INTRODUCCIÓN
En realidad, no creo que el hombre común exista; lo que existe, más bien, es una comunidad de hombres. Y los hombres, como los científicos, como los filósofos, tienen cada uno sus propias ideas y su propia visión sobre las cosas, que pueden no coincidir. Puede haber diversidad de opiniones entre los hombres, resultado tanto de su inteligencia y de la medida en que la hayan podido ejercitar, como de multitud de influencias a que han estado sometidos durante su vida. Lo mismo vale para las distintas comunidades humanas. Dejemos, pues, abierta la cuestión de si hay una sola visión del mundo que sea propia del filósofo, del hombre de ciencia o del hombre común, o si por el contrario, tal conformidad de opinión no es realizable, o tal vez ni siquiera concebible.
Vamos a suponer, sin embargo, para comenzar a trabajar, que ese ser mitológico que llamamos "hombre común" tiene una visión del mundo, que podríamos llamar la visión ingenua de las cosas. Por ejemplo, según esa visión, existen objetos, que tienen peso, color y sabor; que además tienen precio, más o menos alejado del "precio justo" según la moralidad del comerciante y el grado de ineficiencia del gobierno. Que existen personas, que son mejores o peores según se ajusten en su comportamiento a los Diez Mandamientos o a ciertos mínimos de moralidad de común aceptación. Que las personas o las cosas, para moverse de un lugar a otro, necesitan gastar un cierto volumen de combustible, etcétera. Es obvio que, si esta visión ingenua de la realidad existe, no es de ninguna manera la visión de la ciencia. Sabemos que la economía, la antropología y la física tienen algo que decirnos sobre los hechos mencionados que es muy diferente al conjunto de esas opiniones. En lo que sigue, defenderé la tesis de que el contraste más profundo e interesante entre la visión ingenua y la visión científica del mundo no consiste primordialmente en una diferencia de opiniones, sino en algo bastante distinto y más fundamental: una diferencia de conceptos básicos, es decir, de lenguaje.
El científico y el hombre común no hablan ni lejanamente el mismo lenguaje, y ambos no pueden comunicar sino por medio de un complicado proceso que llamamos educación y que implica la adquisición y dominio de nuevos lenguajes, y la habilidad de moverse entre ellos. Pero hay más, voy a sostener que la diferencia de lenguajes hace a estos dos tipos de hombre, el hombre común y el científico, habitar mundos completamente diferentes, poblados por seres también totalmente diferentes. Al final, tendré que aceptar que los mundos diferentes son más que simplemente "el mundo de la ciencia" y "el mundo del sentido común". Concluiré que a cada disciplina científica o no científica corresponde un mundo distinto. Me veré también obligado a abolir la hipótesis de que exista un "hombre común", y llegaré a la conclusión de que desde el principio, incluso antes de tener ciencia, los hombres han vivido separados en mundos diferentes, de acuerdo con sus lenguajes, y de que la única posibilidad de comunicación entre los hombres, antes y ahora, estriba en su capacidad de dominar esos lenguajes diversos. A la posibilidad o capacidad de dominar varios lenguajes la voy a llamar con una palabra del lenguaje filosófico: polisemia, que -para traducirlo al lenguaje del hombre común- sólo significa pluralidad de lenguajes.
UN EJEMPLO EN UN JUEGO
Como una primera aproximación, comparemos al hombre común con el principiante del juego de ajedrez, y al científico con el jugador experimentado. El principiante cree que las piezas del juego son el Rey, la Reina, etcétera... y que cada pieza es un muñequito que se mueve sobre un tablero, de esta manera sí pero de esta otra no. Esta es la visión del "hombre común" sobre el juego de ajedrez.
El jugador avezado tiene otro concepto muy diferente (poner atención que se trata de una diferencia conceptual y no simplemente de una diferencia de opinión). El Caballo, por ejemplo, es el conjunto de todas las movidas que son posibles para esa pieza en cada contexto de juego. Mover el caballo, entonces, no es pasar un muñeco de una casilla a otra, sino alterar en una forma integral las movidas posibles de esa misma pieza y de todas las otras que están sobre el tablero. Cada pieza es un conjunto articulado de posibilidad de juego. Nótese que este concepto avanzado de lo que es el Caballo tiene una naturaleza cambiante, porque hemos incluido en su definición la referencia al contexto, y ese contexto va siendo cada vez más rico conforme el jugador se familiariza más y más con el mundo del ajedrez. El jugador profesional, el avezado entre los avezados, llega a tener el concepto más rico de todos: las piezas en realidad no existen en sí mismas, sino solo como puntos de mayor densidad en un tablero dinámico que es una configuración total de movidas posibles. El juego consiste ahora en pasar de una configuración total a otra configuración total, no en mover una pieza de un lugar a otro. Diríamos que el principiante tiene un concepto atomista del juego (el juego como un conjunto de piezas) y que el campeón tiene un concepto contextualista del juego (el juego como una estructura). La diferencia entre el principiante y el campeón no es de opiniones, sino de concepción, es decir, de marco lingüístico, de lenguaje.
