisor y receptor de información, librándonos de una vez por todas de la dictadura de los mass media tradicionales, donde uno difunde y muchos reciben pasivamente.
La información nunca jamás se encontró tan mimada como en nuestros días.
Estas que hemos citado y otras características más, junto a sus consecuencias, conforman una de las señas de identidad más interesantes de nuestro tiempo.
Pero no seríamos del todo realistas si no viéramos la otra cara de la moneda. Contemplar sólo las (innegables) ventajas de este asunto sería tener una visión parcelada de la realidad. Haciendo un esfuerzo de concepción global se pueden encontrar las carencias e ideas preconcebidas y/o falseadas que se están generando ante la información y sus modernos soportes y tendencias.
Es peligroso el término global. Tendemos a totalizar sólo lo que conocemos y a definir como conjunto sólo lo que entra dentro de nuestros dominios. Quizás sería más correcto decir que Internet es una red *potencialmente* global. Con un simple vistazo al mapa del mundo de "backbones" (líneas troncales) de Internet se puede observar que el grueso de la infraestructura de la red mundial se centra principalmente en Estados Unidos y Europa, donde la maraña de líneas es impresionante.
El resto del planeta está salpicado por cables que salen tímidamente de estos dos núcleos y llegan casi aisladamente hasta aquellos rincones alejados de la sociedad occidental. Conocido es ya el hecho de que en Manhattan hay más líneas de teléfono que en toda el Africa subsahariana.
Es cierto que Internet crece día a día y que cada vez son más los usuarios y territorios cubiertos, pero Internet, en conjunto, es un producto totalmente occidentalizado y marcado, cada vez más, por las tendencias, costumbres y modo de ver la vida de esta parte del mundo, más especialmente por las directrices mercantiles norteamericanas (en Estados Unidos están casi la mitad de los internautas del planeta). Una red verdaderamente global sería aquella que reflejase, si no por igual al menos de manera mucho más equilibrada de lo que lo hace hoy, la realidad del mundo tal como es, con toda su variedad de gentes, idiomas, culturas y formas de entender la vida. Y eso no es precisamente lo que se ve, por lo general, en una red que habla en inglés y que, cada vez más, empieza a depender de la filosofía del compra-venta. Eso sin contar que casi tres cuartas partes de la población mundial no tienen acceso a una línea de teléfono.
Así, la globalidad de la que se hace gala cuando se habla de Internet no deja de ser, todavía, más que un deseo inconsciente, una extensión injusta al resto del orbe de lo que disfrutamos sólo unos pocos. Eso sí, es cierto que esa globalidad es potencial y que quizás en un futuro sea posible conectar el planeta entero, pero cuando eso ocurra será porque el mundo occidental disfrute de los beneficios de un nuevo adelanto por el que llore el resto de la población. La pescadilla siempre morderá su cola.
La colaboración a través de las redes telemáticas ha generado grandes proyectos que se ven magnificados aún más si se tiene en cuenta que la mayoría de ellos son motivados por fines altruistas. El caso de Linux sería el pico de un gran iceberg que esconde bajo las aguas una inmensa masa de gente que trabaja por amor al arte produciendo información y recursos que repercuten en bien de la propia red.
Pero hay que entender correctamente lo que se dice cuando se habla de gratuidad. Mirando objetivamente la balanza de gastos/ingresos personal, no sólo económica, sino de esfuerzo y otros factores, nos damos cuenta que gran parte de los beneficios de ese trabajo de colaboración van a manos de terceras partes. Entiéndanse por ellas las grandes compañías de teléfono.
Sí se paga por trabajar gratis, sí se paga por comunicarse con el resto del mundo, sí se paga por descargar información. Lo penoso del asunto es que no se paga a los autores (demasiado hacen ya con crearla gratuita), sino a las multinacionales de la comunicación que imponen unas tarifas de acceso a Internet que no justifican para nada el uso o desgaste que se hace de sus infraestructuras.
Nos engañamos cuando decimos eso de "hemos bajado gratis esta información de Internet". En España, a la hora de escribir estas líneas, se paga a la empresa Telefónica, que ha gozado del privilegio del monopolio, unas 315 pesetas la hora de conexión por un servicio de acceso bastante deficiente llamado Infovía Plus. El peaje que actualmente se paga por hacer uso de las autopistas de la información es excesivamente elevado en la gran mayoría de los países conectados. Ese es realmente el "precio" de la gratuidad en Internet, un precio que va engrosando cada día más las arcas de las grandes multinacionales de la comunicación que son, precisamente, las que más daño pueden hacer a Internet en un futuro teniendo en cuenta el control que de hecho ya ejercen sobre las grandes líneas troncales de interconexión.
Y de cultura, y del saber más variopinto, y de los sentires y formas de pensar de gentes de las más distintas condiciones sociales, conformando un crisol que refleja de la manera más colorista, real y sincera la condición humana.