UN EJEMPLO DE ANTROPOLOGÍA
Veamos otro ejemplo, éste ya de lleno en la órbita de la ciencia. Para el hombre común, cuando una persona se acerca a otra, los límites de ambas están trazados por los confines de los respectivos cuerpos. Para el antropólogo, en cambio, cada persona viaja con su propio territorio personal, una especie de burbuja que rodea su cuerpo, que le pertenece tanto como sus manos o sus pies. Una intrusión en ese espacio implica un acto agresivo, y la aceptación de otra persona en el propio espacio, un acto especialmente amigable. El radio de la burbuja, según entiendo, varía con las nacionalidades, y va desde unos pocos centímetros para el árabe hasta unos dos metros para el alemán. La concepción de este espacio, que es resultado de un análisis científico, nos hace ver las relaciones sociales de manera distinta, en realidad nos hace percibir las personas de manera totalmente diferente, en forma parecida a como difieren las visiones de las piezas del ajedrez de un novicio y un experto en el juego. Para la visión antropológica, un halo invisible es parte de la realidad personal, como existe un halo de jugadas posibles en torno a cada pieza para el experto en el juego de ajedrez.
En general, la visión científica del mundo social que nos ofrece la antropología va mucho más allá: cada persona es percibida como resultado de su aprestamiento cultural, de modo que un árabe y un alemán aparecen como seres profundamente divergentes en casi todos los comportamientos que es dable esperar. Y esto no tiene nada que ver con la "raza", no es siquiera una cuestión biológica: tiene que ver con la diversidad de cultura, que es el objeto propio de la antropología, la más apasionante (para mí) de las ciencias sociales. Concepción esta que no es, desde luego, la visión del hombre común, que supone que todas las personas reaccionarán como sus familiares o vecinos, prejuicio que la antropología ha dado en llamar, muy adecuadamente, etnocentrismo.
OTROS EJEMPLOS DE LAS CIENCIAS SOCIALES
En psicología hay un ejemplo bastante dramático. Para esta ciencia, especialmente en su variante psicoanalítica, la persona no es sólo lo que ella conoce sobre sí misma, como tiende a considerarlo la concepción ingenua (persona = conciencia), sino especialmente aquello que la persona no tiene ni siquiera idea de que lleva adentro: el inconsciente. Conocerse a sí mismo es para la ciencia psicológica adentrarse por medios sumamente indirectos en lo que está más allá del alcance de la percepción ordinaria de nosotros mismos.
Para el psicólogo, el mundo social está poblado de inconscientes, más que de conciencias, y lo que el psicólogo ve como importante en la realidad social son actos fallidos, olvidos, actitudes corporales, imágenes oníricas, todo lo cual traza un cuadro ontológico inalcanzable para el hombre común. Aquí otra vez, el contraste es entre concepciones básicas, entre lo que cada uno ve como existente, y no simplemente entre opiniones divergentes. La realidad de la concepción ingenua y la realidad de la ciencia psicológica son dos realidades completamente diferentes.
Las otras ciencias sociales no se quedan atrás. Para la economía, el precio de un artículo no es lo que éste lleva escrito en la colilla. El concepto de precio es una noción analítica, que depende del entrecruce de dos curvas, llamadas de oferta y de demanda. El concepto mismo de curva, como virtualidad de actos posibles de una misma clase, es en sí mismo una categoría analítica sumamente abstracta, de difícil comprensión para quien no se someta a un especial y pesado adiestramiento intelectual.
Los negocios para el hombre común son mercados, tiendas, bancos y todo el ajetreo que se vive en esos ambientes. Para el economista son muy otra cosa, una maraña de curvas que se entrecruzan en complicados modelos matemáticos, relacionados unos con los otros, como las distintas jugadas posibles en un ajedrez. Los lenguajes, otra vez, y las respectivas realidades, son completamente diferentes.
Si de ahí nos movemos hacia la sociología, también encontraremos conceptos abstractos que no tienen correspondencia directa con nada perceptible por el hombre común. La noción de ideología, por ejemplo, es un concepto sumamente rico en implicaciones de análisis, y choca directamente con la percepción ingenua de lo que son los credos religiosos o políticos para el hombre común.
En general, este marco científico interpreta de una manera muy diferente el sentido de los argumentos que usamos para defender lo que creemos que son nuestras convicciones. El hombre pobre que acepta su condición porque es "la voluntad de Dios" percibe el mundo de una manera muy distinta que el científico social que ve en esa argumentación la sombra de una ideología plasmada en un contexto de relaciones sociales de opresión. La sociología descubre así que muy a menudo defendemos con nuestros argumentos estructuras o instituciones que no tenemos intención, ni siquiera noción, de defender. De nuevo, el sociólogo y el hombre común se mueven en mundos diferentes.
FINALMENTE, UN EJEMPLO SENCILLO DE FÍSICA
Y para no quedarnos en el ámbito de las ciencias sociales, citemos el proverbial contraste entre la concepción de las ciencias físicas y las nociones del hombre común. Para este último los cuerpos caen con distinta velocidad según sean más pesados o más livianos. Para el primero, en cambio, todos los cuerpos caen con la misma velocidad. No se trata de un conflicto de opiniones, sino de uno de concepción, porque "caer" para el físico tiene un sentido muy preciso, que consiste en ser atraído, en ausencia de otras fuerzas, por la gravedad de la tierra. Las velocidades de que se trata, entonces, son velocidades en el vacío, donde el movimiento no es afectado por la resistencia del aire, y cada molécula es acelerada por la gravitación, independientemente y de acuerdo con una misma constante. Son dos lenguajes distintos y otra vez dos mundos diferentes de lo que se trata.
Y VOLVAMOS A LA ANTROPOLOGÍA
De las ciencias citadas hay una que nos debe merecer especial atención: la antropología. Porque precisamente debemos a la antropología, y a una parte de ella, la lingüística, el concepto de que los lenguajes que maneja el hombre son diferentes. Podemos aquí invocar el mejor de los ejemplos en favor de nuestra tesis, a saber, el contraste entre el concepto del hombre que nos ofrece la visión ingenua, como ser capaz de entenderse con los otros hombres en un mismo lenguaje, o traduciendo el lenguaje de los otros al suyo propio "palabra por palabra"; y el concepto del hombre de la visión antropológica -llamémoslo posbabélico por referencia al mito de la Torre de Babel-, que entiende la comunicación humana como basada en marcos lingüísticos diversos, no directa ni fácilmente traducibles entre sí.
Es importante advertir que el concepto de lenguaje aplicable aquí es aquél que considera como elementos del lenguaje todos los actos humanos, no sólo las palabras. Muchos de los más importantes mensajes que el hombre envía a su alrededor no están cifrados en palabras, bastantes de ellos ni siquiera son percibidos conscientemente por su emisor. Todo producto humano es significativo; es imposible entender las palabras fuera del contexto de los actos todos del hombre que las pronuncia. La vida humana toda es lenguaje y el lenguaje es inseparable del resto de la vida humana.
EXTRAPOLACIÓN FILOSÓFICA
Vemos cómo un descubrimiento de la antropología sobre la polisemia del hombre, sobre su pluralidad de lenguajes, se puede generalizar filosóficamente: el antropólogo mismo usa un lenguaje, que es distinto del de los hombres que estudia, pues es un lenguaje científico con categorías mucho más abstractas que las que usa el hombre común. La filosofía compara los dos lenguajes, y se da cuenta de que la diferencia de lenguaje implica mucho más que la necesidad de hacer traducciones "palabra por palabra" para que los hombres se entiendan: implica la necesidad de hacer entrar en el cuadro a los marcos lingüísticos dentro de los cuales las palabras cobran sentido; y darnos cuenta que distintos hombres usan distintos marcos lingüísticos, y que incluso un mismo hombre, en distintas ocasiones, puede usar marcos diferentes para enfocar asuntos distintos o enfocarlos de maneras diferentes.