La presencia de este tipo de información en la red viene a corroborar, una vez más, que la tecnología es reflejo y producto de la vida. Nuestros inventos nos definen y en este caso estamos hablando de una de nuestras creaciones más sinceras. Intentar poner límites a los contenidos de Internet sería como intentar falsear la realidad.
Es cierto que algunos contenidos podrían ser perjudiciales para la educación de los más pequeños y en los padres recae la responsabilidad del control sobre estos, pero jamás sería justo limitar los contenidos de la red según los intereses de entidades censoras. El mejor control que se puede ejercer sobre Internet es el ejercicio de la libertad individual en el ámbito del respeto y la búsqueda de los valores que fomenten nuestro desarrollo como personas cada vez más íntegras, tanto a escala individual como colectiva y, por extensión, la denuncia de aquellas actividades que vayan en contra de esto.
La variedad de contenidos en Internet nos permite conocer y disponer de los suficientes elementos de juicio para enfrentarnos a la realidad de manera crítica. En el ejercicio de ese espítiru crítico está gran parte del futuro de la red, pero para poder ejercerlo correctamente es necesario que nada sea ocultado ni falseado.
Los extremismos nunca han sido aconsejables, y en el campo de la tecnología tampoco nos libramos de las visiones distorsionadas y previsiones megalómanas. De todos es conocido el discurso de los ciber-utópicos que pregonan un mundo lleno de cambios que afectarán de manera muy directa, incluso preocupante, a nuestras vidas.
La sed de sensacionalismo de los medios de comunicación tradicionales y el esnobismo de muchos de sus voceros no dejan de proclamar la próxima desaparición del libro, el dominio de las computadoras sobre la raza humana, el paraíso de la sociedad tecnificada, los ciber-adictos, la integración física hombre-máquina como solución a muchos de nuestros problemas...
Entre los defensores a ultranza de lo tecnológico y sus acérrimos detractores se está creando una imagen de caos del presente que para nada se ciñe a lo que nos espera. Internet y las tecnologías directamente relacionadas con ella no son más que una parte de nuestro complejo cúmulo de interacciones con el mundo. Si dejamos que lo tecnológico influya en otros ámbitos de nuestro vivir cotidiano tomando el papel de lo que realmente corresponde a cada cosa le estaremos asignando un valor falso.
La tecnología no es tan mala como muchos la pintan ni tan beneficiosa como otros nos la quieren hacer ver. Sólo una justa ponderación del valor real de todo lo que nos rodea será capaz de colocar a la tecnología en el sitio que le corresponde con relación a nosotros mismos.
Quizás la solución pase no por alabarla sin medida ni renegar de ella, sino aprovecharnos de las ventajas que ofrece para hacernos con esa visión de conjunto e integradora que tan necesaria se hace para tener una concepción objetiva de la realidad.
Los que no sepan manejar un ordenador tendrán grandes problemas en el futuro para integrarse en la sociedad.
Es totalmente indignante aplicar un calificativo tan despectivo a quienes por propia naturaleza no integran lo tecnológico a su forma de entender la vida.
Es cierto que para enfrentarse con éxito a la tecnología hay que contar con una aptitud personal de apertura hacia lo tecnológico y con una mente preparada a encararla. Aptitud que en la mayoría de los casos es inherente a la persona y al igual que existen individuos predispuestos a ello de manera natural, existen otras personas a las que la naturaleza ha dotado de otra serie de particularidades que no compatibilizan con lo tecnológico, pero que sin embargo están abiertas a otros campos de la vida totalmente distintos, válidos y apasionantes como el arte, la creación y todo aquello que se aparta de la mecanicidad, cuadratura y el paisaje de líneas rectas que ofrece la tecnología.
El culto que la sociedad rinde a lo tecnológico no sólo roza, sino que entra de lleno en la exclusión. Los grandes medios de comunicación están creando una imagen del mundo tendenciosa e influenciada intensamente por esa mentalidad tecnológica que excluye de manera grosera todo aquello que rompe con la linealidad y frialdad de su mundo. Hacerse con una concepción de la realidad más global integrando las artes, el manejo de los conceptos abstractos, el estudio de la persona, sus comportamientos, interacciones, mundo interior y todo aquello que conforma ese vasto mundo de experiencias personales es la única posible alternativa de futuro viable para evolucionar como individuos y especie.
Caer una vez más en la tentación de excluir una visión del mundo por la otra nos llevará de nuevo a situaciones desequilibradas de desorden. La solución no pasa por la exclusión, sino por todo lo contrario: la correcta integración de la visión mecánica de la vida con la contemplación de nuestro mundo interior, el cual sería absurdo negar, y las relaciones e interacciones entre uno y otro.
La tecnología está ahí, como una manifestación más de nosotros mismos, de nuestros anhelos y deseos más profundos y debemos servirnos de ella para comprendernos mejor y conocer la relación que tenemos con lo que nos rodea.