Según el marco lingüístico que usemos habrá cosas que podamos decir y cosas sobre las que debamos quedarnos callar por falta de conceptos para expresarlas; cosas que tengan sentido y otras que no lo tengan del todo. Habrá seres que existan o que dejen de existir, según nos movamos de un marco a otro, así como problemas que surjan o desaparezcan conforme hagamos nuestras transiciones lingüísticas. Es el mundo mismo el que cambia cuando pasamos de un lenguaje a otro. Cada contexto crea su orden de realidad: las reglas del juego crean no sólo las movidas posibles sino también las fichas que habrá en el juego y el espacio en que éstas deban moverse. Adquirir un nuevo lenguaje, en el sentido profundo en que empleo aquí el término, es transformarse a sí mismo, hacerse capaz de ver las cosas desde una perspectiva y con una profundidad que justifica decir que ascendemos a una dimensión real nueva o que cambiamos radicalmente nuestra concepción del mundo (DILTHEY 45).
NUESTROS CONCEPTOS DEFINEN QUÉ ES REAL PARA NOSOTROS
He insistido en que el contraste entre la visión del científico y la visión del hombre común no es fundamentalmente un contraste de opiniones, sino una diferencia de conceptualización, es decir, una diferencia en el juego de categorías que ambos usan para captar la realidad. Lo primero y radical es el juego de conceptos que usamos para interpretar la realidad; las opiniones, y su variedad, vienen por añadidura. De otra manera: adoptado un juego de conceptos, aprendido un lenguaje, ciertas consecuencias de descripción del mundo se siguen necesariamente, otras son posibles, y otras no pueden ni siquiera formularse. Una vez que se ha aprendido un cierto lenguaje, una vez que se ha aceptado un cierto juego de categorías, puede ya ser muy tarde para negarse a aceptar un determinado conjunto de asertos sobre cómo es el mundo (QUINE 69).
Una vez que nos metemos en el molde de la teoría de la relatividad, por ejemplo, no tiene ya sentido decidir si la velocidad de un cuerpo es mayor que la de la luz. Una vez que aceptamos la conceptualización propia de las ciencias biológicas, ya es imposible plantearse en serio la posibilidad de que un organismo no haya evolucionado. Para quien haya aprendido el lenguaje de la física contemporánea no tendrá sentido indagar por la posibilidad de construir una máquina de movimiento perpetuo. Para quien haya aceptado el esquema conceptual del materialismo histórico será ociosa la pregunta por la existencia de explotación en el mundo. Un grado muy amplio de compromiso con una descripción de la realidad queda ya desde el inicio imbuido en el sistema de conceptos que asumimos, y no tenemos opción, excepto quizá el abandono del lenguaje, para rechazarla.
ALGUNAS CONSECUENCIAS
De lo anterior se siguen muchas consecuencias. Una de ellas es la importancia del aprendizaje del lenguaje en la adquisición de perspectiva científica o en la adquisición de cualquier otra perspectiva, la importancia del lenguaje para la educación. Cuando el niño crece va adoptando un cierto conjunto de conceptos estructuralmente sistematizados: el juego de categorías y valores de sus padres, y en general de la cultura en que vive. Las opiniones, e incluso convicciones, que llegue a poseer no tiene que adoptarlas directamente: le vienen dadas ya en el lenguaje que usa. Esto explica el carácter trascendente que atribuimos a muchas convicciones, que no nos parece que podrían ser de otra manera, y consideramos dotadas de una fuerza superior que doblega el asentimiento. En efecto, pertenecen a algo superior, dominante y fundamental: el marco de referencia que fundamenta nuestro lenguaje.
Otra consecuencia importante es que la educación científica se recibe, como toda educación, en gran parte por ejemplo y contagio, por así decirlo, más que por adoctrinamiento explícito. Lo que el maestro hace, su forma de expresarse sobre el mundo que deja sentados de pasada muchos sobreentendidos, es mucho más eficaz en la transmisión de los conocimientos al alumno que sus propios enunciados sobre la naturaleza (POLANYI 64).
CONSECUENCIAS INQUIETANTES
Algunas de las consecuencias de esta tesis son acongojantes, y merecen tratamiento separado: ¿qué relación hay entre la ciencia y la experiencia, si todo lo fundamental viene dado por el lenguaje? ¿Qué posibilidad tiene el hombre de escapar de sus marcos de referencia? ¿Podemos distinguir con propiedad entre teoría y observación? ¿Es posible avanzar en el desarrollo de las ciencias? ¿Es posible dialogar entre personas, especialmente entre científicos, formados dentro de marcos de referencia diferentes?
Ninguna de esas preguntas tiene respuesta fácil, y constituyen un elenco casi completo de los problemas que preocupan hoy a los filósofos de la ciencia. No es mi aspiración contestarlas aquí, pero trataré de indicar algunas orientaciones que podrían seguirse para contribuir a solucionarlas.
LAS TRES DIMENSIONES DEL SIGNO
Tradicionalmente se distinguen en un lenguaje tres dimensiones, así como en la determinación de un espacio hablamos de longitud, anchura y profundidad. Llamamos a esas dimensiones lo sintáctico, lo semántico y lo pragmático. Ha habido grandes polémicas entre los filósofos sobre la posibilidad de aislar esas tres dimensiones, y sobre las relaciones que se dan entre ellas. Lo sintáctico es lo que en el lenguaje depende del marco de referencia mismo, es la relación estructural entre unos signos y otros signos. Lo semántico es lo que presumiblemente va más allá del lenguaje, a las cosas representadas por los signos, la relación entre el signo y la cosa. Lo pragmático es el fin o propósito que perseguimos al emplear los signos.
Usando este esquema conceptual, podemos decir que el problema principal de la filosofía de la ciencia es el de la relación entre lo sintáctico y lo semántico, la de decidir cuánto de lo que afirma la ciencia se debe al marco de referencia o juego de conceptos que ha elegido (aspecto formal de la ciencia), y cuánto se debe a la adecuación de ese marco con la realidad (aspecto de contenido de la ciencia).
El contextualismo, la postura filosófica que suscribo, tiene sobre esta cuestión una visión determinada, producto del mismo juego de conceptos epistemológicos que la define y condiciona: no hay ni puede haber una separación completa ni tajante entre lo sintáctico y lo semántico, el lenguaje es una totalidad en el que sus distintas partes y aspectos están íntimamente ligadas y relacionadas unos con otros. Además, lo sintáctico, la forma del lenguaje, su juego de conceptos, y lo semántico, las opiniones que se dan en ese lenguaje sobre el estado del mundo, están totalmente determinados por el aspecto pragmático, o sea, por el propósito del científico o de la comunidad que crea el lenguaje y establece su juego de conceptos y las opiniones que con él pueden expresarse. Es la praxis, la acción, la que determina el contenido y la forma de nuestro lenguaje, y por ende del lenguaje de la ciencia.
De todos los propósitos y acciones, uno es supremo y dominante: el propósito de supervivencia. El hombre quiere, consciente o inconscientemente, sobrevivir; y los lenguajes que en definitiva elija, consciente o inconscientemente, serán aquéllos mejor adaptados a las condiciones de su mundo y a las posibilidades de supervivencia. Esto es tan real que, qué sea sintáctico y qué semántico en un lenguaje es algo que se define por razones pragmáticas. Pongámoslo de otra manera: qué expone una determinada comunidad a los riesgos del experimento científico, qué no está dispuesta a corregir; qué opinión está dispuesta a abandonar y qué opinión por el contrario mantendrá a ultranza incluso frente a la más dura refutación experimental, es algo que se decide por el valor de supervivencia que atribuimos al lenguaje afectado.
EL FUNDAMENTO PRAGMÁTICO DE LOS ENUNCIADOS CIENTÍFICOS
Hubo una época en que los químicos, muchos de ellos, decidieron abandonar la práctica de su disciplina antes que adoptar el lenguaje de la química orgánica naciente; pero hubo otra época anterior, en que químicos notables prefirieron ignorar el descubrimiento del oxígeno, mediante ingeniosas modificaciones de la teoría del flogisto que explicaban notablemente bien los resultados de los experimentos. La moraleja aquí es la siguiente: nuestras creencias forman un sistema cuyas partes se refuerzan recíprocamente. Todo pensamiento es sistemático, y el pensamiento científico lo es mucho más aún. Nunca llevamos al laboratorio una opinión aislada, nunca probamos una hipótesis por sí sola. Lo que se somete a prueba es la hipótesis en conjunto con todo el sistema teórico a que pertenece, y siempre en el ambiente de la totalidad de nuestros propósitos.
El resultado adverso a una teoría puede explicarse suponiendo que la hipótesis es falsa, pero también que la hipótesis es verdadera y que hay que hacer algún cambio en alguna otra parte de la teoría. No es el texto necesariamente sino el contexto lo que tiene que cambiar. El lenguaje tiene una inmensa plasticidad que permite acomodar muchos cambios, si no todos, hasta el límite de la tolerancia, otra vez pragmática, que manifieste el científico (QUINE 60).
Los astrónomos de la Edad Media e incluso del Renacimiento pudieron defender la teoría ptolemaica de la inmovilidad de la tierra, a base de agregar epiciclos a su planetario, hasta que finalmente se aburrieron del juego y decidieron jugar otro pragmáticamente más satisfactorio. Cuando tomaron esa decisión, el sistema rival de Copérnico no era ni lejanamente lo riguroso y confiable que había demostrado ser por muchos siglos el sistema de Ptolomeo. Pero el juego epiciclal ya no retaba suficientemente la imaginación de los científicos, y prefirieron menos seguridad y rigor pero más desafío y promesa de futuros descubrimientos. El probado paradigma ptolemaico fue sustituido por el joven paradigma de Copérnico (KUHN 62).
LOS LÍMITES DE LA IMAGINACIÓN PARADIGMÁTICA
Líbreme Dios de inducirlos a pensar que en la historia de la ciencia todas las posiciones son igualmente permisibles, o que da lo mismo que el científico adopte un juego de conceptos u otro, un paradigma científico o marco de referencia u otro distinto. La verdad es que cada lenguaje tiene inscritas en sí mismo sus propias limitaciones. Estas limitaciones son de dos tipos. Por una parte, hay inevitablemente contradicciones en todo intento de dar cuenta de las apariencias, en todo intento de articulación de la realidad. Esos "hilos sueltos" que quedan en un planteamiento global sobre el mundo son pequeñas o grandes manchas en una tela fabricada con preciosismo que viste nuestras desnudeces. Como no tenemos otra, preferimos seguir con ella, a pesar de sus nudos o manchas, mientras no aparezca una alternativa más favorable. Por otra parte, la tela puede también tener vacíos, puntos ciegos, lugares donde no llega, y en la medida en que la sigamos usando esas lagunas dejarán desnuda nuestra curiosidad intelectual. Los nudos son los puntos en que nuestro sistema de conceptos, nuestro lenguaje, produce una doble respuesta, contradictoria, a una misma pregunta. Las lagunas o blancos son los puntos en que nuestro sistema calla ante una pregunta importante, es incapaz de decirnos si un enunciado es verdadero o si por el contrario es falso.
Mantengo que todo sistema lingüístico deberá adolecer de esas fallas, que se deben a razones epistemológicas muy fundamentales y que enseguida voy a considerar. Pero que el científico, o en general, el usuario del lenguaje, tiene mucha libertad para cambiar de lenguaje, y que en lenguajes distintos las fallas no coinciden, pues cada sistema de conceptos produce sus nudos y sus blancos en lugares diferentes, y deja sin contestar o contesta inadecuadamente preguntas distintas.
UN POQUITO DE TEORÍA DEL CONOCIMIENTO
Ofrecí decirles por qué creo que esas fallas son inerradicables de todo sistema lingüístico. Para ello tengo que hacer un poco de epistemología, es decir, teoría del conocimiento. La haré lo más breve y concisamente que me sea posible.
Parto del principio de que la realidad es inagotable y nuestro conocimiento de ella siempre limitado. Imaginen el universo como un gran contexto, significativo en sí mismo, pero que no se deja estudiar sino a base de recortes, que llamaré textos. Para conocer el mundo seccionamos una parte de él, un texto, aislándolo del contexto, el resto de la red significativa. Ustedes saben muy bien lo que pasa cuando se aísla un texto del contexto, como por ejemplo cuando un periodista cita algo que dijimos, pero "fuera de contexto": pueden surgir contradicciones no intentadas por el autor del escrito original, o quedar asuntos colgando que no se pueden resolver con el material a mano.
Algo parecido sucede en el trabajo de la ciencia. Para estudiar el mundo, no tiene más remedio que usar un determinado instrumental, determinado juego de conceptos, y trabajar de ahí en adelante como si el sector de mundo que esos conceptos pueden abarcar fuera el universo completo. A ese trabajo lo llamo análisis. Es un trabajo que sólo puede ser provisional y transitorio, porque todo análisis provocará en algún momento una síntesis, la necesidad de reincorporar de algún modo el contexto omitido. Para hacer las cosas todavía más complicadas, normalmente esa síntesis invitará más tarde a un nuevo análisis, repitiéndose el proceso. A ese "ir y venir" entre el análisis y la síntesis se le suele denominar dialéctica (SARTRE 60).
Así pues, dentro de todo texto, producto de un análisis, es decir, de una acotación, quedan huellas imborrables del contexto omitido, que claman por una reincorporación de ese contexto. El contexto se resiste a ser eliminado, aunque desde luego el conocimiento es imposible sin análisis, es decir, sin separación del mundo.